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Tras 14 meses de pandemia, personal de Salud lucha con la depresión y el cansancio

Un médico intensivista, un enfermero, y una funcionaria de Servicios Generales de la CCSS narran sus experiencias, sus luchas físicas y emocionales contra la COVID-19, una enfermedad que ya les arrebató compañeros y los ha puesto en riesgo de muerte.

Más de 14 meses han pasado luego de que apareciera el primer caso de COVID-19 en el país y que el personal de Salud se pusiera en alerta para atender la emergencia. Sobre sus espaldas ha caído quizá el mayor peso de la pandemia: la atención de los enfermos que vino de la mano de largas jornadas de trabajo, aislamiento, depresión, cansancio, contagios, hospitalización y, en los peores casos, la muerte.

Así ha sido la experiencia de Leonardo Chacón, médico intensivista del Hospital Calderón Guardia, quien combate la COVID-19 desde el lugar más aterrador y al mismo tiempo esperanzador: una Unidad de Cuidados Intensivos (UCI). A él, por las mañanas, no lo despierta su despertador, sino los problemas una vez que revisa su teléfono celular y se da cuenta de que el panorama del día no es alentador.

Por su atención han pasado ya entre 250 y 300 pacientes críticos por COVID-19 desde que inició la pandemia con una estancia promedio de 10 días, y en el peor de los casos hasta dos meses.

“Lo angustiante de atender pacientes con afecciones respiratorias es que su severidad causa angustia, sienten asfixia, y lastimosamente los salones son combinados y hay pacientes despiertos revueltos con intubados. Ellos ven a otros pacientes morir. (…) A veces los resultados no son los que se esperan. Nadie puede acostumbrarse a ese nivel de fatalidad”, apuntó Chacón.

José Rivera se contagió de COVID-19 en su lugar de trabajo, su esposa llevó la peor parte pues fue hospitalizada. (Cortesía: José Rivera).

La depresión

Chacón, al igual que la mayoría de sus compañeros, jamás imaginó las dimensiones a las que llegaría esta emergencia sanitaria, que a la fecha ya le ha arrebatado la vida a 3.673 personas en el país. Antes, por ejemplo, un evento difícil de ver para los médicos era un paciente pronado (boca abajo), mientras que ahora es una constante.

“Hubo personal que renunció al inicio de la pandemia, debido al impacto psicológico y la demanda física”, aseguró.

A este joven de 34 años le gusta su trabajo, cuando habla se le nota lo apasionado que está por lo que hace, pero por su cabeza —aunque le es difícil de admitir— también pasó la idea de renunciar a su trabajo debido al desgaste físico y emocional que ha tenido en este período.

“Yo creo que la persona que diga que no le ha pasado por la cabeza está mintiendo o no se ha metido lo suficiente. Yo dichosamente adoro la profesión que ejerzo, me gusta mucho mi trabajo, el desenlace, el proceso de enfermedad, deductivo. Cuidados Intensivos es una especialidad que a mí me encanta y admitirle que he considerado renunciar no es fácil, porque uno está orgulloso de su trabajo”, señaló.

“En otros contextos podría ser interpretado como falta de vocación o debilidad, pero no, se lo digo con toda honestidad, eso ahorita obedece más que nada al instinto de autoconservación y supervivencia. Es tan desgastante, tan frustrante que yo creo que cualquiera que tenga dos dedos de frente quiere salir corriendo al ratito de estar ahí. Es un ritmo de trabajo que no cualquier persona le aguanta a uno. Me atrevo a afirmar que no cualquier persona puede dedicarse a lo que estamos haciendo ahorita”, agregó.

Cualquiera del equipo, independientemente de su función, está cansado, abrumado, triste, preocupado por su familia que no se ha vacunado, por la gente con factores de riesgo, afirma. Este funcionario de la CCSS tampoco ha sido la excepción.

“He pasado por muchos momentos en la pandemia. Mi hermana tuvo un embarazo gemelar en medio de la pandemia, eso aporta estrés, mucha alegría y también preocupación. Y yo también tuve el síndrome de Burnout (estrés asociado al trabajo) bastante marcado el año pasado, tuve evidencia de depresión mayor. A pesar de mis prejuicios previos, yo personalmente fui a buscar atención psicológica y psiquiátrica. Yo dije ‘esto me sobrepasa como persona, como profesional”, destacó.

De acuerdo con Carolina González, psicóloga clínica del Centro Nacional del Dolor y Cuidados Paliativos, existe un alto grado de ansiedad en el personal de Salud.

“Ahorita se está volviendo a ver mucha ansiedad, angustia y hasta enojo por la presión que existe a nivel de la Caja. El enojo y la angustia no se da solo por la presión laboral, sino también por si contagian a la familia, o si se contagian y no pueden laborar, y necesitan dinero, esto además de la presión laboral”, añadió.

