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¿Por qué somos vulnerables a las noticias falsas cobre COVID-19?

La forma en que el cerebro gestiona la incertidumbre y los sesgos cognitivos de la psique humana podrían estar detrás de la confiabilidad que se atribuye a informaciones falsas y las razones por las cuales se difunden.

Desde falsas curas hasta teorías de la conspiración, las noticias falsas se distribuyen tan rápidamente en estos días como el virus SARS-Cov-2 causante de la pandemia por COVID-19.

Según un estudio realizado por Pew Research Center de Estados Unidos, el 48% de los adultos estadounidenses reportó haber visto al menos una noticia falsa sobre el brote de COVID-19. De estos, el 12% manifestó que esa exposición a falacias ha sido mucha.

Al enfocarse en las personas que se informan principalmente a través de redes sociales, el estudio reveló que el 57% de ellos dijeron haber encontrado algunas o muchas noticias sobre COVID-19 que parecían completamente falsas.

Precisamente, el estudio detectó que este grupo de personas era ligeramente más propenso a creer en la teoría de que el nuevo coronavirus fue creado en un laboratorio, lo cual es falso. También fueron más proclives a decir, en un 70%, que los medios de comunicación han exagerado la amenaza que supone el virus.

¿Por qué somos susceptibles a las noticias falsas? Recurrimos a las investigaciones en los campos de la neurociencia y la psicología para aproximarnos a una respuesta.

Lo viejo conocido

El cerebro humano tiene sus propios mecanismos para procesar la nueva información que le llega a través de los sentidos, la cual viene acompañada por incertidumbre y variabilidad debido, precisamente, a su componente de novedad.

Lo que hace el cerebro es basarse en experiencias anteriores para compensar esa incertidumbre y variabilidad. Esto aplica tanto para tareas motoras como para las interacciones sociales, por ejemplo, “cuando tratamos de interpretar las motivaciones de otras personas o recordamos eventos pasados”. Así lo destacaron investigadores del Instituto McGovern de Investigación Cerebral del MIT (Estados Unidos) en un estudio cuyos resultados se publicaron en Nature Communications en el 2018.

Según explicaron los científicos a través de un comunicado, el cerebro combina múltiples piezas de información que son potencialmente conflictivas y las valora según su fiabilidad. Por ejemplo, si se da información de dos fuentes, preferirá la que considere más creíble.

En otros casos, el cerebro se basará en un promedio de sus experiencias anteriores. Por ejemplo, al entrar a una habitación desconocida y oscura, la persona moverá su mano hacia cierta altura y próxima al marco de la puerta porque su experiencia sugiere que allí podría estar el interruptor de la luz.

Esos mecanismos lo que pretenden es reducir la incertidumbre, ya que esta podría causar un estado psicológico de ansiedad y, si esta se incrementa, entonces se traduce en miedo, el miedo en pánico y las decisiones que se toman en estado de pánico no suelen ser las mejores.

Ciertamente, la pandemia por COVID-19 hace de la incertidumbre la nueva norma y, por tanto, las personas están lidiando con niveles de perplejidad que están causándoles ansiedad y estrés. Ante este panorama, su primera respuesta suele ser más emocional que racional; algo que precisamente activan las noticias falsas.

¿Cómo gestiona el cerebro la incertidumbre?

De hecho, las personas no somos muy buenas gestionando la incertidumbre. Preferimos las certezas porque estas nos permiten tomar decisiones menos riesgosas.

Un estudio llevado a cabo por investigadores del Instituto de Neurología de la University College de Londres (UCL), publicado en Nature Communications en el 2016, evaluó el nivel de estrés ante situaciones que implicaban una incertidumbre o una certeza.

El estudio recurrió a un experimento donde los 45 voluntarios jugaban en la computadora a voltear rocas y debajo de estas podían haber serpientes. Si había una serpiente, entonces la persona recibía una descarga eléctrica ligeramente dolorosa en la mano.

A lo largo del juego, los niveles de incertidumbre fluctuaron. Esa incertidumbre coincidió con los niveles de estrés comunicados por los participantes y confirmados por señales fisiológicas como dilatación de pupilas y transpiración.

