País

Lo que se vive en la línea de frente contra una pandemia

Las personas trabajadoras de la salud narran sus historias sobre cómo sortean el riesgo de atender a pacientes con COVID-19.

La crisis sanitaria que enfrenta Costa Rica y el mundo en general no tiene precedentes en décadas recientes. El COVID-19 ha matado más 124 mil personas y contagiado a poco más de 1,9 millones de ellas en 185 países; en territorio nacional, ha cobrado la vida de tres pacientes, y hay un grupo de personas trabajadoras de la salud que están en la primera línea de acción, expuestas a temores, sacrificios y riesgos.

UNIVERSIDAD conversó con quienes están en esa línea, desde especialistas y enfermeras hasta el guarda de seguridad. La tarea no fue sencilla, el distanciamiento social y las largas jornadas de trabajo los obligó a atender las consultas por videollamada o por teléfono, es la forma de hacer periodismo en tiempos de pandemia.

En medio de tanta incertidumbre por la crisis sanitaria vivida en el país y en el resto del mundo, Magally Rojas Solís se ha convertido en un destello de esperanza de que, aunque puede ser muy grave, es posible recuperarse del virus, pues fue la primera persona que salió de la Unidad de Cuidados Intensivos el pasado 8 de abril.

También personal de diversos centros de salud muestran su esfuerzo, como Luis Campos, coordinador de Terapia Intensiva del Hospital México; Karla Morales, asistente Operativa del Área de Aseo; la médica especialista Cecilia Rodríguez (nombre ficticio); Roxana Hernández, del servicio de Aseo de la Unidad de Cuidados Intensivos; y Carlos Francisco Mena, guarda de seguridad del mismo hospital.

No todos lo enfrentan igual, lo hacen desde sus propias realidades y sus propios temores, con el distanciamiento obligado hasta de sus propias familias; aún así cada día dan lo mejor de sí mismos. Recae sobre sus hombros el estigma del heroísmo; sin embargo, desde su óptica sólo hacen su trabajo al luchar contra una pandemia que ha tocado la razón de muchas personas, pero aún no le llega a la fibra de muchos otros, quienes creen que no les tocará, que pasará de largo…


Magally Rojas Solís, enfermera sobreviviente de COVID-19

La primera línea también se contagia

“Desperté súper asustada. Pensé: ‘Sí, desperté; sí, ¡estoy viva!’.

Ese fue el primer pensamiento que tuvo Magally Rojas luego de pasar 15 días inconsciente en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) del Hospital San Rafael de Alajuela, luego de presentar complicaciones producto de contagiarse de COVID-19.

Ella es enfermera en la sala de partos del Hospital de Alajuela, precisamente donde se presentó un brote del virus, luego de que un médico ginecólogo se enfermara al regresar de un viaje.

Magally dio una entrevista a UNIVERSIDAD para contar su historia y hacer conciencia en la población de que esta enfermedad es algo serio, que puede cobrar la vida de muchas personas. La entrevista fue por mensajes escritos, pues producto de los procedimientos que tuvieron que hacerle en el hospital tiene un hueco en su garganta y aún no puede hablar.

En el área de partos sabían que existía riesgo de contagio, pero cada uno realizaba sus labores sin mayores atrasos. Magally no tuvo síntomas, solamente un día empezó a toser, una tos creciente e incómoda.

El 12 de marzo le tocaba el turno nocturno (de 10:00 p.m. a 6:00 a.m.) y, al verla así, su jefe le mandó a hacerse la prueba. El resto de su turno estuvo en el hospital, pero sin hacer nada y al salir se dirigió a su casa a descansar, pero la tos no se lo permitía.

Llegó la hora de alistarse para trabajar nuevamente el 13 de marzo, cansada de toser y de no poder dormir se dirigió al hospital, pero inmediatamente la enviaron con el doctor para que la incapacitaran. Se fue a su casa y pensó, “a descansar y ver televisión”.

Fue el 15 de marzo, a las 4 de la tarde cuando le avisaron que era positiva para COVID-19, pero no tuvo miedo; mandó a comprar comida para quedarse en aislamiento con su hijo de 8 años.

“Poco tiempo pasó antes de empezar a tener calentura. Ponía un balde de pintura grande con pelotas de hielo que tenía en la refrigeradora y ahí metía los pies, a veces me llegaba a 40 grados. La tos nunca se me quitó, pero el 20 de marzo ya me sentía muy mal; me alisté y le pedí a mi hijo alistarse y un amigo nos llevó al hospital”.

