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“Los monaguillos del padre Mauricio”: el caso que compromete al Arzobispo de San José

Monseñor José Rafael Quirós ya no irá a cumbre sobre pedofilia en el Vaticano tras ser denunciado por encubrir abusos sexuales en Tres Ríos y Patarrá.

– Monseñor José Rafael Quirós ya no irá a cumbre sobre pedofilia en el Vaticano tras ser denunciado por encubrir abusos sexuales en Tres Ríos y Patarrá.

– El jefe de la Iglesia en Costa Rica reconoció haber recibido reportes en 2003 contra Mauricio Víquez (exvocero de la Iglesia en temas de familia), pero rechaza que lo haya encubierto: “se me pasó el asunto”, dijo a los denunciantes.

– La Iglesia tramita nueve denuncias canónicas, pero la mayoría de casos han prescrito en lo legal; solo queda activa una denuncia ante la Fiscalía por “violación calificada”.

– Sacerdote abandonó el país tras conocer de denuncia penal en su contra; caso se archivaría si Víquez no recibe notificación en los próximos siete meses.

 

El jefe de la iglesia católica en Costa Rica, José Rafael Quirós, ya no asistirá a la cumbre mundial sobre pedofilia contra menores convocada por el papa Francisco para el 21 de febrero en Roma.

El arzobispo de San José debió cancelar su participación tras ser denunciado por el supuesto encubrimiento de una serie de abusos sexuales que nueve jóvenes exmonaguillos le imputan al sacerdote Mauricio Víquez Lizano, quien fungió como vocero de la Iglesia en temas de familia hasta 2016 y que abandonó el país el pasado 7 de enero.

José Rafael Quirós está denunciado ante el Vaticano por permitir un esquema de abusos contra monaguillos que el cura Víquez desarrolló en las parroquias de Tres Ríos y Patarrá,  de Desamparados. La denuncia se fundamenta en que el hoy arzobispo conoció de estas acusaciones -desde el 2003- cuando fungía como vicario general de la Arquidiócesis de San José.

El arzobispo Quirós ya no asistirá a la cumbre sobre pedofilia, pese a que hace un mes había confirmado que sí lo haría. Foto: Katya Alvarado

 

Ahora Víquez enfrenta nueve querellas canónicas y también una penal en la Fiscalía de Género del Ministerio Público de parte de un joven que asegura haber sido violado por el sacerdote.

Las circunstancias de ese caso serían similares al abuso que otro denunciante había descrito al hoy arzobispo Quirós en el 2003. El caso judicial, sin embargo, podría prescribir en setiembre, cuando hayan transcurrido diez años de que el denunciante -cuyo nombre se mantiene en reserva- cumplió la mayoría de edad.

Anthony Venegas Abarca era menor de edad hace más de 15 años, cuando junto a una vecina de Patarrá, acudió a la Curia a denunciar abusos contra varios monaguillos en la casa cural que habitaba Mauricio Víquez como párroco entre 1996 y 2003. La respuesta que ofreció entonces el hoy arzobispo Quirós fue que el cura tenía problemas psicológicos. Además ofreció al denunciante dar una “guía espiritual” y retirar al supuesto abusador.

“Conozco los hechos”, contestó el arzobispo Quirós a UNIVERSIDAD en el mensaje en que informó de su ausencia en la cumbre convocada por el papa Francisco. “Así lo prefiero mientras el caso de Mauricio Víquez esté en procesos canónico”, escribió. En su lugar participará por Costa Rica el obispo Gabriel Enrique Montero, confirmó.

El arzobispo Quirós alegó que el testimonio que recibió en 2003 no fue una denuncia en regla, porque los informantes pidieron no quedar registrados y que les guardaran el anonimato. Asegura haber informado a su superior, el entonces arzobispo Hugo Barrantes.