González relató que existen funcionarios que han perdido familiares por COVID-19. Muchos de estos trabajadores de la salud estaban con orden sanitaria al momento del deceso de sus parientes y tampoco pudieron despedirse de ellos.

“Cuando hablo con psicólogos que están en la primera línea de atención, nos dicen que los médicos están agotados, incluso hay personas que no quieren hacer extras porque están cansadas”, acotó.

Difícil prueba: muerte de colegas

Otra difícil prueba para Chacón fue la muerte en octubre del año anterior de Jaime Solís, médico intensivista del hospital San Juan de Dios, al cual recuerda como su mentor.

“Esa fue la gota que derramó el vaso. Ahí dije ‘hasta aquí”, asegura. La muerte de Solís evidenció más que nunca que los intensivistas eran una primera línea muy vulnerable al COVID-19. “Ni siquiera ser especialista en cuidados intensivos garantizaba sobrevivir a esto”.

Según datos de la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS) hasta el 4 de mayo, 23 funcionarios de la institución habían fallecido por causas relacionadas a la COVID-19.

Chacón hizo hincapié en que mucho del personal de Salud que está atendiendo la pandemia no tiene la experiencia necesaria para la atención, pero las circunstancias, y la saturación de los hospitales hizo que también fueran llamados a atender casos COVID-19.

“Los médicos acostumbrados a atender cubículos de 6 o 12 pacientes pasaron a cubículos de 40 pacientes con complejidades mayores, asistidos por gente que tampoco tiene la experiencia porque nadie tiene por qué tener experiencia manejando 50 pacientes graves con la misma enfermedad a la vez. Es una situación sin precedentes”, indicó.

“Yo me alegro mucho de poder ser útil, de poder aportar desde mi especialidad, pero hubiera preferido mil veces trabajar de manera convencional. Cuando lo que usted hace implica tanta desazón, congoja y trabajo, por más bueno que usted sea, preferiría no tener que hacerlo nunca. Es un trabajo que parte del hecho de que alguien no está bien. Yo valoro mucho el aprecio y la gratitud de la gente, pero yo no quiero ser el héroe de nadie ni quiero que me den las gracias, yo lo que quiero es que esta cosa se acabe, porque cualquier mérito surge de la adversidad, de lo macabro que ha sido esta pandemia”, finalizó.

Contagio en el lugar de trabajo

Los contagios COVID-19 también han tocado la puerta de 8.924 funcionarios de la CCSS, ese es el caso de José Rivera, enfermero del hospital San Juan de Dios, quien se contagió en ese centro médico en julio del 2020.

Rivera regresó a su trabajo hasta el mes de setiembre; sin embargo, la peor parte la llevó su esposa quien es diabética e hipertensa y tuvo que ser hospitalizada y hasta intubada por la gravedad de la enfermedad.

“Ella quedó con muchas secuelas posterior a la COVID-19. A nosotros nos dio muy duro. Nos dejó bastantes complicaciones respiratorias. Mi esposa es de alto riesgo. Debido a los trastornos de COVID y todos los tratamientos que se utilizaron quedó con una alteración muy grande y ha costado regularle la tiroides. Es una situación muy dura para nosotros”, indicó Rivera, de 52 años de edad.

“El problema de nosotros (los funcionarios) es que estábamos en un salón y en ese momento la COVID no se estaba manejando como ahora que el paciente sube y previo a esto se le hace una prueba. En ese momento solo se subían y empezaron a aparecer pacientes infectados e infectaron al personal”, añadió.

Según datos de la CCSS, la mayoría de los contagios contabilizados hasta el 4 de mayo (último corte) corresponden a enfermeros, que suman 2.209; el personal administrativo suma 1.632 casos; el personal de servicios generales y mantenimiento, 1.138; médicos, 1.116; y asistentes de pacientes suman 691, entre otros.

Agotamiento físico y emocional

Para este enfermero, al igual que sus compañeros, la atención de la pandemia ha sido muy desgastante física y mentalmente, pues la actividad en los salones del San Juan de Dios no merma. “A veces trabajamos con el mínimo de personal, dos auxiliares, un enfermero y un asistente. Es muy poca gente para atender salones con 20 pacientes. Ocho que sean ya es una tragedia atenderlos así. Las emergencias no piden permiso para aparecer”, aseguró Rivera.

“Cuando tengo dos días libres, yo honestamente no deseo levantarme de la cama, pero debo hacerlo”, agregó.

Los tiempos de comida muchas veces no se cumplen debido a la prisa diaria. En algunas ocasiones solo puede hacer una comida o incluso debe llevarse las tazas con los alimentos de regreso a la casa, pues no tuvo tiempo de hacerlo en su trabajo.