Su hijo se había contagiado, aunque con síntomas muy leves, por lo que pensó que los internarían a los dos juntos, pero al llegar a emergencias la pasaron de una vez y tuvo que llamar a su hermana, quien vive en Orotina, para que recogiera a su niño.

“Llegué ahogada y me pasaron a camilla, ahí mismo me pusieron oxígeno para ayudarme a respirar y al rato me hicieron gases arteriales y me subieron al cuarto piso, en aislamiento. Luego de eso sólo empeoré, el 21 de marzo a las 9:20 de la mañana el doctor me dijo que tomaron la decisión de intubarme, ahí me trasladarían a la UCI”.

A ella le tocaba avisarle a su familia, pero sus papás viven en la Garita de Monterrey de San Carlos, no tienen teléfono fijo y no hay buena señal de celular. Magally sabía lo que significaba ser intubada y decidió llamar a una tía de su papá, que era enfermera pensionada… ella entendería y le explicaría a su gente.

Cuando se intuba a una persona se requiere que esté totalmente sedada, su hermana se encargaba de llamar cada día para conocer sobre su salud. Los primeros cuatro días no le daban señal de vida, el reporte era que se encontraba extremadamente delicada; a los cinco días le dijeron que buscara una funeraria y tuviera todo listo para incinerarla, porque debía ser rápido.

Cada vez que llamaban era un martirio para su familia y fue hasta el décimo día que dio muestras de una leve mejoría, poco a poco fue reaccionando positivamente, le comenzaron a quitar sedantes y el 4 de abril despertó totalmente.

“Cuando me dijeron que las pruebas dieron negativas para COVID-19 fue una felicidad y cada día me he sentido un poco mejor. Quedé con las piernas muy débiles, de hecho, cuando salí no podía caminar, pero voy avanzando; estoy en casa de mi hermana porque ocupo ayuda en todo”.

Su mensaje para la población es que se tomen en serio esta situación, que es verdaderamente peligroso y tienen que hacer caso a las medidas que se han establecido.

“Y a mis compañeros y compañeras les pido que tengan mucho cuidado, sigan trabajando y tomen las precauciones”.

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“Me pusieron oxígeno para ayudarme a respirar, al rato me hicieron gases arteriales y me subieron al cuarto piso, en aislamiento. Luego de eso sólo empeoré, el 21 de marzo a las 9:20 de la mañana el doctor me dijo que tomaron la decisión de intubarme”.

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Karla Morales, asistente del área de Aseo

“La situación es preocupante y tenemos sentimientos encontrados”

“Lo primero que hacemos al llegar a nuestras casas es quitarnos los zapatos, descartar la ropa por aparte, desinfectarnos y bañarnos. No podemos aceptar un saludo antes de hacer esta rutina; es triste y duro a la vez, cuando una llega y no puede saludar y abrazar a los nietos. Es una situación muy estresante”.

Karla Morales es asistente operativa del Área de Aseo del Hospital México y vive cada día la zozobra de quien está al frente de una emergencia; son héroes para muchos fuera del hospital, sin pensar lo que enfrentan y que ponen su salud en riesgo.

Cuenta que al principio pensaban que no sería algo tan contagioso, pero al ver todo lo que ha sucedido en el mundo y que hay compañeros de trabajo que ya se han enfermado de COVID-19, incluso que han ingresado a la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI), la perspectiva cambió.

“No es como otras enfermedades que hemos vivido en el hospital, vemos tan cerca el riesgo de contagiarnos; hay funcionarios que lloran y no quieren estar cerca de las áreas donde hay pacientes positivos; lloran porque algún compañero se contagió o está muy expuesto, o porque sus familias les piden que no vengan al trabajo y tienen la responsabilidad de hacerlo. Venimos a trabajar y llegamos a nuestras casas sin saber si les estamos llevando esta enfermedad”.

Muchos funcionarios de los hospitales se han tenido que hacer pruebas de COVID-19, pues presentan síntomas; algunos dan negativo, pero ya hay varios contagiados. El tema de conversación diario es el virus y los sentimientos generalizados son de ansiedad, estrés y temor; miedo al contagio y de que la enfermedad se les salga de las manos y no tengan como atender a la gente.

“En el área de aseo, el trabajo es esencial y el protocolo cuando se ingresa a la unidad de COVID o a la UCI es extremo; se han reforzado las áreas, pues es necesario contar con más ayuda. Hay una limpieza extrema y es necesario que el personal utilice todo el equipo de protección, como batas, guantes, mascarillas, lentes, botas… El proceso de desinfección es largo y tienen que salir directo a bañarse”, explicó.

