Las noticias falsas que circulan en plataformas digitales en contextos de elecciones se han expandido como un virus por todas las democracias, las desarrolladas o las precarias. En Costa Rica hemos tenido muestras mediante formas más bien rudimentarias, sin los procesos masivos y automatizados que son capaces de imitar voces humanas y mover enormes caudales de votos en una dirección u otra.
Pero Costa Rica no es inmune a esos efectos ampliados de la expansión de la desinformación digital, como nunca estuvo librada del coronavirus y nunca se cerró a las nuevas tecnologías de comunicación, señala Gustavo Román, asesor político del Tribunal Supremo de Elecciones y (TSE) y estudioso de la desinformación digital en política, el fenómeno mundial de las fake news.
“No hay razones para pensar que Costa Rica está exenta. Sería como decir que la COVID-19 iba a llegar a todos los países pero no a Costa Rica. La pregunta es cuándo y de qué maneras, pero eso no podemos preverlo”, dijo Román en entrevista con este Semanario al analizar las fortalezas que tiene el país y también los factores de riesgo para las noticias falsas en las elecciones de febrero de 2022.
¿Qué de particular tiene este proceso electoral ante la incidencia de las noticias falsas?
—Podemos pensar, basados en análisis de lo ocurrido en 2018 y en años recientes, que se mantienen vigentes los mecanismos de difusión poco sofisticados, pero igualmente eficaces en sus objetivos de difundir de manera masiva información falsa con un propósito determinado. No por carecer de la sofisticación que se ha visto en Estados Unidos o en Gran Bretaña con el Brexit podemos decir que carecen también de efectividad. Por el contrario, más bien pareciera que estas formas artesanales e ingenuas, sin grandes sistemas como el de Cambridge Analytica, se adaptan muy bien al ecosistema y son más difíciles de detectar.
En un estudio global de la Universidad de Oxford, la politóloga Simone Bunse advertía de que a corto plazo esas redes de desinformación podrían profesionalizarse en Costa Rica y aumentar su eficacia para los meses previos a las elecciones del 2022. ¿Ve indicios de que haya sido así?
—No que yo haya visto. En el TSE no medimos ni verificamos el volumen de ese tipo de informaciones, pero vivimos con eso y lo enfrentamos. No es competencia del Tribunal estudiarlo, pero siempre digo que no hay razones para pensar que Costa Rica está exenta. Sería como decir que el COVID-19 iba a llegar a todos los países pero no a Costa Rica. La pregunta es cuándo y de qué manera, pero eso no podemos preverlo.
¿A qué nos referimos con ‘métodos rudimentarios’?
—Por ejemplo un perfil con datos falsos para difundir noticias falsas. O un paso más que sí hemos tenido aquí: la coordinación de estos perfiles, como ocurrió en el caso de xenofobia contra nicaragüenses, que se pudo ver que uno lanzó una convocatoria coordinada para una manifestación.
¿Y cuáles son esas formas sofisticadas que no hemos visto aquí?
—Son por ejemplo las ciber tropas. Perfiles que parecen serios para evitar una conversación moderada en un evento público o haciendo ciberbullying; no se trata de personas pagadas sino bots debidamente segmentados según características del público. Por ejemplo, el Brexit y las elecciones en EE.UU. El origen fue la compra de información para construir perfiles psicográficos de los usuarios, con la instalación de nodos de comunicación entre grupos en esos espacios digitales…
¿Hay algo de la cultura política de Costa Rica que la haga más propensa o resistente a las noticias falsas?
—Hay luces y sombras. Tenemos un elevado aprecio por la democracia, según varios estudios. Resiste el embate de desencanto y decepción con los políticos, funciona como un dique de contención. Además, no ha tenido una consecuencia electoral ese malestar porque es difuso y no ha aparecido una propuesta partidaria o candidato con la sabiduría perversa para hacer click con todos esos malestares en su favor. Estas son unas ventajas, aunque nada que nos inmuniza.
¿Condiciones de riesgo?
—Bueno, también hay un aumento identificado de lo que investigadores llaman “autoritarismo social” y de “intolerancia política” que se expresan en el hastío o la molestia con otras expresiones o visiones. Un enojo con que la Asamblea Legislativa no sea una maquila de leyes, con las expresiones de oposiciones políticas o con entrabamientos propios de un sistema democrático, un malestar ante la realidad de que otras personas piensan distinto. La prueba de fuego de la intolerancia no es el perfil ideológico. Aunque usualmente y equivocadamente se vea el autoritarismo como exclusivo de derechas, también hay un progresismo no liberal con cuotas considerables de intolerancia.