“Nuestro experimento nos permite sacar conclusiones sobre el efecto de la incertidumbre en el estrés. Resulta que es mucho peor no saber que vas a recibir una descarga que saber que definitivamente lo harás o no. Vimos exactamente los mismos efectos en nuestras medidas fisiológicas: la gente suda más y sus pupilas se agrandan cuando están más inciertas”, explicó el investigador Archy de Berker en un comunicado de prensa.

“El escenario más estresante es cuando realmente no sabes. Es la incertidumbre lo que nos pone ansiosos. Lo mismo se aplica en muchas situaciones familiares, ya sea esperando los resultados médicos o la información sobre los retrasos de los trenes”, agregó Robb Rutledge, coautor del estudio.

El estudio también reveló que las personas cuyas respuestas al estrés aumentaron más en los períodos de mayor incertidumbre, eran mejores para juzgar si las rocas tendrían o no serpientes debajo.

“Desde una perspectiva evolutiva, nuestro hallazgo de que las respuestas al estrés están sintonizadas con la incertidumbre ambiental sugiere que puede haber ofrecido algún beneficio de supervivencia. Respuestas apropiadas al estrés podrían ser útiles para aprender sobre cosas inciertas y peligrosas en el medio ambiente. La vida moderna viene con muchas fuentes potenciales de incertidumbre y estrés, pero también ha introducido formas de abordarlas. Por ejemplo, las aplicaciones para taxis que muestran dónde está un carro pueden ofrecer tranquilidad reduciendo la incertidumbre sobre cuando llegará”, explicó Sven Bestmann, también autor del estudio.

Investigadores de la Universidad de Brown (Estados Unidos) propusieron, en un estudio publicado en Nature Human Behavior en el 2019, un modelo psicológico de tres formas interrelacionadas de reducir la incertidumbre en situaciones sociales que van desde procesos automáticos, casi instintivos, hasta procesos más exigentes desde el punto de vista cognitivo.

La inferencia automática es el proceso de predecir el comportamiento de otra persona basado en su apariencia y en las normas sociales del entorno. El segundo método, la inferencia controlada, es el proceso de actualización de las impresiones iniciales utilizando nueva información como ponerse en los zapatos de la otra persona. El aprendizaje social, que sería el tercer método, implica la actualización de sus creencias y acciones usando experiencias pasadas o información de segunda mano del comportamiento pasado de la persona.

Las personas usan los tres métodos, en diferente medida, para reducir su incertidumbre social. Los investigadores dieron un ejemplo de cómo las personas pudieran recurrir a los tres métodos para resolver la incertidumbre social que implica prestarle dinero a un desconocido.

“Para la inferencia automática, una persona podría estar dispuesta a prestar más dinero a otro que parezca confiable o amable. Sin embargo, la decisión de prestar más dinero a alguien basado en el hecho de compartir una conexión emocional o la evidencia de valores compartidos es un ejemplo de inferencia controlada. El aprendizaje social podría entonces entrar en juego si el prestamista se entera por un amigo de que el destinatario es digno de confianza”, dijeron.

Ahora bien, las personas también recurren a “atajos mentales” para reducir la incertidumbre social.

“Las primeras impresiones y los estereotipos sirven para algo ya que vivimos en mundos muy ruidosos donde tenemos que hacer juicios rápidos sobre la gente todo el tiempo. No se puede obtener una imagen holística de cada persona que se encuentra en la calle, pero la confianza en las primeras impresiones puede salir mal cuando la gente no está dispuesta a buscar más información y obtener una imagen más amplia de quién es la persona, y en su lugar permanecer estrechamente enfocado en su primera impresión”, comentó el investigador Oriel FeldmanHall en una nota de prensa divulgada por la universidad.

Muchas veces, esas primeras impresiones se basan en respuestas emocionales que parten del sistema cognitivo de las personas, compuesto este por sus creencias e ideas.

Investigadores de la Universidad de Emory (Estados Unidos) notaron esa respuesta emocional en un experimento que realizaron hace más de una década. Tres meses antes de las elecciones presidenciales estadounidenses del 2004, los investigadores recurrieron a imágenes por resonancia magnética funcional (fMRI, por sus siglas en inglés) para estudiar una muestra de participantes cuya característica era que estaban plenamente comprometidos con su respectivo partido político, ya fueran demócratas o republicanos.