Karla señaló que la ansiedad y el estrés lo manejan entre compañeros, se apoyan entre todos y quienes requieren de atención específica van a consulta de psicología. Además, han recibido charlas de salud ocupacional y epidemiología para solventar las dudas y los temores que tienen.

“Sentimos que aún faltan medidas, sobre todo en la dotación de mascarillas especiales para el personal; sabemos que la mascarilla no es para todos, pero es necesario buscar otras formas para sentirnos más seguros, que entreguen más equipo de protección”.

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“Hay funcionarios que lloran y no quieren estar cerca de las áreas donde hay pacientes positivos; lloran porque algún compañero se contagió o está muy expuesto, o porque sus familias les piden que no vengan al trabajo”.

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Luis Campos, terapeuta respiratorio

“Hasta la persona más preparada para emergencias se ve afectada”

Para Luis Campos, coordinador de Terapia Intensiva del Hospital México, el país vive una situación completamente fuera de lo normal, con dimensiones mayores de lo que están acostumbrados en un hospital. Es la segunda pandemia que vive como personal de salud, la primera fue en 2009 con la AH1N1, cuando considera que había temor, pero que no supera a la sensación actual.

“Las expectativas de ese momento eran más dramáticas del cuadro que realmente vimos, pero había una diferencia, las redes sociales no eran tan masivas y no se generó la dimensión social que hay en la actualidad. Hoy vivimos la situación en el hospital, pero también experimentamos esa tensión social, que lo hace todavía más pesado”.

Campos está convencido de que hasta la persona más dura y preparada para emergencias en ocasiones se ve afectada con lo que está sucediendo, pues existe un gran sacrificio por parte del personal de salud. Muchos que no ven a sus familias, a sus papás, a sus hermanos o han tenido que dejar de ver a sus hijos para reducir el riesgo de contagiarlos.

Aunque Luis no vive con sus hijos, se visitan regularmente, pero lleva semanas sin poder verlos, pues pondría en riesgo a sus papás. Su novia, con quien vive y que también trabaja en el sector salud, tiene una hija y desde hace casi un mes tuvo que dejarla con los abuelos; por varias semanas han perdido vínculos muy cercanos.

“A lo interno del hospital todos estamos en lo mismo, hay tensión cada día y no tenemos apoyo emocional, o al menos a nosotros no nos ha llegado. Sí, hay psicólogos, que probablemente darían soporte si los buscamos, pero no hemos visto ningún plan para tratar al personal que está integrado en la atención, aunque la preparación técnica sí la hemos tenido”.

Luis aseguró que hay mucha preocupación, el ambiente de trabajo es tenso, la gente se enoja si otro los toca, o cuando hay que trabajar en una computadora hay temor, incluso al tocar un teclado; ya se han dado roces entre compañeros, o con jefaturas (puesto que él ocupa), porque muchos no están de acuerdo con las disposiciones que se establecen.

Cuando sale del trabajo y va a su casa, le gustaría ver una película y descansar, pero es imposible, al llegar debe cumplir primero un protocolo de desinfección, dejar sus zapatos afuera, la ropa ponerla en una bolsa aparte, ir al baño y salir esterilizado, eso cambia la forma de vida.

“Ha cambiado la forma de vida de todos, pero la de nosotros se ha multiplicado, nos toca vivirlo dos veces, en el trabajo y en la calle, mientras luchamos con el estigma de ser héroes al ejercer nuestra profesión, una carga adicional que tiende a atemorizar. Otro problema es que perdemos personal, personas que estuvieron en contacto con otros compañeros que dieron positivo; nos dieron la posibilidad de duplicar plazas, pero la Gerencia Médica se las llevó para el CENARE, esas cosas golpean”.

Adicionalmente, sufren un terrible estigma social y les da temor ser identificados como funcionarios de un hospital, porque la gente al enterarse que trabajan en un hospital los miran diferente y piensan que son personas de riesgo. Se sienten discriminados.

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“…luchamos con el estigma de ser héroes al ejercer nuestra profesión, una carga adicional que tiende a atemorizar”.

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“Tardamos hora y media desinfectando un cuarto con COVID-19”

Con 22 años de trabajar en el Hospital México, Roxana Hernández nunca se imaginó que estaría en la primera línea de atención del primer paciente con COVID-19 del país. El miedo y los temores estaban a flor de piel, porque se trataba de algo desconocido, que habían visto cómo causaba miles de muertes en Italia y España, y contagios masivos.

