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Pacientes sufren las secuelas aún meses después de haber superado la COVID-19

Tres pacientes en edad productiva que sobrevivieron a la enfermedad narran cómo conviven a diario con las secuelas. La terapia, en sus casos, ha sido indispensable para salir adelante; sin embargo, retomar su vida “de antes”, parece ser ahora solo una utopía.

Han pasado ya varios meses desde que Magaly, Eddy y Heiner estuvieron en una Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) para superar la COVID-19. Sin embargo, las secuelas en sus cuerpos aún se mantienen latentes.

La falta de aire (disnea), la fatiga, los dolores musculares, la dificultad para caminar, entre otros, son una constante en estas tres personas en edad productiva; incluso, dos de ellos, ni siquiera se han podido reintegrar a sus antiguos trabajos.

De acuerdo con el fisiatra Édgar Mora, a cargo de la rehabilitación post COVID en el Centro Nacional de Rehabilitación (Cenare), entre las secuelas más comunes en los pacientes que han sido hospitalizados por esta enfermedad se encuentra la disnea, la fatiga, la intolerancia al ejercicio, el síndrome de estrés post traumático, las lesiones nerviosas, las alteraciones del nervio ciático, el dolor de pecho residual, la debilidad adquirida en una unidad de cuidados intensivos, entre otros.

“También hemos detectado secuelas a nivel cardíaco, como alteraciones del ritmo cardíaco o inflamación en el tejido cardíaco”, añadió.

Mora indicó que las edades y las comorbilidades de los pacientes hacen prever a los médicos sobre cuál será la magnitud de sus secuelas. No obstante, esta regla a veces no aplica, e incluso las personas jóvenes presentan estas consecuencias de forma grave.

“Hemos visto pacientes jóvenes que fueron hospitalizados con disnea, la secuela más común. Esto les va a afectar las actividades diarias, y tendrán repercusiones a nivel laboral. Y esto también se va a manifestar en alteraciones neuropsiquiátricas”, mencionó.

Algunas de las secuelas podrían ser temporales; mientras que otras, por el contrario, serán permanentes, afirmó.

“Muchos, tenemos buena cantidad (de pacientes) que aún no han podido reincorporarse a sus labores porque tienen alguna secuela persistente. Algunos tienen enfermedades a nivel de nervios periféricos, los cuales no les permite caminar bien, otros todavía no están en condiciones para poder resistir un ritmo de trabajo demandante, o incluso pueden tener alguna alteración a nivel cognitivo (falta de memoria o atención)”, acotó.

Por otra parte, los pacientes que no han requerido de una hospitalización suelen tener entre sus secuelas tos persistente, dolor articular, dolor de cuerpo residual, intolerancia al ejercicio, cuadros depresivos, entre otros.

Existen incluso secuelas que aparecen -aunque pocas veces- en los pacientes que han sido contagiados por este virus, tales como la miocarditis o accidentes cerebrovasculares.

Mora indicó que la gran mayoría de los pacientes luego de las primeras cuatro semanas ya deberían haber resuelto los síntomas. Luego de esto se considera COVID post agudo, el cual va de las cuatro a las doce semanas, y posterior a este período, se identifica que la persona sufre de COVID prolongado.

Falta de aire a más de un año del contagio

 Magaly Rojas, asistente de pacientes del Hospital San Rafael de Alajuela, fue uno de los primeros casos de COVID-19 reportados en el país, en marzo del 2020. Su contagio se dio laborando en ese mismo centro médico.

A pesar de que ya transcurrió más de un año después de ese “positivo”, las secuelas en su organismo luego de estar internada en una UCI se presentan a diario.

Esta mujer de 39 años de edad asegura que no puede permanecer mucho tiempo de pie, que se ahoga con facilidad, posee una obstrucción nasal, y que sus pulmones y riñones quedaron dañados por los antibióticos.

“Lo más grave es el ahogo y no poder permanecer de pie, pues tengo debilidad y dolor de piernas”, indicó Rojas, quien no tiene factores de riesgo.

