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Más allá del encierro, las nuevas oportunidades

En la prisión, las mujeres pueden participar de grupos de baile, canto, teatro y otros. También pueden estudiar desde primaria hasta una carrera universitaria

El tiempo en prisión transcurre lento. A veces las noches se vuelven muy heladas y se extrañan las cobijas del hogar; esas peluditas, gruesas y bien calientitas que los familiares no siempre pueden llevar, se lamentan las presas.

Las mujeres del centro penitenciario Vilma Curling tienen varias opciones para lograr que su tiempo pase más rápido y, a la vez, percibir un ingreso económico o lograr beneficios carcelarios por su buen comportamiento. De las 653 privadas de libertad, 430 están estudiando y la mayoría trabaja, ya sea en empresas que dan empleo dentro de la prisión, o en labores de aseo y alimentación del centro.

Estando en libertad, estudiar parecía casi imposible para algunas de estas mujeres. Algunas, ni siquiera sabían leer y la mayoría había iniciado estudios de secundaria que quedaron truncados por la pobreza, adicciones, relaciones de pareja violentas o embarazos en la adolescencia.

“Aquí he aprendido a leer. No así como la gente profesional, verdad, pero ya puedo leer mi nombre y lo puedo escribir. Y puedo leer un libro o el coso de manipulación de alimentos lo puedo leer. Antes no sabía nada”, dice Grace, una mujer de 38 años que habla ahora de las letras y los libros con la ilusión de una niña que entra a primer grado.

Grace tuvo a su primer hijo cuando estaba en su propia niñez, a los 12 años. Tuvo seis hijos más y también siete embarazos interrumpidos por la falta de cuidados necesarios. A Grace le gusta la repostería, saber hacer pan y por eso necesita leer el manual de manipulación de alimentos, para hacer el curso y poder trabajar en eso.

Johana dice que ella, en cambio, prefiere dedicarse a los animales. Ahora que retomó los estudios para concluir la primaria, aspira a graduarse algún día como veterinaria.

Las privadas de libertad también forman parte de grupos de baile, canto y teatro, con los que incluso participan en actividades dentro y fuera del penal.

Este es el coro de la cárcel Vilma Curling. Las mujeres ensayan varias veces por semana. (Foto: Katya Alvarado).

Marcela junta los talones mientras su profesora de ballet da las instrucciones.

“El ballet me han enseñado a sacar esa niña interna que tengo yo y que hace muchos años no la veía”, dice luego, cansada por el ejercicio, pero con una amplia sonrisa.

Stefanie Montero, coordinadora del Departamento Educativo de la cárcel Vilma Curling, explicó que esas actividades son parte del programa de habilidades para la vida.

“Es la manera en la que nosotros logramos que las muchachas adquieran diferentes habilidades como trabajo en equipo, solidaridad, sororidad, respeto, puntualidad. Todo eso que nos va a ayudar a que, una vez afuera, tengan un trabajo y logren una inserción social adecuada para que no reincidan”, detalló Montero.

Con respecto al estudio formal, las privadas tienen derecho a asistir a todos los niveles. “Es casi obligatorio, como constitucionalmente está establecido, hasta noveno. Y tenemos un convenio con la Universidad Estatal a distancia, que nos da el servicio universitario. Ahorita tenemos 14 mujeres estudiando a nivel universitario”, añadió Montero.

Kattia Góngora, directora de la cárcel de Mujeres, enfatizó en que el único derecho que las privadas de libertad tienen restringido es la libertad de tránsito.

“La gente quiere que ojalá las personas privadas de libertad no tengan ni qué comer, que los tengamos a pan y agua; eso no es así. Los Derechos Humanos que este país ha ratificado, a través de múltiples instrumentos internacionales, lo que nos dicen es muy claro: el único derecho que estas señoras pierden, que cualquier privado libertad de este país pierde, es el derecho al libre tránsito, y nosotros tenemos que garantizar eso, que no se vayan. Esa es la parte punitiva pequeña que nos toca. Lo demás es validar que crezcan, que puedan reinsertarse socialmente en algún momento”, expresó.

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