Quince años después, cuando ya ha prescrito la persecución penal de la mayoría de los supuestos delitos cometidos, Venegas contactó a otro joven llamado Michael Rodríguez Solera y juntos alzan la voz para contar lo que conocieron: abusos sexuales repetidos del sacerdote Mauricio Víquez contra los monaguillos a los que dominaba en Tres Ríos y Patarrá.

Tocamientos, masturbaciones colectivas y penetraciones se incluyen en los relatos que ellos decidieron ventilar públicamente desde octubre y que figuran en las denuncias canónicas contra Víquez. Estas denuncias son las que interponen ante la Curia, aunque la posibilidad de denunciar encubrimiento por parte de Quirós requiere de una instancia superior y por eso Rodríguez Solera acudió ante el nuncio Antonio Arcari, quien representa al papa Francisco en Costa Rica.

Arcari recibió la denuncia de Rodríguez el 19 de setiembre de 2018 y, el 5 de noviembre, otra denuncia de parte de la vecina de Patarrá, madre de otro monaguillo que aseguró que Víquez trató de tocarle los genitales.

Esta vecina resultó clave en Patarrá para que después de 2003 la Curia Metropolitana decidiera sacar de la parroquia a Víquez, aunque la mujer y su familia sufrieron acoso y amenazas de otras personas cercanas al sacerdote, contó para esta publicación la hija de ella.

Parroquia de Patarrá de Desamparados, Arquidiócesis de San José
Parroquia de Patarrá de Desamparados, Arquidiócesis de San José. Foto: Katya Alvarado

 

Ellos cuentan que Víquez invitaba a los monaguillos a restaurantes, daba regalos, paseos, comodidades de la Casa Cural y apoyo en situaciones difíciles, además de que era quien les confesaba los “pecados” y recibía la confianza ciega de las familias.

Tres jóvenes que pertenecieron al séquito de Víquez narraron su versión a UNIVERSIDAD. Michael Rodríguez y Anthony Venegas ya lo han contado también a otros medios, pero ahora se suma Carlos Roberto Muñoz, el primer monaguillo que tuvo Mauricio Víquez en Patarrá cuando llegó procedente de Tres Ríos.

Desde que lo conocí él me dio unas cachetadas que acostumbraba dar para saludar y me metió la mano en la camisa, como hacía con casi todos. Lo hacía ver como algo normal y después iba haciendo más cosas, conforme se iba ganando la confianza, hasta llegar a cosas que uno no contaba por vergüenza o porque, diay, él era el padre Mauricio. Ahora es muy duro recordar”, dijo Carlos este domingo, la primera vez que habló dando la cara.

Carlos no puede denunciar abusos sexuales ante el Poder Judicial, pues tiene 34 años y legalmente su caso ya prescribió. Presentó una acusación canónica, pero tampoco confía en la estructura de la Iglesia Católica porque “está armada para protegerse entre ellos”, dice en línea con Anthony, a su lado, y con Michael, a quien UNIVERSIDAD entrevistó un día después.

Ahora levantan la voz porque, dicen, quieren evitar que otros menores sufran lo que ellos vivieron. “Recuerdo que una vez yo ya grande iba en un bus y vi a Mauricio en el carro recogiendo a un muchachito en su casa, como hacía conmigo. Por eso es que decimos que aquí hay encubrimiento, porque la Iglesia permitió que el siguiera haciendo sus cosas por mucho tiempo”, dice Anthony.

Víquez estuvo sin tener una parroquia a su cargo en los últimos años. Se desempeñó en la Curia como vocero de la Iglesia en temas de familia hasta 2016, cuando fue suspendido tras una publicación periodística que mencionaba actos homosexuales del sacerdote, al mismo tiempo que él tenía una posición dura en contra de parejas del mismo sexo.

En mayo de 2018 Michael acudió a presentar la denuncia canónica. Cuenta que se reunió con el arzobispo de San José, Quirós, quien le pidió perdón en nombre de la Iglesia y le ofreció ayuda psicológica, pero en ningún momento le mencionó que 15 años atrás había recibido esa misma información de parte de Anthony y de la vecina de Patarrá.

