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José Manuel Arrroyo: ¿Qué está en juego? Un salto al vacío

En Universidad, convocamos a un grupo heterogéneo y les pedimos que, desde sus perspectivas, respondieran a la pregunta: ¿qué está en juego en esta elección?

En esta segunda ronda electoral costarricense está en juego el pacto social fundamental surgido de 1948, además de la tradición histórica republicana y democrática que se empezó a construir desde 1821. Ni en sus peores pesadillas los padres fundadores de la Patria, esos que apostaron por el derecho y la educación; o los liberales que lucharon por libertad e igualdad, así como la separación Estado-Iglesia; o los reformadores sociales de las décadas treinta y cuarenta del siglo pasado, que impulsaron la solidaridad; así como los ganadores del conflicto bélico que respetaron ese legado, pudieron imaginarse que este pobre pueblo podría, para el año 2018, estar amenazado por una regresión ideológica e institucional que nos ubicaría en el sótano de la Edad Media.

En un video ampliamente difundido, el Pastor Rony Chaves, -padre espiritual e inspirador político del candidato Fabricio Alvarado-, se regocija de cómo, a lo interno de su congregación, se ha dado un autogolpe de Estado, removiendo al consejo de su iglesia, deshaciéndose de quienes “lo molestaban” porque pensaban diferente a él, y declarando que aquello ya no iba a ser más una democracia, sino una teocracia, dónde sería él, por supuesto, el encargado de interpretar la voluntad e imponer los principios de su Dios.

En otro video el propio Fabricio, introduce el iter lógico de su concepción del Estado. Comienza por reseñar una crítica que se le ha hecho: “no se debe mezclar la política con las cosas de Dios…”; pero de inmediato se responde a sí mismo lanzándonos un “déjeme darle” una cita (del Antiguo Testamento, Isaías, Capítulo 33, versículo 22) donde textualmente se indica Porque Jehová es nuestro juez, Jehová nuestro legislador, Jehová nuestro rey; él nos salvará”. A partir de esta premisa y de un “permítame desglosárselo”, Fabricio saca sus conclusiones: (1) “¿Dónde están los jueces?… en el Poder Judicial”; (2) “¿Dónde están los legisladores?… en el Poder Legislativo”; y (3) “¿Qué es un rey?… la figura de un Presidente en el Poder Ejecutivo”. El corolario es que hay que “meter a Dios en el Gobierno”, motivo por el cual “hay que votar con principios y valores que están en la Biblia…”

Todo parecería ser muy sencillo, si no fuera por ser este un “razonamiento” plagado de falacias, ilegalidades e inconstitucionalidades. Empecemos por decir que el profeta Isaías escribe hacia el siglo VIII antes de Cristo, es decir, hace casi tres mil años. Se retrata un modelo de organización política que apuesta por un poder concentrado, vertical y absolutista. Es evidente que desde entonces ha corrido agua bajo el puente de la evolución civilizatoria de la humanidad. Isaías responde al modelo por excelencia de una organización social patriarcal y teocrática, como lo era la comunidad judía de aquel tiempo, donde una casta sacerdotal exclusivamente masculina detentaba el poder religioso y político simultáneamente. De modo que partir de una cita bíblica tan antigua para fundar una justificación contemporánea es una mega falacia de autoridad, que puede ser aceptada desde una fe ciega, pero jamás desde un mínimo razonamiento crítico.