El experimento consistía en que, a los representantes de ambos partidos, se les dio una tarea de razonamiento en la que tenían que evaluar la información que resultaba amenazante sobre su propio candidato. Durante la tarea, los sujetos se sometieron a una resonancia magnética para ver qué partes de su cerebro estaban activas.

“No vimos ningún aumento en la activación de las partes del cerebro normalmente ocupadas durante el razonamiento. Lo que vimos, en cambio, fue una red de circuitos de emociones encendidas, incluyendo circuitos que se supone que están involucrados en la regulación de las emociones, y circuitos que se sabe que están involucrados en la resolución de conflictos”, explicó Drew Westen, director de psicología clínica en la Universidad Emory y líder de la investigación en aquel momento, a través de un comunicado.

Una vez que los participantes llegaron a conclusiones completamente sesgadas -ya que encontraron maneras de ignorar la información que no podía ser racionalmente explicada- no solo se apagaron los circuitos que mediaban las emociones negativas como la tristeza y la repugnancia, sino que los sujetos obtuvieron una ráfaga de activación en los circuitos involucrados en la recompensa.

“Ninguno de los circuitos involucrados en el razonamiento consciente estaba particularmente comprometido. Esencialmente, parece como si los participantes giraran el caleidoscopio cognitivo hasta obtener las conclusiones que quieren, y luego se refuerzan masivamente para ello, con la eliminación de los estados emocionales negativos y la activación de los positivos”, dijo Westen.

Sesgo de confirmación

El hecho de que una noticia sea perciba como verdadera o falsa depende más de factores psicológicos y la clave está en un fenómeno conocido como sesgo de confirmación, el cual explica que existe una tendencia en las personas por buscar y aceptar información que confirme sus creencias y rechace o ignore aquella información que las contradice.

Investigadores de la Universidad de Western Australia lo notaron en dos experimentos cuyos resultados publicaron en la revista científica Memory & Cognition en el 2013. “Demostramos que las actitudes preexistentes determinan la confianza de la gente en la información. Es decir, es más probable que la gente utilice una pieza de información en su razonamiento cuando esta pieza de información es congruente con sus actitudes y creencias”, se lee en el estudio.

Asimismo, los investigadores añadieron: “la información errónea que respalda las actitudes de una persona será coherente con el conocimiento personal existente y otras creencias, será familiar y por lo tanto fácil de procesar y más fácilmente creíble, y a menudo provendrá de una fuente de confianza y será compartida por otros en la red social de la persona”.

Los investigadores de la Universidad de Emory, que estudiaron los cerebros de demócratas y republicanos, también lo notaron en su estudio y adujeron que el interpretar información falsa como verdadera es el resultado de dar prioridad a la identidad e ideología frente a la precisión y la fiabilidad.

“Tener fuentes de información de calidad no nos resulta suficiente si pensamos que las personas que las producen pertenecen a un grupo distinto al nuestro”, explicaron los investigadores en un comunicado.

Como seres sociales, uno de los mecanismos de supervivencia que los seres humanos tienen como especie radica precisamente en la manada. Por tanto, la confianza en los pares se vuelve vital ante una amenaza como puede ser la incertidumbre.

Diversos verificadores de noticias falsas, como #Nocomacuento y Doble Check, han notado que las falacias suelen correr generalmente por la aplicación de mensajería WhatsApp.

“El problema de este canal es que nos llegan bulos (falsedades) de amigos y familiares, fuentes de las que, en principio, nos fiamos de manera natural e inconsciente”, declaró Helena Matute, catedrática de Psicología Experimental en la Universidad de Deusto, a la Agencia Sinc.

“Para los usuarios de Facebook, la mensajería privada es, cada vez más, una fuente clave de influencia social e información sobre el coronavirus. Debido a que estos grupos a menudo reúnen a las redes de mayor confianza -familia, amigos y compañeros de clase- existe un mayor riesgo de que la gente se dirija a ellos en momentos de ansiedad y se vuelvan susceptibles a la desinformación”, advirtió Bhaskar Chakravorti, decano de Negocios Globales en la Escuela Fletcher de la Universidad Tufts, en un artículo suyo publicado en The Conversation.

