Los resultados de la Encuesta Continua de Empleo (ECE), del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INEC), para el primer trimestre –enero a marzo– del 2020, dados a conocer la semana pasada, no trajeron noticias positivas, pero fueron particularmente desfavorables para las nuevas generaciones de mujeres quienes, a diferencia del pasado, hoy persiguen más un trabajo pagado.
Estos resultados, que todavía no incorporan los efectos sobre el empleo de las medidas de distanciamiento social puestas en efecto para hacer frente a la pandemia de COVID-19, revelan los sesgos de género que presenta el mercado de trabajo en nuestro país, por los cuales se favorece a los hombres y se limitan las oportunidades de trabajo para las mujeres.
En la siguiente entrevista, Pilar Ramos, coordinadora de Servicios de Información y Divulgación Estadística del INEC, analiza con detalle cómo y por qué esta desigualdad se acentúa cada vez más, a pesar de que las mujeres alcanzan mayores niveles educativos que los hombres.
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La división sexual del trabajo también ha inhibido la participación laboral. Son muchas más las mujeres fuera de la fuerza de trabajo, con relación a los hombres, que señalan que no están disponibles para trabajar o que están disponibles pero que no pueden hacerlo porque tienen que atender obligaciones familiares.
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Según los resultados de la Encuesta Continua de Empleo, la situación del desempleo sigue impactando de modo más importante a las mujeres. ¿Esto evidencia que, por una cuestión generacional, hay más mujeres incorporándose al mercado de trabajo y que este “no tiene la capacidad de absorberlas”, independientemente del impacto la pandemia?
—La investigación del mercado laboral la hemos realizado sin interrupciones desde 1976, ya sea brindando datos una vez al año o, como ahora, con la Encuesta Continua de Empleo, con entregas trimestrales.
En todas las series de datos, con las respectivas metodologías, el desempleo femenino ha mostrado ser más alto que el de los hombres. Estos diferentes estudios no son comparables, tanto por los marcos conceptuales que se utilizaban, como por los aspectos muestrales y la periodicidad de las mediciones.
Sin embargo, siempre ha sido evidente que la participación laboral de las mujeres es menor a la de los hombres, dado que las mujeres asumen en mucho mayor medida el trabajo doméstico no remunerado de su propio hogar y esto ha conllevado a que se muestren oscilaciones en las tasas netas de participación (TNP) femenina.
Se ha observado en cada serie de encuesta, conforme avanzan los años, que la TNP femenina tiende a incrementarse y, por lo tanto, es factible señalar, con las restricciones que impone la no comparabilidad de las series, que sí hay un cambio generacional, en el que actualmente las mujeres tienen una mayor participación, pero estos incrementos han sido paulatinos.
Los hombres han tenido tasas de participación que han variado entre el 71% y 78% en casi 45 años (es decir, aproximadamente 7 puntos porcentuales), mientras que ellas sí presentan cambios más notorios.
Por ejemplo, al valorar la tendencia con los datos de la Encuesta Continua de Empleo se muestra que, desde el III trimestre del 2010 al I trimestre del 2020, la participación femenina ha fluctuado entre el 40% y el 52%, o sea, 12 puntos porcentuales en 10 años, pero los problemas de oportunidad para acceder a un empleo persisten; no importa el nivel de participación, las mujeres tienen una tasa de desempleo mayor al de los hombres.
En este primer trimestre del año, estos valores fueron los más altos, con un 18% de desempleo en ellas, frente al 8,6% de los hombres, lo cual arroja la diferencia más alta en el indicador, el doble entre uno y otro sexo; esto refleja dificultades en un mercado laboral que desaprovecha la disponibilidad de las mujeres.
Cuando se afirma que “el mercado de trabajo no tiene la capacidad de absorber a las mujeres”, quienes cada vez participan más en la búsqueda de un empleo ¿se parte de que el mercado de trabajo está diseñado con una visión anacrónica según la cual los hombres son los proveedores de los hogares?
—Como se indicó, la diferencia en el desempleo de las mujeres respecto a los hombres ha sido histórica, aun en momentos en los que la participación laboral de las mujeres era mucho menor a la actual –reitero que con las restricciones metodológicas señaladas– y donde era más clara la división sexual del trabajo: los hombres en el mercado remunerado y las mujeres en su hogar.
En la actualidad, la participación femenina es mayor, pero no así las oportunidades para acceder a un empleo, aunque no puedo asegurar que es porque se considera que los hombres son los proveedores. Sí se muestra que la estructura productiva nacional no es lo suficientemente dinámica –la ocupación no crece– y no ha sido capaz de aprovechar su “mano de obra” femenina.
¿Puede usted mencionar algunos sesgos de género que existen en el mercado laboral a partir de la división sexual del trabajo?