¿Cómo es posible detectar eso?
—La forma de probarse uno su propia tolerancia no es ver en qué creo, sino cómo sostengo lo que sostengo y, muy importante, cómo entiendo lo que creen las otras personas. Si soy progresista yo puedo saber si no soy intolerante, si soy capaz de describir lo que piensa alguien conservador y por qué, sin que esa persona se sienta ofendida y más bien crea que es razonable lo que describo. Yo debería ser capaz de verbalizar lo que piensan quienes disienten conmigo y que se vean razonablemente retratadas. NDebemos superar la idea de que la opinión de los otros se debe a que son ignorantes, idiotas, chancletudos, fanáticos, resentidos…
Se puede defender la democracia y ser intolerante, ¿no?
—Claro, lo fregado es que alguien puede tener ese discurso que no da chance al otro a existir como actor ciudadano y al mismo tiempo defender la democracia, y plantear la necesidad de protegerla ante la amenaza de esos otros. Por eso no me consuela eso de que tengamos aprecio por la democracia; sería mejor ver las sensibilidades dialógicas y cívicas en esa idea de democracia.
¿Cuánto puede afectar que cada año somos más digitales que el año anterior?
—Es una realidad que incide en la forma de informar y de reaccionar. No compro el discurso de que las redes sociales son solo una maravilla y han roto el poder, que son como un cuchillo filoso que igual sirve para cocinar un platillo exquisito o para matar a una persona. No, no son neutras. Tienen características que se prestan para una mayor difusión. El investigador Silvio Weisbord habla de una afinidad electiva entre populismo y redes sociales. Hay menor sensación de responsabilidad en espacios digitales, hay menos filtros y puedo encender el teléfono celular 200 veces en un día y encontrarme con la tentación de responder a esta pregunta de qué estoy pensando en el momento. Ahí estoy picoteando contenidos mientras hay sistemas midiendo cada movimiento y monetizando por ello, y todo resta espacio a la reflexión. Las redes sociales no pueden ser neutras desde su formato, con frases más cortas que necesariamente son sentenciosas que no expresan los matices de la realidad; tienden a sobresimplificar o generar un impacto, una emoción que puede ser angustia, enojo, indignación frente a la aburrida realidad.
Ahora por la pandemia estamos mucho más digitalizados en nuestras relaciones sociales.
—Claro, esa comunicación por vía digital, sea escrita, con voz o por video. Es una ganancia si se compara con carecer totalmente de comunicación, pero es pérdida en relación con el cara a cara y es innegable que esta se ha reducido mucho. Hay una pérdida ahí en la riqueza de la comunicación humana, elementos insustituibles.
¿Hay margen de acción de los partidos para evitar el avance de esa desinformación?
—Diay, para empezar no crearlas y no difundirlas. Estoy seguro de que no todos lo hacen, pero sí algunos partidos y candidaturas, no me cabe la menor duda. Veo con recelo la idea de promover un “pacto ético digital”, porque presentan eso como algo opcional para mostrar ante la televisión, pero en realidad es una obligación para la vida en democracia. Sabemos que la política y la verdad son una pareja mal avenida y difícilmente se puede plantear una campaña desde una descripción desapasionada de la realidad, porque ese es trabajo de la prensa no partidaria. Pero hay niveles inaceptables de crispación de la realidad o de irresponsabilidad con temas urgentes e impopulares, o en la búsqueda de un chivo expiatorio sobre quien descargar la rabia, o en los ataques contra el sistema electoral mismo o el árbitro del proceso. Estas son formas más extremas de desinformación, con o sin pacto.
¿Impulsar esas campañas de desinformación generan un premio electoral? ¿El partido que las haga triunfa?
—El incentivo de corto plazo es para que lo hagan, pero es un incentivo solo pensando en febrero o abril del 2022. Si pensaran en las condiciones en que gobernarían o un mínimo de lealtad a la institucionalidad deberían encontrar ahí incentivos para no hacerlo. Esto es envenenar un pozo del que todos tendremos que beber. Son excelentes tácticas pero pésimas estrategias; eso se termina devolviendo muy pronto.
* Este texto se modificó posteriormente para corregir errores en la redacción.
