País Zoilamérica Ortega Murillo

“Nadie quisiera tener a una asesina como la mujer que te dio la vida”

“Daniel Ortega y Rosario Murillo ya no tienen salida”, afirmó Zoilamérica, hija de Murillo exiliada en Costa Rica.

El nombre de Zoilamérica ha estado en la memoria colectiva de los nicaragüenses desde ya hace décadas. Hija de Rosario Murillo e hijastra de Daniel Ortega, a quien en 1998 denunció de haberla violado por más de 20 años y a Murillo de ser cómplice de esos delitos. Desde entonces, ha sido víctima de acoso e intimidación por parte de la pareja presidencial. Hace cinco años, debido a la misma persecución, entró al exilio en Costa Rica.

Zoilamérica es socióloga y actualmente trabaja como docente universitaria. Afirma que lo que pasa en Nicaragua es un caso de una secta fundamentalista parecida a los nazis.

En esta entrevista, analiza la forma de gobernar de su madre y la persecución por parte del Estado nicaragüense hacia actores opositores de Ortega aún en tierra costarricense.

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Yo siento que no hay salida. En el afán de construir una trampa y una cárcel para toda Nicaragua, construyeron la propia; están atrapados. El problema es que todavía tienen consigo a todas las víctimas de esa telaraña de poder que ellos tejieron. Paulatinamente eso se irá liberando. La etapa que todavía nos tocará ver será cuando su propia gente de vuelta y les diga: “hasta aquí”. Seguramente ese momento será para ellos el más difícil.”.

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¿Cree que hay semejanzas entre la crisis de Nicaragua y su historia de abuso?

–Hay una sensación de que a mí la vida me entrenó para experimentar los primeros síntomas de la crueldad, manifestados tanto en el abuso como en la terrible venganza que emprendió mi madre para lograr de mi parte una retractación de mi denuncia de abuso sexual contra Daniel Ortega. Y silenciarme y aislarme.

Yo siento que la parte más difícil no es que se repite en el escenario de las formas de represión, lo brutal, las maneras cada vez más inescrupulosas contra el pueblo, sino la forma en la que se ha interiorizado el ejercicio del poder.

Yo lo he comparado exactamente con las dinámicas entre el abuso sexual y el abusador, en el sentido de esta primera etapa que los ciclos de abuso tienen, de manipulación, de creación de condiciones, para llegarse a considerar en el derecho de poseer. Yo siento que desgraciadamente la revolución se convirtió en la gran herramienta de manipulación.

En mi caso fueron los vínculos familiares entre el abusador y yo; en esto fue la manipulación de los símbolos de la revolución, del discurso, de los sentimientos, de toda la historia. Esa manipulación funcionó, creo yo, de la misma forma que funciona en el abuso sexual. A partir de eso vamos entregando cuotas de nuestra voluntad a esa persona. En el caso del abuso sexual, por el miedo, por la codependencia, llega un punto en que el abusador aniquila toda tu voluntad. De igual manera en Nicaragua fuimos entregando cuotas de poder que llegó a erigir esta concentración abismal, este aniquilamiento de la voluntad.

Luego, yo no tuve más opción que permanecer por mucho tiempo aislada, permanecer por mucho tiempo bajo los efectos de lo que ya era la violencia. Pero lo más duro es ver cómo en la violencia en Nicaragua ese proceso de manipulación, de concentración de poder, también tuvo una similitud con el silencio que me rodeó por muchos años.

¿En qué sentido?

–Recuerdo que después que denuncié, la pregunta que más se me hacía era que si nadie sabía. Ahora podemos preguntarnos: ¿Nadie sabía que ha habido tanto fraude electoral? ¿Nadie sabía de un pacto político que se hizo para distribuirse los poderes del estado? Sí sabían. ¿Por qué nadie habló? Se confirma que la complicidad sí funciona y que los agresores sexuales elijen claramente a quiénes quieren convertir. Veníamos siendo vulnerables de un contexto de dictadura y pensamos que íbamos a salir, creyendo plenamente en alguien.

Es lo mismo que pasó con una niña de diez años que venía de un mundo de carencias y que de pronto viene la revolución, sumada a ese poder, y le inventa un mundo de protección que luego se convierte en el mundo del abuso. Yo creo que lo más complicado para mí ha sido lo que se repite hoy. La complicidad de mi madre vuelve a estar presente. Una complicidad con dos actores que tienen como único propósito en su vida mantener y sostener el poder político. Exactamente de esa misma manera en que ellos afirmaron su alianza en torno al negar los hechos de los que yo los acusé, de la misma forma sigue funcionando esa capacidad que intentan enmascarar y dar otra versión de los hechos.