Después estos dos jóvenes lograron entrar en contacto y enterarse de que Quirós prefirió ignorar los antecedentes que ya tenía en contra del sacerdote Víquez. Por eso acudieron juntos a una nueva reunión con Quirós, el 26 de julio de 2018, en la que el arzobispo argumentó que en 2003 carecía de la experiencia para tramitar estos casos.

Mauricio Víquez fue el vocero de la Iglesia católica hasta 2016. Foto: Captura de pantalla de Telefides.

Ante la insistencia de los denunciantes sobre su inacción, acabó mencionando una frase que se les quedó grabada: “se me pasó ese asunto, y por supuesto que en relación con las víctimas esto es sumamente difícil, muy terrible”.

Por eso Anthony, Carlos, Michael y la vecina de Patarrá insisten en que a Víquez le permitieron que actuara a sus anchas en su territorio y que siguiera sometiendo a otros jóvenes a abusos sexuales con métodos como sacados de un manual: escoger muchachos con alguna necesidad emocional, afectiva o económica, ganarse su confianza y la de sus familias y avanzar poquito a poco hasta donde le opusieran resistencia clara.

Es muy inteligente y un manipulador nato. Llevaba años haciendo esto. Tenía perfeccionada su técnica. Además del poder de ser un sacerdote muy importante, sabía aumentar esa confianza y luego creaba un ambiente de competencia entre monaguillos que nos hacía competir por estar cerca de él. Entienda que en ese momento el padre era, diay, como ver a Dios”, agrega Anthony.

Por eso ahora repasa el momento en que acudió a la Curia para reportar lo que ocurría y cree que tiene doble valor. Sirvió para que lo retiraran de Patarrá, es cierto, pero nada más. Después de las publicaciones del 2016 en La Nación, el arzobispo Quirós le prohibió celebrar misas, pero el 31 de agosto del 2017 le dio funciones oficiales. “Tengo el agrado de comunicar a usted que por las presentes letras lo nombró Director del Instituto Arquidiocesano de Investigación Histórica y Patrimonial, con plazo hasta el 1º de setiembre del 2019”, se lee en una carta con firma y membrete del Arzobispo.

Un año después (julio del 2018) las denuncias de Michael y de Anthony provocaron que Quirós le suspendiera a Víquez cautelarmente el ejercicio del sacerdocio y enviaron entonces su expediente al Vaticano.

Ahora la mayoría de estos casos están prescritos para efectos del Poder Judicial en Costa Rica, excepto las del joven que acudió al Ministerio Público. Michael y Anthony dicen que conocen a otros hombres que sufrieron lo mismo que ellos, pero ahora prefieren olvidarlo todo, o al menos no escarbar en ello.

La Iglesia responde que las denuncias ante la Nunciatura contra Quirós “no tienen fundamento jurídico canónico”, pues en 2003 él no tenía la potestad para imponer sanciones. “Su actuar como vicario fue correcto, transmitir la información al Arzobispo (Hugo Barrantes)”, contestan. Por eso los jóvenes también denunciaron a Barrantes, aunque ya se jubiló.

Los denunciantes aprovecharon la reciente visita del papa Francisco a Panamá para solicitarle, mediante una carta, que impida la participación de monseñor Quirós como representante de Costa Rica en la cumbre sobre pedofilia en Roma, una reunión sin precedentes que busca dar respuesta a escándalos sexuales de sacerdotes en varios países.

Esa carta, aseguran ellos, le llegó al Papa Francisco mientras participaba, en enero, en la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) que se realizó en Panamá, el país a donde habría viajado Mauricio Víquez desde el 7 de ese mes.

Este 14 de enero, Quirós aseguró a periodistas que sí asistiría a la reunión en Roma. Este martes revirtió su decisión inicial, tras alegar que respetará la investigación contra Víquez. Según el arzobispo, la decisión fue suya, no de Roma.