Argerie González estuvo hospitalizada por COVID-19 en el hospital San Juan de Dios. (Cortesía: Argerie González).

Escasez de recurso humano e insumos

Enfrentar pandemia ha sido difícil desde el punto de vista profesional, afirma Rivera, pues se envían directrices; sin embargo, la realidad es otra y el personal de Salud trabaja “con lo que Dios le ayude” y no con lo que se dice en el lineamiento.

La parte emocional de los trabajadores de Enfermería también ha sido afectada pues se enfrentan a gente enferma y en muchas ocasiones no pueden darles la mejor atención debido a falta de personal o insumos.

“Ahorita hay una escasez de dispositivos respiratorios para los pacientes. A veces tenemos una emergencia, hay dos o cuatro pacientes con una desaturación de oxígeno terrible, se llama por el sistema, necesitamos los terapistas, que nos traigan el material para solventar la situación y no hay cómo. No aparecen los terapistas, no hay material para que ellos traigan, todo esto es terrible. Entra uno en una parte de sentirse agobiado por no poder darle la atención oportuna al paciente”, externó.

Las secuelas de la enfermedad

 Algunos de los funcionarios de la CCSS han tenido la muerte de cerca. Ese es el caso de Argerie González, quien trabaja como personal de Servicios Generales en el hospital México y fue contagiada de COVID-19 en su centro de trabajo en marzo del 2020.

Su caso a diferencia del de José, fue aún más complicado, pues terminó internada en una Unidad de Cuidados Intensivos durante 22 días.

“Estuve 22 días en UCI. Después de eso seguí mal, me detectaron Clostridium (una bacteria). Al final, duré 72 días internada. Quedé hasta inválida, me tuvieron que dar terapia física”, indicó González, de 50 años de edad.

Su vida, asegura, dio un giro radical después del contagio y la hospitalización, incluso hasta sus labores en el hospital cambiaron pues pasó de realizar limpieza a hacer algunas funciones de oficina.

“Ya no tengo la misma capacidad para trabajar, se me va mucho el aire, mi cuerpo no responde como antes. Ya no puedo hacer las mismas cosas. Limpio y siento que me ahogo. Me agito, me canso”, destacó.

Casi renuncia

La enfermedad fue tan agresiva con Argerie que pudo regresar a laborar hasta enero de este año. El trauma que le generó el contagio la hizo dudar de regresar a laborar, pues incluso los médicos aseguraban que no iba a sobrevivir.

“Quedé traumada. Pensé que iba a renunciar. No quería saber del hospital. Después de la atención con el psiquiatra me dijeron que me hacía bueno trabajar. Me arriesgue y vine a trabajar. Ahorita me siento a veces bien, a veces mal. Hay días que me siento deprimida”, señaló.

“Cuando veo gente que entra me acuerdo de lo que ha pasado. A veces lloro, pero recuerdo que estoy viva. A mi esposo también le dio COVID pero no le fue tan terrible. A mi familia le habían dicho que yo estaba agonizando, que al jueves santo no llegaba. Dios me salvó, me devolvió”, añadió.

Esta trabajadora de la Caja asegura que extraña la vida que llevaba antes, su anterior trabajo, y le pide a Dios no volver a contagiarse del virus, pues no sabe si sobreviviría nuevamente a la enfermedad.

“Extraño esa alegría y energía que tenía, servir a la gente, a los pacientes. No eran cosas que me tocaban a mí pero me gusta mucho servir. Yo hablaba mucho con los pacientes, los hacía reír, y eso me hace mucha falta, pero ahora tengo totalmente prohibido acercarme a esos lados. Me gustaba la limpieza total y rotunda en mi casa y ahora no puedo, tengo que estar parando a cada rato porque me agito mucho. Yo era muy bailarina y ya ni eso, no es lo mismo. Un día de estos intenté hacerlo y no pude. Son un montón de cambios que uno ve en el cuerpo”, finalizó.

Las autoridades de la CCSS han denunciado desde semanas atrás la saturación de los hospitales e incluso pidieron a la Comisión Nacional de Emergencias (CNE) elevar la alerta sanitaria a roja; sin embargo, esto no sucedió. También han externado en varias ocasiones el agotamiento que acumula el personal de Salud.

La saturación de los hospitales llegó a tal punto que el martes 18 de mayo el presidente ejecutivo de la CCSS, Román Macaya, anunció que la institución trasladará pacientes no COVID a hospitales privados con el objetivo de liberar camas.

La Caja reportó para el martes 18 de mayo 1.423 personas  hospitalizadas, de las cuales 47 se encontraban en centros privados y 1.376 en el sistema público. Además, 499 personas estaban en UCI y 924 en Salón.


 

   

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