¿Por qué en las filas del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) se guarda silencio ante Ortega?

–Yo pienso que parte de esta manipulación tiene que ver con convertir la lealtad en complicidad. Por otro lado, si nos vamos por esa ruta, el denunciar es sinónimo de traición, el pensar diferente también es sinónimo de traición. En esa cultura fundamentalista que tiene el Frente Sandinista se han encontrado los suficientes mecanismos para también someter la voluntad. Ese sometimiento también está marcado por oportunismo, porque también hay quienes han sido pagados para dejar de pensar. Sin embargo, yo creo que no debemos dar las mismas responsabilidades a los liderazgos que a las personas que siguen manifestando hasta hoy estar cercanos al sentir que el FSLN es su opción. Son personas que, a pesar de todo lo que ven, quieren tratar de reescribir la historia. Hay gente que seguirá diciendo que es sandinista y que van a seguir respaldando un gobierno sandinista, aunque no se permitan decir que no es Daniel Ortega la persona. Yo creo que es necesario comprender la cuota de dolor, de entrega de muchas personas. Todavía en Costa Rica hay gente que dice tener emociones encontradas, claro, porque duele decir que se dio todo a cambio de nada.

Usted habla de lealtad. ¿El FSLN es leal a Rosario Murillo?

–Yo no lo llamaría a eso lealtad, sino sometimiento. Ella tiene una capacidad de ejercer el liderazgo de una forma implacable. Ser implacable implica que todo lo que está frente a vos debe ser útil a tus propósitos. Sin poder decir que no. La lealtad supone una voluntad tuya, pero a todas esas personas no se les preguntó si querían ser leales a ella, sino que hoy están atrapados en una dinámica de poder de la cual no pueden salir. Incluso, este mecanismo de volver asesinos a todas las personas para que al final todos estén acusados es parte de lo mismo. Eso no es lealtad. Tiene que ver con métodos de sometimiento profundo. Esto que te digo tiene que ver con esa capacidad maquiavélica de someter. Ella es experta en crear maneras de someter. Yo no sé si hay otra persona con la misma capacidad de impregnar miedo. Es muy curioso porque de pronto en el imaginario nicaragüense, incluso hasta hace muy poco, Daniel era el bueno y Rosario era la mala. Eso tiene que ver precisamente con que el don de él es el de la manipulación y el don de ella es el de crear terror.

¿Por qué la insistencia de Murillo de minimizar a las personas? ¿Por qué necesita calificar como “chingaste” y “puchitos” a la oposición?

–Algo que para mí siempre fue algo muy difícil fue la indiferencia. Es decir, con esa indiferencia el mensaje es: “no existís”. Yo no existí como su hija por diez años, diez años de no saber absolutamente nada hasta que retiré la demanda porque ya no podía, porque eso se traducía en venganza. A lo que voy, por un lado, es a ese profundo convencimiento de que “grande como ellos nadie”. Por otro lado, está el misterio de la verbalización para ser pequeños. Yo sí creo que la gente ha comparado el contexto Nazi y la superioridad de razas con ellos. Aquí también estamos ante una secta fundamentalista, solo que creada a la medida de las propias necesidades de alienación. Es un acto de absoluta arrogancia y superioridad que se convierte en algo muy peligroso, porque como ellos nadie. Eso significa que todo lo que los rodea debe ser eliminado y entre más pequeños sean con mucha más razón. En esta búsqueda de respuestas piensan que están con algún tipo de demencia y de esa manera los disculpamos porque “no saben lo que hacen” y eso no es así. O le damos títulos propios de dictadores y pensamos que entonces eso justifica su lógica política, pero lo que tenemos en Nicaragua es peor que eso; es un caso de alienamiento político. Ellos están alienando todo aquello que los justifique como los omnipotentes y los únicos en poder de llevar el país.

¿Qué siente cuando ve el nombre de su madre acusada de tantos crímenes?