Proponen reforma de ley para ampliar plazo de prescripción de abusos en menores

El artículo 31 del Código Procesal Penal dice que la acción penal en los abusos sexuales en menores de edad prescribe diez años después de que la víctima cumpla la mayoría de edad; es decir a los 28 años.

Eso es lo que impide a varios hombres denunciar penalmente los abusos sexuales que aseguran haber recibido de parte del sacerdote Mauricio Víquez Lizano cuando este fungió como párroco en Tres Ríos y en Patarrá de Desamparados.

Por eso algunos de los denunciantes trabajaron con el diputado oficialista Enrique Sánchez y presentaron un proyecto de ley para ampliar el plazo de prescripción de 10 a 25 años.

Los delitos sexuales contra menores ocurren generalmente en círculos de confianza, sea familiares, religiosos o de escuela y esa relación impide al menor identificar que fue víctima de abuso y contar con las herramientas emocionales necesarias para atreverse a denunciar a alguien que ha sido cercano. Muchas veces eso no ocurre hasta que los delitos han prescrito y esto eleva la posibilidad de impunidad”, justificó.


Michael Rodríguez: “Él te hace creer que los abusos son normales”

Michael Rodríguez denunció por abusos sexuales al sacerdote Mauricio Víquez ocurridos supuestamente cuando era su monaguillo en Tres Ríos.

 

Mi historia comienza más o menos en Semana Santa de 1993, en Tres Ríos. Tenía 13 años. Yo no era mucho de ir a misa, pero el sacristán, que era novio de mi hermana me invitó a participar del grupo de monaguillos. “Viera que buenas mejengas se arman”, me dijo. Me gustó y me quedé. Entonces empecé a servir en misa.

Cuando veía al padre Mauricio entrar, me quedaba impresionado, decía “wow” es como si fuera un santo. Fácilmente uno se impresionaba, era una figura que todo mundo respetaba.

Me fui metiendo en el grupo élite de monaguillos y comenzaron a darme las misas más importantes. El padre tenía la costumbre de andar con un muchacho a todos lados. Él le avisaba a uno: “dice el padre Mauricio que a X, Y y Z van a llevarlos a almorzar”. Nos llevaban a McDonald’s. Recuerdo que íbamos en un Corolla propiedad de la Iglesia.

Me llevaba a reuniones con su familia en Heredia, al club El Castillo en San Rafael y ahí jugábamos fútbol, íbamos a la piscina y comíamos. Me regaló un cassette de Shakira. Él te envolvía. Te hacía creer que eras parte de algo.

Cuando íbamos en el carro empezaba a tocarme la pierna. Me preguntaba: “¿ya te salieron pelitos?”, y empezaba a meter la mano y a tocar genitales. “Son cariñitos normales entre amigos de confianza”, me decía todo el tiempo.

Yo me congelaba, pasaban los buses a la par del carro y yo solo me fijaba si la gente lo estaba viendo a uno. Primero lo hacía a uno poner la mano en la palanca del carro, luego seguía con la pierna y los genitales. Luego empezó a untarme aceite.

Para tenernos ahí nos ponía pornografía y a masturbarnos entre nosotros. Siempre tenía a la mano un pañuelo blanco. Cuando uno estaba cerca de eyacular, nos quitaba la mano y ponía la de él. Le recuerdo decir “¡rico, rico, rico!”… y al otro día salía a dar misa como si nada.

Él te hacía creer que esos abusos eran parte normal de una relación de familia. Luego empezaba esa majadería: se embarraba aceite y nos rozaba como estímulo encima de él. A eso le llamaba “cariñito de pancitas”. Él intentó penetrarme un par de veces, pero como vio que me asusté, no lo intentó nunca más. Luego me di cuenta que sí llegó a ese punto con otros muchachos. Era más frecuente que él nos masturbara a nosotros, y en otras ocasiones nos ponía a masturbarlo.