Rojas aún no ha podido regresar a laborar debido a las secuelas de esta enfermedad. Los médicos le dieron de alta, pero cuando fue a trabajar hace unas semanas no pudo cumplir con sus labores, por lo que le extendieron su incapacidad.

“No pude realizar las funciones, se me hincharon las piernas y las manos. Ese día intenté hacer dos camas, acompañada, y me faltaba el aire”, indicó.

“Esto ha sido bastante difícil, yo tenía la esperanza de realizar mis labores como antes lo hacía. Yo era muy rápida, pero ahora no hago ni la mitad. No puedo hacer casi nada”, dijo.

Las prácticas cotidianas, que antes eran fáciles de realizar, como bañarse o vestirse, tampoco las puede hacer como antes. Comenta que se baña pausadamente y se viste sentada. Lo mismo le pasa cuando cocina, pues lo debe realizar con una silla cerca.

“A mi se me están terminando las expectativas. Poco a poco uno se va resignando”, alegó.

Antes de la COVID-19, esta mujer practicaba fútbol. Sin embargo, realizarlo ahora es casi imposible.

“Creo que el fútbol no va a regresar, porque con costos puedo caminar. Cuando pasan los días y no veo mejoría alguna, se me va terminando la esperanza”, mencionó.

Rojas comentó también que se encuentra recibiendo terapia respiratoria y atención psicológica en el hospital San Rafael de Alajuela, esto le ha permitido ir mejorando. Cuando salió del centro médico, por ejemplo, le costaba hablar, debido a la traqueotomía que le realizaron mientras estaba hospitalizada, y tampoco podía caminar pues sentía debilidad en sus piernas.

Debilidad y pérdida de memoria

Otro de los pacientes que ha presentado distintas secuelas después de estar hospitalizado por COVID-19 es Eddy Umaña, quien enfermó en enero de este año.

Este hombre de 46 años de edad, estuvo internado en el Ceaco durante 22 días. Esta enfermedad le provocó también una trombosis pulmonar.

“Cuando salí de ahí, de la UCI, no podía caminar, tuve que recibir terapia. A mí se me dañó el pulmón derecho. Cuando hago terapia me duele el pulmón”, indicó.

La vida que antes llevaba, no la ha podido retomar, pues las secuelas de la COVID-19 se han puesto en su contra. Entre ellas destacan la pérdida de memoria, el dolor de las articulaciones, la falta de aire y la debilidad.

Umaña agregó que las plantas de los pies se le descamaron, que aún se le hinchan las piernas, y que incluso se le resaltaron las venas en estos miembros inferiores.

“El doctor dice que puede que mejore. Hay secuelas que también pueden quedar, según me dice”, añadió.

Este vecino de Moravia posee una arritmia cardíaca y también es asmático; ahora, su peor miedo es una reinfección del virus, pues no sabe si podría sobrevivir.

Este hombre que trabaja haciendo entregas en un camión repartidor tampoco ha podido regresar a su trabajo y desconoce si cuando vuelva lo van a reubicar, pero lo que sí tiene claro es que sus capacidades no son las mismas que antes. En su trabajo, por ejemplo, tenía que estar cargando bolsas y cajas pesadas con productos y manejaba el vehículo por muchas horas.

“Los camiones son de carga, no podría manejar pues son de cambios”, indicó.

Su vida cambió en sobremanera, pues actualmente no puede bajar gradas, y si camina largas distancias debe estar de pie. Antes también jugaba fútbol con sus hijos y corría, y desde la hospitalización no lo ha podido hacer.

“Extraño la  vida que llevaba antes, podía hacer de todo. Tenía más libertad de hacer las cosas”, indicó.

Al igual que Rojas, este hombre asegura que se contagió laborando, pues a diario visita entre 35 y 40 negocios para llevar los productos. En esos lugares le toca tocarlos, acomodarlos y hablar con los dependientes.

El estar incapaciatado también ha golpeado su economía, pues antes recibía comisiones. “Yo recibía comisiones y ya no.Estamos viendo el asunto de un hilo y estamos reduciendo gastos”.

Actualmente Umaña se encuentra recibiendo terapia física y psicológica en el Ceaco. “Con terapias he ido mejorando, pero el pulmón sigue fallando”, finalizó.