[quote_colored name=»» icon_quote=»no»]Si ocurriera lo peor, y se impusiera la teocracia frente a la democracia, el pueblo costarricense tendría que pagar un precio altísimo para volver a pelear por lo esencial, por un régimen republicano donde el poder esté dividido y recíprocamente controlado, donde nadie se arrogue ni la verdad ni el poder absoluto,[/quote_colored]

Pero las que son verdaderas “perlas” indigeribles son las conclusiones de Fabricio. Sin el menor reparo, da un salto ilógico al vacío, sin solución de continuidad, y nos traslada del siglo VIII a.C. al esquema republicano de la modernidad, traicionando la esencia misma de la división de poderes. No habrá Gobierno democrático posible sin los controles recíprocos entre los distintos poderes de la República. No habrá democracia si el Dios de Fabricio infiltra y copa todos los poderes e instituciones públicas con jueces, legisladores y presidentes que, como fieles ovejas, solo van a obedecer al pastor de turno, que les dirá por dónde ir y qué hacer frente a todo tipo de problemas, personales o colectivos. Y lo que es más riesgoso, estaremos regresando a un régimen de organización política absolutista donde solo los autocalificados como “buenos”,  “santos” o  “salvos” tienen derechos, y no quienes se atrevan a contradecirlos o desobedecerlos. ¿Dónde quedarán los pesos y contrapesos de Montesquieau? ¿Será por eso que el partido de Fabricio abiertamente propone desobedecer toda sentencia, sea de tribunales internacionales, sea del ordenamiento interno, que no le guste? ¿Será por eso que hablan de “poner en su lugar” al Tribunal Supremo de Elecciones a través de reformas legales que remuevan los impedimentos que actualmente existen para manipular la fe de la gente electoralmente? ¿Será esa la misma razón por la que, en abierta rebeldía, no suministran a este mismo TSE la documentación necesaria para saber cómo se financian?

A propósito, la responsabilidad histórica que pesa sobre los altos jueces y juezas electorales de la República es abrumadora. Desdichadamente, ante las flagrantes violaciones del fanatismo confesional, solo hemos visto tímidos gestos, como si la norma constitucional del artículo 28 in fine, que prohíbe la propaganda y los motivos religiosos, no existiera; y aún peor, como si el artículo 303 del Código Penal vigente, no señalara como punible los llamados a sustituir las instituciones constitucionalmente establecidas. ¿Qué nombre le ponemos al llamado de Fabricio y su grupo a acabar con la división de poderes, instaurando un poder concentrado, divinizado e incontrolable?

Se ha dicho ya mucho, entonces, con toda razón, que la mezcla de política con “las cosas de Dios” es inadmisible. Se ha dicho también que la Historia de la humanidad no registra ningún resultado positivo de esa mezcolanza. Pero pareciera que el bicho humano tiene la trágica tendencia a tropezar varias veces con la misma piedra. Viendo lo que sucede, me embarga un sentimiento de verdadera indignación y alarma, no porque haya personas que confundan fe y política, sino por la gente que en estos momentos, conociendo la inconveniencia de esa opción, anteponen sus intereses económicos o sus aspiraciones personales para ayudar a que una secta de fanáticos religiosos puedan acceder al Poder Ejecutivo.

No creo exagerar si digo que pocas veces en la historia de Costa Rica, quizá como pasó en 1856,  estamos frente a una propuesta que, fraguada desde un centro de poder económico y religioso externo, amenaza con acabar con nuestras instituciones democráticas y nuestra misma identidad como pueblo: pacífico, apegado a las leyes, respetuoso de las diferencias y firme defensor de los derechos humanos.

Si ocurriera lo peor, y se impusiera la teocracia frente a la democracia, el pueblo costarricense tendría que pagar un precio altísimo para volver a pelear por lo esencial, por un régimen republicano donde el poder esté dividido y recíprocamente controlado, donde nadie se arrogue ni la verdad ni el poder absoluto, como tampoco el derecho a discriminar y eliminar a quienes piensan o son diferentes. Que no diga nadie luego, que no hemos sido advertidos.

¿Qué está en juego esta elección? Ellos responden a la pregunta: 

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José Manuel Arroyo

Doctor en Derecho, egresado del doctorado en filosofía, exmagistrado de la Sala Penal, ex vicepresidente de la Corte Suprema de Justicia. Garante ético del candidato del PAC, Carlos Alvarado. 

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