Él se fue de Tres Ríos para Patarrá en el 96. Yo pasé de un colegio de Tres Ríos a uno vocacional en Desamparados, entonces él nos seguía invitando a Patarrá para que lo ayudáramos. Como era nuevo, nos pedía ayudas para luego armar el grupo de monaguillos de esa comunidad.

Él lo hacía ver como una relación de padre, me dijo: “¿por qué no te venís a vivir a la Casa Cural? Acá no te vas de fiesta”, decía supuestamente para guiarme por los buenos pasos.

Cuando nos confesábamos, nos preguntaba que cuántas veces nos masturbábamos.

El tema era si te masturbabas solo. Había que confesarlo si no lo hacías con él.

Ya luego veía cómo empezaba con los nuevos, se llevaba a otros a la habitación y cerraba con llave. Uno de ellos, era Carlos Roberto. Salía Carlos Roberto del cuarto y salía el padre. Carlos se veía descolocado, como desconcertado.

Con mis papás fue un tema difícil, después de que hablé y saqué el tema a la luz, hubo un gran silencio de parte de ellos. Me afectó. Entré en un conflicto con ellos. Mi papá luego me abrió el tema. Le dije que me sentí abandonado. Mi papá dijo que se sentía tranquilo porque estaba en la Iglesia, en buenos caminos y a salvo, hasta sentía agradecimiento por el padre Mauricio porque de alguna forma lo cuidaba. Mi papá me pidió perdón, mi mamá también. Esto fue hace tres meses. Hablé de esto un lunes con mi papá y ese mismo sábado falleció.

Imaginá las consecuencias que todo esto genera. Destruye vidas. Destruyó parte de mi matrimonio anterior y la relación con mis papás. Si yo no hubiera tenido esa conversación con él, me estuviera reprochando esas cosas. Uno cree que ellos son indiferentes, pero mis papás también son víctimas de estos señores.

Eso puso en duda mi sexualidad. Muchas cosas que uno hace luego son para reafirmar la masculinidad. Inconscientemente yo hacía eso y me trajo problemas matrimoniales y económicos.

Era inseguro para hablar en público y no me podía poner una gorra sin sentir que me veía feo. Todo era una inseguridad. Me convertí en alguien que no podía cerrar ciclos. Empecé a andar en fiestas porque me hacían olvidar lo que había pasado. Hacía las cosas que las personas normales hacían, me sentía todo un macho.

Pasó por mi mente quitarme la vida. Venía de mi trabajo en el carro y me daban flashbacks de los abusos. Como en las películas, que la gente trata de bañarse para quitarse todo, me daba esa ansiedad. ¡Qué ganas de arrancarse la piel y no sentir eso, no acordarme del aceite! Quería tirármele a un tráiler y acabar con todo eso. Luego llamaba a alguien, me distraía y se me pasaba.

Tenía pesadillas, me veía muriendo y recordaba los abusos y veía a otros muchachos siendo abusados.

Denunciar lo va sanando a uno, pero estas personas te roban la inocencia, te marcan de por vida; no solo a vos, a tu núcleo familiar. Esto genera secuelas que creo que en algún momento, poco a poco, uno las va a ir dejando atrás. Muchos muchachos nunca han querido aceptarlo, se lo llevarán a la tumba y nunca hablarán de esto.


 

Carlos Roberto Muñoz: “Sabía que no era normal, pero tampoco podía irme”

Carlos Roberto Muñoz denunció por abusos sexuales al sacerdote Mauricio Víquez, de quien fue su monaguillo en Patarrá de Desamparados.

 

Mis papás siempre fueron muy metidos con la Iglesia, ministros de la comunión, del Movimiento Familiar Cristiano y esas actividades. Uno se involucra también y desarrolla una curiosidad porque ese es el buen camino, se supone.

Cuando llegó Mauricio Víquez a Patarrá era 1996, yo tenía 12 años y ya estaba de monaguillo. Creo que fui como el primero de ahí que le sirvió a él en las misas, aunque él traía ya su séquito de Tres Ríos y había uno que prácticamente vivía con él en una relación muy extraña, como de papá e hijo, pero extraña.