Chakravorti también apeló a la responsabilidad de los influencers, sobre todo en plataformas como Twitter e Instagram. Si bien las personas pudieran no conocerlos personalmente, sí interactúan a diario con ellos a través de las redes sociales y por les tiene confianza.

Las redes sociales, a partir de sus funciones de reacción y la posibilidad de compartir contenido, facilita que la noticia falsa se distribuya rápidamente y más personas estén expuestas a estas.

Un estudio, publicado en la revista Psychological Science en diciembre 2019, observó que la carga ética que media en el acto de compartir una falacia era menor conforme más distribuida fuera esa noticia falsa.

Los investigadores pidieron a 2.500 personas que llenaran una encuesta en donde calificaban cuán poco ético o aceptable sería publicar un titular falso, cuán probable sería que le dieran “me gusta” o compartieran una publicación similar y cuán probable era que bloquearan o desatendieran a la persona que lo publicara.

Los participantes calificaron los titulares falsos que habían visto una vez como poco éticos e iban volviéndose más flexibles en su calificación con aquellos que habían visto más de una vez. Asimismo, dijeron que era más probable que les “gustara” y compartieran un titular falso visto anteriormente y que era menos probable que bloquearan o dejaran de seguir a la persona que lo había publicado.

Para los investigadores, una hipótesis es que la repetición de la información falsa o errónea le brinda “un toque de veracidad” que pudiera aumentar la tendencia de las personas a darse “un permiso moral” para compartirla, independientemente de si creen o no lo que dice esa noticia falsa.

“La investigación de mi equipo sugiere que las motivaciones de la gente para compartir también podrían ser parte del problema. Hemos encontrado que los usuarios de Twitter tienden a retwittear para mostrar aprobación, discutir, llamar la atención y entretener. La veracidad de un mensaje o la exactitud de una afirmación no fue una motivación identificada para el re-tweet. Eso significa que la gente podría estar prestando más atención a si un tweet es popular o emocionante que a si su mensaje es verdadero”, escribió Jon-Patrick Allem, director del Laboratorio de Análisis de Medios Sociales en la Escuela de Medicina Keck de la University of Southern California (USC) y quien lidera una investigación diferente a la publicada en Psychological Science, en un artículo publicado en The Conversation.

Las falacias pueden llevar a falsos recuerdos

Las personas pueden formar falsos recuerdos después de estar expuestos a noticias falsas, especialmente si esas historias se alinean a sus creencias, así lo demostró un estudio publicado en la revista de la Association for Psychological Science.

Para su estudio, las investigadoras contaron con 3.140 personas adultas a quienes les presentaron seis informes de noticias, dos eran informaciones falsas que mostraban a activistas, de ambas partes de una causa, exhibiendo un comportamiento ilegal o incendiario.

Después de leer cada historia, se les preguntó si habían oído hablar del acontecimiento descrito en esas noticias. En caso afirmativo, se les interrogó sobre si tenían recuerdos específicos sobre el acontecimiento. Seguidamente se les informó que algunas de las noticias que habían leído eran falsas y los invitaron a identificarlas. Finalmente, las personas completaron una prueba cognitiva.

Casi la mitad de los participantes informaron de un recuerdo de, al menos, uno de los acontecimientos inventados y algunos hasta recordaron ricos detalles sobre este. “Esto demuestra la facilidad con la que podemos plantar estos recuerdos totalmente fabricados, a pesar de esta sospecha de los participantes e incluso a pesar de una advertencia explícita de que se les podrían haber mostrado noticias falsas”, dijo la investigadora Gillian Murphy a través de un comunicado de prensa.

Para Elizabeth Loftus, investigadora y colega de Murphy, es importante comprender los efectos psicológicos que tienen las noticias falsas, más en un momento en que la tecnología está facilitando no solo la falsificación de textos sino también imágenes y videos.

“La gente actuará con sus falsos recuerdos y a menudo es difícil convencerlos de que las noticias falsas son falsas. Con la creciente capacidad de hacer noticias increíblemente convincentes, ¿cómo vamos a ayudar a la gente a evitar ser engañada?”, dijo Loftus.

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