“He pasado por muchos servicios del hospital y ahora estoy en Aseo de Cuidados Intensivos, en el sétimo piso. Esa noche entró el doctor que se había contagiado, nos explicaron el protocolo que debíamos seguir con respecto a la limpieza y desinfección del cuarto, nos dieron los implementos necesarios para entrar y nos indicaron la forma correcta de usar el equipo para que no nos viéramos afectados”.

Tenían controlada la parte técnica, pero en el área emocional había muchos sentimientos: miedo, angustia, preocupación, porque tenían claro que al salir de su turno les tocaba regresar a su casa; sabían que no sería el único caso y que estaban a la puerta de un virus que podría afectarlos directamente.

Conforme pasan los días han tomado confianza; eso sí, siguen un proceso exhaustivo para limpiar cada uno de los cuartos donde hay personas infectadas en la UCI.

“Al iniciar nuestro turno entramos con el uniforme de la Institución; al llegar a la UCI nos cambiamos por ropa de paciente, usamos mascarillas N95, anteojos especiales, tipo buceo, porque es necesario sellar alrededor de los ojos para que no salpique ningún fluido; hacemos sello de tórax, gorro para cubrirnos los oídos y el pelo, doble o triple guante y al entrar empujamos las puertas, no las tocamos”.

La técnica de limpieza que aplican es extrema: lavan de arriba hacia abajo con jabón neutro; de derecha a izquierda aplican agua, jabón neutro, cloro y luego nuevamente agua, de manera que se desinfecte todo. Después limpian el piso con cloro y usan doble bolsa de basura. Inmediatamente salen del cuarto, se quitan gorros, cubrebocas, anteojos, guantes, todo lo descartan y van de inmediato a bañarse para ponerse ropa limpia.

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“Ya no siento el mismo temor de los primeros días, cuando llegó el primer enfermo de COVID-19, y guardan muchos controles de seguridad”

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El proceso de limpieza y cambio de ropa puede tardar una hora y media, y este protocolo debe repetirlo en cada cuarto, dos veces en cada turno. Hay tres turnos diarios.

“Yo vivo en mi casa con mi hijo; mi hija tiene un apartamento al lado, pero nos vemos muy limitadas para contactarnos. Cuando abro el portón, mis nietas son las primeras que vienen a saludarme; yo tengo que decirles que no se acerquen y tengo que hacer todo un protocolo de desinfección previo, además, no puedo tener contacto directo con ellas porque siempre guardo el temor de contagiarlas”.

En un tono pensativo recordó que ya no siente el mismo temor de los primeros días, después de un mes de tener al primer paciente, y guardan muchos controles de seguridad sabiendo que su labor es muy importante; pero sí siente que hay temor en las personas que los conocen.

Recordó que un día de estos fue a la carnicería y el dueño, que sabe que ella trabaja en el hospital, la pasó de inmediato para que se fuera rápido; está consciente de que la gente los ve con recelo.

“Para nadie es un secreto que hay compañeros que han salido positivos y muchos se han tenido que aislar, pues estuvieron en contacto con ellos. Quisiéramos que la gente entienda que, si pueden, tienen que quedarse en casa para evitar la propagación, hay que someterse a los lineamientos de orden sanitaria. Es un virus muy fuerte y se nos puede salir de las manos”.


“Todos hemos sacrificado a la familia y la paz mental”

Desde enero comenzó a escuchar de sus colegas en el extranjero sobre el COVID-19, las noticias de lo que sucedía en China hacían creer que las cosas no pintaban bien y, al acordarse de cómo se dio la emergencia con la AH1N1, el SARS e incluso del Sida, concluyó que cada uno en su momento estuvo marcado por histeria colectiva. Pero las noticias hacían pensar que esta vez se trataba de otra cosa.

Cecilia Rodríguez (nombre ficticio para guardar confidencialidad), médica especialista, aseguró a UNIVERSIDAD que desde hace meses tenían información de que se trataba de un virus altamente contagioso, con un potencial peligroso.

“Pasó enero y entró febrero, el panorama fue diferente porque se comenzó a hablar sobre contagios masivos, medidas extremas, muertes y estrategias de otros países; el 6 de marzo tuvimos el primer caso y, aunque había preparativos previos, vimos que la gente seguía como si nada pasara. Desde mi visión, las medidas han sido las correctas, pero no oportunas”.

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“Aquí somos el país del pura vida, y así lo vivimos, por lo que ha costado que la gente entienda que hay personas muriendo por COVID-19”.