Recuerdo que desde el principio lo saludaba a uno con unas cachetadas y le metía la mano en la camisa, como si nada, frente a la gente, todo como muy normal. Ahora uno entiende que él iba tratando de normalizar el contacto físico e ir avanzando.

El caso es que me tocaba acompañarlo a la misa de 11 de la mañana y después nos llevaba a comer a un McDonald’s, en el carro de él. Para uno eso era algo nuevo, imagínese usted.

A veces nos llevaba a la casa de los papás de él, en Heredia, y mi mamá era feliz porque yo andaba con un sacerdote. Por eso no había problema cuando él le decía que nos invitaba a quedarnos a dormir en la Casa Cural.

Yo iba mucho ahí porque quedaba muy cerca de la escuela; yo estaba en sexto grado y era como mi refugio contra el bullying que me hacían. Quedaba a los 100 metros y solo tenía que cruzar y entraba ahí. Tenía televisión con cable, comida y esa protección que uno sentía.

También tenía libros de sexualidad con imágenes explícitas y hablaba de eso con uno, temas que uno nunca toca en la casa y que de alguna manera generan mucha inquietud en uno a esa edad.

Él preguntaba que a uno cómo le iba en el desarrollo, si ya le habían salido pelitos. Le pedía a uno ver si ya le habían crecido los genitales y lo manoseaba a uno como si él fuera un médico y uno creía que él lo estaba ayudando a uno. Ahora me da pesar de no haber identificado lo que estaban haciendo, pero era muy difícil en ese momento poder darse cuenta y además atreverse a decirle a él que no.

Conmigo empezó los tocamientos con el cuento de las marchas del carro. Le ponía a uno la mano en la de uno, después en la pierna, después sobre en los genitales, después metía la mano en el pantalón. Vea cómo era uno que mi preocupación era que alguien lo viera a uno desde un bus o algo así, más en ese momento en que estaba el escándalo del padre Minor.

Eso se mezclaba con el clima de confianza que él creaba. Entonces cuando uno se quedaba ahí viendo tele en el sofá-cama él lo llamaba a uno a la cama. Nos decía que era malo dormir con bóxer porque eso cortaba la circulación. Nos ponía películas de esas de “Noches de clímax” y se ponía a masturbarlo a uno.

Él trataba de excitarlo a uno por algún motivo. Por eso tenía pornografía heterosexual y homosexual en el escritorio y trataba de que los chiquillos se toparan con ella. Recuerdo que a uno que ahora es homosexual él lo mandó a buscarle unos libros en un armario; resultó que esos libros eran en realidad revistas porno de homosexuales, con fotografías que, bueno, imagínese.

Tenía aceites y le untaba a uno y se untaba él, y le pedía que uno lo tocara, pero a mí me daba algo raro… sí sabía que eso no era normal, pero tampoco podía simplemente levantarme e irme. Se le acostaba a uno encima, como demostrándole fuerza física, sin violencia pero sí con su cuerpo y él es bastante alto. Me ponía aceite y yo solo cerraba los ojos y trataba de pensar que ojalá no me estuviera chupando. Eso lo viví muchísimas veces.

Después con el otro monaguillo nos ponía a masturbarnos mutuamente. En un cuarto él tenía un camarote. Yo arriba, abajo otro y en la cama para él. Un muchacho se masturbaba y él me masturbaba a mí y no he podido olvidar la voz de él diciendo “vengan, vean como se viene de rico, rico, rico”. Él lo terminaba a uno y lo limpiaba con un pañuelo blanco que tenía. Ug.

Igual uno se quedaba a dormir por el miedo de decir en mi casa por qué ya no quería quedarme. Creo que mis papás me hubieran creído, pero para ellos también habría sido muy doloroso. Por eso yo lo acompañaba a los programas de Teleclub y a dar clases al Seminario. Uno lo veía en la televisión e imagínese usted, era alguien muy importante.