–En una de las vigilias por Nicaragua tuve una experiencia muy fuerte porque sigue tocando la conciencia ver un rótulo de Rosario Murillo y Daniel Ortega con un gran rótulo de asesinos. Yo creo que nadie quisiera tener a una asesina como la mujer que te dio la vida. Es algo profundamente contradictorio. En mí todavía golpea mi humanidad. Sin embargo, es la realidad que me ha tocado y de la cual sigo aprendiendo, sobre todo tratando de entender qué va a significar para mí eso en un futuro. Eso es lo más difícil. Hay personas que no saben la diferencia entre ellos y yo; habrá un momento en que al final de sus días tendré yo que articular en qué termina su historia y en qué termina la mía.

Huyó de Nicaragua en 2013. ¿Se siente identificada con este éxodo de nicaragüenses que huyen por miedo a su familia?

–Hay un principio del refugio que es curioso y se llama huir por un temor fundado. Yo diría que para los nicaragüenses habrá que abrir un capítulo que se llame “Terror fundado”. Si yo pudiese expresar el nivel de terror que viví al saber que mi propia madre podía ser capaz de hacerme daño y hacerles daño a mis hijos, puedo entender que la situación de huir es porque están sembrando terror. Quieren que en Nicaragua se queden aquellos que acepten someterse, no les importa cuántos salgamos, siempre y cuando los que se queden acepten estar en la cárcel, secuestrados, y eso no lo van a lograr. Definitivamente los que vienen de Nicaragua son personas que no pueden vivir con ese miedo que siembran ellos. Habrá que ver qué implica tener una ola de migrantes atemorizados con las condiciones propias. Ellos están diseñando un país a la medida del reino que necesitan.

Se ha denunciado persecución por paramilitares dentro de Costa Rica. ¿Usted lo cree?

–Yo pienso que es muy difícil para el gobierno de Costa Rica admitirlo, pero la cercanía geográfica permitiría pensar que ese riesgo existe. Es una situación grave. Sobre todo por la posibilidad de que ellos tengan desertores de sus propias filas huyendo a Costa Rica y ellos pueden ser aquellos que suministren información que los pueden comprometer. Hay que entender que Daniel Ortega va a evitar ante todo un juicio por crímenes de lesa humanidad; la familia, mejor dicho. Tenemos que ser cuidadosos en no poner en duda la capacidad del Estado costarricense de protegernos; más bien, es reconocer que ellos pueden convertir cualquier circunstancia en una circunstancia de riesgo.

¿Qué otras cosas ha vivido aquí? ¿Ha sido víctima de xenofobia?

–Costa Rica es un país con una legislación sumamente avanzada en todos estos temas; sin embargo, en el caso de la xenofobia, históricamente les ha correspondido compartir el país con migrantes. Eso puede haber generado sentimientos encontrados. Por un lado, admitir la diversidad étnica de este país, la participación laboral que tenemos. Sin embargo, el nivel de aceptación a nosotros los extranjeros puede profundizarse. Pienso que a veces tenemos diferencias culturales muy marcadas y eso puede generar reacciones de exclusión y distancias muy grandes.

La gente menciona mucho “la Nueva Nicaragua”. ¿Qué significa eso para usted?

–La Nueva Nicaragua significa para mí un proceso educativo que trate de lidiar con esta herencia. Si mi familia sembró antivalores y prácticas perversas, yo quisiera contribuir en algo, deconstruyendo eso o dando testimonio de lo que tuve que hacer para ser menos Ortega Murillo y más Zoilamérica. Esto que viene también es una etapa pendiente. No más protagonismos, no más la necesidad de visibilizar como la mejor opción. Cada vez que una persona utiliza las redes sociales, está usando un mecanismo de poder que está fuera de él. Primero reconectemos con nuestro propio poder.

¿Cómo ve el futuro de Daniel Ortega y Rosario Murillo?

–Yo siento que no hay salida. En el afán de construir una trampa y una cárcel para toda Nicaragua, construyeron la propia; están atrapados. El problema es que todavía tienen consigo a todas las víctimas de esa telaraña de poder que ellos tejieron. Paulatinamente eso se irá liberando. La etapa que todavía nos tocará ver será cuando su propia gente de vuelta y les diga: “hasta aquí”. Seguramente ese momento será para ellos el más difícil. A la fecha, continúan acostumbrados a que nadie objete su voluntad. La comunidad internacional va a tener que ensayar maneras, como las ensayaron en los acuerdos de paz. Estoy segura de que esto también va a implicar pasar de este tipo de mecanismo a algo que sea verdaderamente efectivo y, si no, nos tocará a los nicaragüenses hacerlo.

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