Entre las secuelas más comunes en los pacientes que han sido hospitalizados por esta enfermedad se encuentra la disnea, la fatiga, la intolerancia al ejercicio, el síndrome de estrés post traumático, el dolor de pecho residual, la debilidad adquirida en una unidad de cuidados intensivos, entre otros. (Foto: Cortesía Cenare)

Sin poder caminar

La COVID-19 tocó las puertas de Heiner Fuentes, de tan 34 años de edad, a finales de enero de este año. La severidad fue tal que tuvo que ser hospitalizado en el Ceaco durante casi 20 días.

Este vecino de Siquirres pasó nueve días intubado. Una vez que se despertó, comenta, cayó en cuenta de la realidad; no podía levantarse de la cama.

“Siempre tuve movilidad, pero no tenía noción de la realidad. Un enfermero me dijo que si me podía levantar y dije que sí, pero realmente se me oscurecía todo, con el mínimo esfuerzo se me aceleraba el corazón. Ahí me percaté de que las cosas no estaban bien”, afirmó.

“No podía sentarme y menos caminar. De la camilla a silla de ruedas. Fue todo un caos, sentía que me iba a descomponer, fue muy difícil. No podía sostener mi cuerpo, intentaba dar un paso y mis pies no me funcionaban”, añadió.

Las terapias que le dieron durante su estancia en el Ceaco le ayudaron a ir mejorando con los días. Al principio, por ejemplo, no podía comer ni bañarse solo. “Fue muy complicado, no podía valerme por mi mismo”, indicó.

Una vez que salió del hospital, Fuentes debió utilizar la silla de ruedas y conforme pasó el tiempo y con la ayuda de terapia física, empezó a utilizar la andadera, y luego las muletas. Ahora, este joven puede caminar sin ningún tipo de ayuda.

A pesar de que ya puede caminar, otras secuelas quedaron en su cuerpo luego de enfermarse por COVID-19 y estar internado.

“Si corro 100 metros, me ahogo. Mi parte física no es como antes. Caminar en algo inclinado me acelera el ritmo cardíaco. Además, me tiemblan mucho las manos y las uñas se me están cayendo”, dijo.

Este vecino de Siquirres indicó también que desde que salió del hospital y hasta ahora, padece de cansancio extremo.

Fuentes, quien es administrador de una tienda de electrodomésticos comentó que regresó a laborar hace 15 días. Durante este período no todo ha sido “bueno”, pues en algunas ocasiones ha llegado y se ha tenido que retirar, mientras que otros días simplemente no ha podido ir.

Comentó también que actualmente recibe terapias presenciales y virtuales en el Ceaco, todo esto le ha ayudado a mejorar.

Rehabilitación

Desde que ingresan al CEACO los pacientes con COVID-19 son abordados por personal especializado, entre ellos terapeutas en salud ocupacional, física, y de lenguaje.

“Con toda esta terapia queremos mejorar la calidad de vida de ellos, que una vez egresen puedan llevar una vida normal”, mencionó la jefe del servicio de terapia del Cenare, Patricia Vargas.

En el caso de la terapia de lenguaje, dan apoyo a los pacientes con disfonías y disfagias, entre otros. Los terapeutas en salud ocupacional, por su parte, les ayudan a trabajar su fuerza muscular, brindan estimulación sensorial y apoyan con técnicas para que puedan conservar su energía.

Los terapeutas físicos también participan en el proceso de rehabilitación de los pacientes. Ellos son los encargados de mejorar la movilidad de los pacientes que la han perdido.

Según datos del Cenare, en total se ha brindado rehabilitación a más de 1.600 pacientes hospitalizados por COVID-19.

Existe otro grupo de pacientes que, una vez que egresan del centro médico, continúan con las terapias post COVID, aseguró el fisiatra Édgar Mora, a cargo de esta rehabilitación en el Cenare. Los pacientes pueden recibir rehabilitación presencial o virtual.

El objetivo de este servicio es brindarle al paciente una mayor capacidad de recuperación funcional.

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