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La expectativa de Cecilia y del resto de compañeros de su hospital es que con el primer paciente la gente entendiera la gravedad; vieron cómo se desarrollaban focos de contagio entre el personal médico y empezaron a levantar las manos preguntando por los lineamientos y el equipo de protección, porque el lavado de manos y la distancia de metro ochenta funciona en el parqueo, pero no cuando hay que examinar a un paciente.

Para ella lograr su protección y la de los pacientes ha sido toda una lucha y se ha generado un movimiento social dentro del gremio para insistir en los equipos necesarios para protegerse, sobre todo del portador asintomático.

“Aquí somos el país del ‘pura vida’, y así lo vivimos, por lo que ha costado que la gente entienda que hay personas muriendo por COVID-19; muere alguien y toman medidas, pero a los días vuelven a hacer loco y las autoridades reaccionan, pero tarde. Mientras tanto, en los hospitales, los funcionarios compramos a costos de usura nuestras mascarillas y equipo -porque los empresarios gobiernan y se basan en oferta y demanda- pero no nos dejaban usarlos y la respuesta que nos dieron es que asustábamos a los pacientes”.

Relató que se encuentran expuestos a jefaturas agresivas, que dentro de su histeria y mal manejo de la ansiedad agreden a otros, además de que no han tenido soporte emocional.

“La familia es lo primero que se va, en mi casa tengo a la señora que me ayuda y a mi hija; a mi mamá la tuve que enviar con otra familiar, porque tiene factores de riesgo”.

Para esta médica especialista, la vida se ha vuelto muy complicada, debe pasar todo un protocolo de desinfección al llegar a su casa; ella habla de lejos con su hija, no le puede ayudar mucho con las clases virtuales y se le nota triste porque se siente sola; hace sus comidas en el cuarto y los hijos de su esposo no pueden llegar a visitarlos.

“El enojo es una sensación que anda en muchas partes, es angustiante, hay compañeras que le entregaron sus hijos a los abuelos porque no quieren exponerlos. Todos hemos sacrificado a la familia y la paz mental; es muy demandante emocionalmente”.


Carlos Francisco Mena, guarda de seguridad

Tras 24 años de servicio y a meses de la pensión, poner la vida en riesgo

Todos los días entre las 8 a.m. y hasta las 8 p.m. Carlos Francisco Mena recibe y orienta pacientes y vela por mantener el orden en el Hospital México, el centro hospitalario que alberga a la mayor cantidad de pacientes con COVID-19.

Expuesto al contacto con cientos de personas que no necesariamente respetan el distanciamiento social, este guarda de seguridad asume el riesgo como parte de su trabajo, que es servirle al país. “Es un hospital, esto es lo que hacemos y a veces toca arriesgarse”, dijo.

Tras 24 años de servicio y a solo meses de pensionarse, Mena asegura que el personal sanitario está viviendo una situación sin precedente, incluso si lo compara con el brote de AH1N1 en 2008. El miedo, la ansiedad y la frustración que le produce su trabajo, lo mitiga con “la experiencia de los años” y con la certeza de que está cumpliendo una labor fundamental.

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“Nos dieron una charla sobre cómo lavarnos bien las manos, pero por tres días, en los baños no había jabón”

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Otros compañeros están más preocupados pues las condiciones que enfrentan son difíciles. Sólo hasta hace un par de semanas les dieron mascarillas quirúrgicas y guantes a quienes tienen contacto con personas y según el oficial, recién iniciando la crisis, les dieron una charla sobre lavado de manos y uso de alcohol pero paradójicamente, ni ese día ni los dos siguientes, hubo jabón en los baños del hospital.

Mena opina que el Hospital podría cuidar mejor a su personal, poniendo a los pacientes en un área determinada o dando acceso al equipo de protección personal, y que eso se evidencia en la gran cantidad de personas contagiadas o en aislamiento. Él, dice, hace lo posible pero sabe que su trabajo implica exponerse.

El mayor costo es extrañar a la familia, relata el oficial, que aunque vive con su hijo y su nuera, cuando está en casa se aísla en su dormitorio. “Cuando me voy a trabajar dejo una mudada y zapatos junto a la puerta, cuando vengo me cambio ahí mismo. De ahí directo al baño y la ropa del trabajo a lavar. Después de bañarme paso el resto del tiempo solo en el cuarto, ellos me chinean y me alcanzan la comida. Me hacen falta, pero no voy a exponerlos”, cuenta.


 

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