Así pasó mucho tiempo hasta que llegó Anthony, que era de piel blanca, ojos azules, delgadillo y un niño bonito. Pasó a ser el favorito de Mauricio y más bien el grupo de monaguillos empezó a hacerme bullying a mí, aunque yo ya estaba grande.

Recuerdo una vez que veníamos de un paseo en un bus y empezaron a jugar conmigo y me tiraron al suelo y jugaban como de que me metían un palo de escoba en el ano… él desarrolló ese clima y parece muy irónico, pero fue lo que me motivó a salir de ahí y eran otros los que entraban al ciclo de abusos con el mismo método de siempre.

Tiempo después me contactó por Facebook y yo le conté que estaba sin trabajo, que no encontraba. Él de inmediato me pidió reunirnos, que a tomar un café y ver cómo podía ayudarme.

Yo no acepté, lo eliminé del Facebook, pero tuve que verlo después cuando casó a mi hermana. Yo veía ahí a mi sobrina en la misa alrededor de él; fue en la iglesia de San Antonio de Desamparados y se me vinieron todos aquellos recuerdos. Después volví a saber de él cuando publicaron lo de los encuentros homosexuales y, claro, yo sabía quién era él.

Yo nunca he recibido terapia psicológica y esto he tenido que manejarlo solo. Puedo decir que tengo muchas inseguridades y problemas de autoestima, que tengo problemas grandes para tener relaciones de pareja y me cuesta mucho el contacto físico con otra persona, sea hombre o mujer. Yo no pude desarrollarme por ese lado efectivo, pero seguro hay cosas que todavía yo no tengo identificadas, aunque sé de dónde vienen. He sobrevivido así, pero vivo con una espina que seguro la llevaré hasta el día en que yo fallezca.


Anthony Venegas: “Sentí que algo en mi alma se había quebrado”

Anthony Venegas denunció por abusos sexuales al sacerdote Mauricio Víquez, de quien fue su monaguillo en Patarrá de Desamparados.

Empecé a ser monaguillo a los nueve años. Mis papás formaban parte de la junta de la iglesia. Después, al tiempo, una señora que trabajaba limpiando en la Casa Cural le dijo a mi mamá que fuera de cocinera.

De los 9 a los 12 años fui monaguillo, ahí fue mi primer acercamiento con Mauricio. Ahí empecé a ver esta dinámica. Uno veía monaguillos más grandes a los que llevaban a comer.

Cuando entré al colegio dejé de ser monaguillo. Viví mucho bullying en un colegio de hombres, era muy difícil. Fue muy difícil la época en el Liceo de Costa Rica.

Yo era muy educado y tranquilo. Me gustaba poner atención en clase y no estar jodiendo. Venía de la escuela en donde era el mejor promedio.

Mi abuso comienza cuando mi mamá entra a trabajar como cocinera en la Casa Cural. Recuerdo llegar ahí y ver ahí a mi amigo Carlos viendo tele. Yo pasaba del colegio a recoger a mi mamá siempre en Casa Cural y de ahí nos íbamos en bus a mi casa.

Ahí es donde se vuelve a dar el acercamiento con este señor. En la escuela no abusó de mí. Él empieza a abusar de los maes cuando están en la pubertad. Yo tenía 14 o 15 cuando se empezó a dar esta situación. Él me invitó a ir a Teleclub. Me llevó en su carro y ahí fue el primer acercamiento diferente que tuve con el señor. Empezó con eso de ponerme la mano en la marcha para supuestamente enseñarme a hacer los cambios, luego me ponía su mano en mi pierna.

Él establece una relación cercana, y trata de llenar un vacío. Yo tenía conflictos en mi casa y ese señor era el que estaba ahí para hablarme y aconsejarme. Para mí era uno de mis mejores amigos.