—El más evidente es la falta de oportunidad que tienen las mujeres para acceder a un puesto de trabajo –su mayor desempleo–, así como un subempleo más alto; es decir, las mujeres que trabajan en jornadas menores a 40 horas y están disponibles para trabajar más no logran conseguir más horas con mayor frecuencia que los hombres: el porcentaje de mujeres afectadas por subempleo es de 15,3% y el de los hombres de 10,6%.
Se visualiza también mayor afectación en las mujeres en el incumplimiento del salario mínimo. Un 17,5% de ellas gana menos de un salario mínimo por hora, mientras que, en los hombres, ese indicador es de 12,8%; o en la relación del ingreso por trabajo en ocupaciones directivas, donde el ingreso de las mujeres es el 71% del de los hombres.
El no pago del seguro social en un empleo asalariado también es mayor en las mujeres –cerca del 29%–, mientras que los hombres que no tienen seguro social por su trabajo asalariado son el 20%.
¿Cómo se manifiestan los sesgos de género del mercado laboral para las mujeres que son madres y para las amas de casa?
—La división sexual del trabajo también ha inhibido la participación laboral. Son muchas más las mujeres fuera de la fuerza de trabajo, con relación a los hombres, que señalan que no están disponibles para trabajar o que están disponibles pero no pueden hacerlo porque tienen que atender obligaciones familiares: 40,4% frente al 1,8% de los hombres –este valor para los hombres no tiene significancia estadística y tiene alto coeficiente de variación–. O, si se mira de otra forma, el 97% de las personas que no están disponibles para trabajar, o lo están pero no pueden por atender obligaciones familiares, son mujeres.
Sin embargo, la maternidad no parece ser la causa de la no participación. El 73,4% de las mujeres en edad de trabajar son madres con sus hijos aún en la casa y, de ese porcentaje, el 37,8% está en la fuerza de trabajo –ocupada o desempleada–, mientras el 35,5% está fuera de este grupo.
Se aprecia también que la edad de los hijos e hijas podría ser un factor asociado, pues, entre mayor edad de los hijos e hijas, tienen mayor oportunidad de acceso al mercado laboral.
¿Cómo se manifiestan estos sesgos de género en la educación?
—En la educación, la mujer más bien ha tomado ventaja, mostrando una mayor escolaridad promedio que los hombres.
Con cifras de la ECE, se muestra que las mujeres en general predominan en el sector servicios, incluidos los del sector público, en el que se aprecia más bien una estructura ocupacional favorable a las mujeres, dado que, con respecto a los hombres, tienen mayor nivel educativo aprobado, lo cual no es lo mismo en el sector privado.
Tanto en la ocupación como en el desempleo o fuera de la fuerza de trabajo, las mujeres han alcanzado un nivel educativo más alto con respecto a los hombres.
Y ¿cómo se manifiestan estos sesgos de género en la el acceso a una pensión?
—Con respecto a la jubilación, a partir de los datos que tenemos en la Encuesta Nacional de Hogares, se evidencia que la cantidad de mujeres de 60 años o más que han logrado una jubilación por su trabajo es menor al de los hombres (33% frente al 50%).
Estos porcentajes se han mantenido prácticamente sin variación desde el 2010, como reflejo de la menor participación en el mercado de trabajo remunerado, es decir, que las limitaciones para acceder a un empleo cuando se hacen gestiones activas de búsqueda y el hecho de tener que asumir las obligaciones familiares del trabajo doméstico no remunerado han incidido para que ellas no cuenten con este tipo de ingreso como adultas mayores, y esto limita su independencia económica en esta etapa de la vida.
No obstante, cabe resaltar que el monto promedio general de jubilación de las mujeres es ligeramente superior al de los hombres (¢411 mil frente a ¢395,7 mil de los hombres), lo cual se explica por la estructura ocupacional de las mujeres, donde ellas tenían –y tienen– más peso en los puestos profesionales y técnicos que los hombres y que son puestos que sí tenían cobertura social.
¿Existe inflexibilidad ideológica en sectores de la sociedad costarricense para hacer los cambios necesarios que lleven a una igualdad entre hombres y mujeres en el mercado de trabajo?
—Lo que se refleja con las cifras que tenemos disponibles es que son necesarias transformaciones de diversa índole –económicas, sociales, culturales, políticas–, que permitan asegurar la igualdad de oportunidades para hombres y mujeres.
Con estas transformaciones, sin duda no solo se favorecería a la mitad de la población, sino que se posibilitaría el desarrollo del país, pues potenciar y hacer efectiva la participación laboral de la población femenina, con empleos de calidad y adecuadamente remunerados, es lo que le permitiría a Costa Rica disminuir importantes desigualdades, tanto entre hombres y mujeres como entre regiones de planificación o en otras áreas geográficas, así como atender a grupos minoritarios vulnerables.