Me invitaba al cine, a comer, cosas que quizás no hacía con mis papás, que eran muy humildes. Él atrapaba de esa forma. Pasé a ser su favorito. Pasar de vivir debajo del zapato de mucha gente en el cole y que una persona le dé esa posición es bonito.

Él va subiendo de tono en sus abusos mientras se intensifica la relación. Avanzó con la táctica preguntando: “¿ya te salieron pelitos?”. Entonces me metía la mano en el pantalón, para ver si estaba desarrollando bien. Cuando nos quedamos en la Casa Cural, Mauricio decía que había que dormir sin bóxer. Yo le decía: ¡no, yo no quiero dormir así! Y él lo agarraba a uno y le intentaba quitar el calzoncillo.

Su mecánica para excitarlo a uno era la misma. Recuerdo que veníamos después de misa, entonces decía: “estoy cansado, no quiero subir a dejarlo, mejor quédese en la Casa Cural”, y ahí aprovechaba”. Tenía videos pornográficos que me empezaba a mostrar. Yo me dormía en un sofá y él me decía que fuera a acostarme a la cama con él.

Mis abusos fueron bastante feos. De una masturbacion pasó a ponerme aceite y me subió sobre él. Empezó a restregarme en su pecho y me decía que lo tocara. Yo también me resistía mucho a hacerlo. Era algo chocante. Metía la mano y sentía ese pelero.

Cuando uno se iba a venir, decía “rico, rico”. Yo escucho eso y me duele, me asquea. Él tenía un pañuelo en su mesa de noche. Lograba que uno eyaculara, entonces sacaba el pañuelo en ese momento, me limpiaba y lo guardaba ahí mismo.

De las situaciones de abuso que más daño me hizo fue una vez que él estaba tocándome. Yo prefería cerrar los ojos para aislarme de esa situación tan pesada. De repente, sentí y lo tenía encima. Se penetró con mi pene y empezó a moverse. Quedé paralizado, no podía creer lo que me estaba pasando. Era sentir a este hombre tan grande encima, y yo, delgado y menudito, fue espantoso. Él me puso películas y me estimulaba. Fue demasiado el trauma y tan chocante que no recuerdo cuánto tiempo duró. Ese día sentí que algo en mi alma se había quebrado.

Al día siguiente yo me sentía horrible, con muchísima culpa. Tuve que verlo bautizando a mi sobrina y tomándose fotos con toda mi familia.

A mí lo que me decía es que esto eran “cariñitos”, me decía que los cariñitos venían desde el Seminario. Que en el Seminario los seminaristas se hacían cariñitos entre ellos cuando estaban estresados por los exámenes que tenían. Nos decía: “somos amigos, esto no lo tenés que contar”.

Después de esa situación yo empiezo a alejarme, y este señor se vuelve más insistente.

Mi situación en el cole empeoró. Empecé a sufrir de depresión, bajé mis notas y me quedé dos años seguidos en el cole. Mi mamá no entendía qué pasaba conmigo. No quería nada. Me encerraba en el cuarto, no quería salir.

El señor llamaba a mi casa. Le decía a mí mamá: “hola, doña Olga, quiero que Anthony me acompañe a una misa”. Mi mamá, en su inocencia, me hacía sacado del cuarto. Yo le pedía que no me mandara. Ella me decía: “usted está súper rebelde, ahora quiere alejarse del padre que es una buena junta y se preocupa por usted”. Yo me montaba en ese carro casi llorando. Ya sabía a lo que iba.

En un momento intenté suicidarme. Agarré un montón de pastillas y me las metí a la boca. Me metí a mi cuarto a encerrarme, para esperar morirme. Mi sobrina, que era una bebé, estaba ahí durmiendo en mi cama. Verla me hizo ir a vomitar las pastillas. Yo no quería vivir más. Lo que a mi me salvó fue verla a ella, con ella siempre he tenido una conexión especial. Ella me motivó a no hacerlo. Son situaciones muy difíciles. Nosotros somos sobrevivientes, hemos vivido un infierno para salir adelante. Otros no lo logran.

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