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La pregunta ahora es: ¿para qué querría volver Arias?

La tentación por el retorno ya dejó de ser rumor. Dos gobiernos parecen no haberle sido suficientes y ahora “medita”si se lanzará por uno más.

Más de 20 periodistas frente a los exmandatarios Óscar Arias y Felipe González se disponen a escuchar un discurso previsible sobre “Venezuela y la “democracia”, y fue justo ahí, cuando el español contestaba una pregunta sobre la firme vocación por reelegirse que padecen los presidentes en América Latina, cuando apareció ese gesto en el rostro del costarricense.

Un rictus que quizás no todos vieron, pero que tuvo un especial significado.

Felipe González hablaba sobre la resistencia de los materiales, o del cuerpo de un gobernante. Decía –alardeando de su acento castizo– que nadie está para aguantar 10 años en el poder y rendir como nuevo.

“Alguien que gobierna 10 años ya está sobrepasado por el peso de la responsabilidad y si al inicio aguantaba 200 kilos en el hombro, a los 10 años, 10 gramos extra le parecen insoportables. Uno se vuelve impaciente, se cansa, el poder agota –sentenciaba quien lideró la transición de España tras la muerte de Franco– por tanto las limitaciones en el mandato son razonables, lógicas”.

Hasta aquí, todo sabido. La frase de González de este jueves, la innegable convocatoria mediática de Óscar Arias y su confesión de que lo tienta reelegirse por tercera vez. Material para los noticiarios.

Lo que no se evidenció fue el gesto de Arias cuando su amigo español hablaba de la caducidad de un gobernante, de la obsolescencia del poder.

Fue un gesto mixto. Una sonrisa de medio lado de quien se siente aludido. El gesto involuntario de acomodarse el cabello hacia la derecha, casi como un tic propio. Como el futbolista que desfoga su incomodidad rascándose la oreja.

Eso es: Arias dio señales involuntarias de sentirse aludido con el comentario sobre los 10 años de poder, porque él ya gobernó ocho y un tercer mandato implicaría sumar doce.

Es decir, implica no aguantarse los 10 gramos extra, la impaciencia, el cansancio, el humano límite físico.

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Óscar Arias (centro) y su ex asesor chileno, John Biehl (izquierda), junto a Felipe González en la rueda de prensa del jueves 25 de febrero sobre gobernabilidad en Ámerica Latina y, por supuesto, el tema del momento: Venezuela

No parecían palabras favorables para Arias en momentos en que el rumor sobre sus aspiraciones dejaba de ser rumor y se convertía en posibilidad confesa. En amenaza real, dirían quienes lo adversan.

Otros críticos ni se inmutan: no temen que sea útil el dato ese que se repite en las encuestas de toda índole, según el cual Arias es la figura política mejor valorada entre los costarricenses.

Porque, sabida ya la tentación de Arias se igualará con tres mandatos a Ricardo Jiménez Oreamuno o al mismo Don Pepe Figueres, la pregunta del millón es otra:

¿Puede el Premio Nobel ganar unas elecciones en el nuevo contexto político de Costa Rica?

Y si gana ¿qué podría hacer desde  Zapote con un sistema presidencialista y una multitud de partidos? ¿Cuánto riesgo al fracaso está dispuesto a asumir?

La respuesta es clave y no andaba perdido Felipe González con sus palabras que parecía pronunciar sin alusiones directas. La posibilidad de ganar o no, y para qué, es lo que mantiene a Arias en proceso de “consulta con la almohada”.

No es que no quiera; no es que piense que un tercer mandato es gula; no es que falte gente que le haga las porras desde dentro del Partido Liberación Nacional (PLN) y desde fuera.

No. La razón para no tener una respuesta definitiva pasa en primer término por la disponibilidad de fuerzas para asumir un proyecto electoral en dos etapas.

Primero lograr el éxito interno en un PLN dominado hasta ahora por su rival histórico José María Figueres, quien en apariencia mantiene intactos sus afanes reeleccionistas.

Segundo, medirse en una campaña electoral donde no bastarían los dirigentes entusiastas ni el reducto duro de liberacionistas o de aristas que quedará por ahí, tal vez.

El gran hermano

Minutos después de la dispersa rueda de prensa de este jueves, previa a un encuentro llamado “Gobernabilidad democrática y participación ciudadana” y abundante en críticas al Gobierno venezolano, Arias lo dejó ver entre líneas, pero lo concretó de manera más directa su hermano, Rodrigo Arias, también presente en la actividad.

“Hay mucha gente arista, amiga, que estarían encantados si volviéramos a la política, pero esa es dirigencia que nos llaman y dicen que están listos para trabajar, gente que estuvo en el Gobierno, gente que estuvo en la Asamblea Legislativa y en muchos puestos públicos… pero con eso no vas a ganar una campaña política”, dice con ojos de zorro viejo.

“Yo creo que lo que hay que tener claro con total madurez es para qué volver a la política y cuáles serían los riesgos y las posibilidades de que un regreso sea exitoso”, sentencia con una claridad que evidencia el cálculo.

Rodrigo Arias sabe bien de qué habla, después del fracaso de su plan de ser candidato presidencial para el año 2014; las encuestas no le respondían y el financiamiento, por tanto, tampoco. Dejó entonces a Johnny Araya el camino libre hacia esa hoguera que fueron para el PLN las últimas elecciones presidenciales.

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Resultó ingrato el intento del PLN de sumar tres triunfos al hilo, después de la victoria del 2010 con el rostro de Laura Chinchilla impulsada por el presidente Óscar Arias desde el Gobierno al que llegó en unas reñidas elecciones (2006) copadas por el intenso debate en torno al Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos.

Lo hizo, recordemos, después de una controvertida interpretación constitucional sobre la reelección, sin tener que medirse en un pulso interno en el PLN y sin someterse ni a un solo debate contra el que fue su rival principal, Ottón Solís, a quien finalmente derrotó con una diferencia de solo 1,15 puntos porcentuales de la votación (18.000 votos) tras un tenso escrutinio.

Ahora todo sería más complicado. Pese a las valoraciones positivas de las encuestas, al menos al compararlo con otras figuras, Arias acarrea el resultado de su segundo mandato, con reformas trascendentales (ligadas al TLC) que lo hicieron intolerable para un sector de la población y con resultados fiscales que le acarrean críticas desde otros flancos.

Además de la inocultable divergencia interna en el PLN con dirigentes como Laura Chinchilla (a quien criticó con crudeza en su mandato) y con Figueres, ahora con las riendas de la volanta del PLN y, por tanto, de una buena parte de la dirigencia. [/vc_column][/vc_row]

Pero además el terreno político está más empinado, reconoce Rodrigo Arias.

“Las grandes preguntas son esas: para qué se quiere llegar y cuáles con los objetivos. Cuando se volvió en 2005 sabíamos que queríamos hacer una reforma de Estado importante con el TLC, el gran tema de romper monopolios que estaban afectando la competitividad del país, reestructurar temas de propiedad intelectual y otras cosas urgentes. Hoy habría que pensar cuáles son los grandes temas y sobre todo el costo y beneficio de participar, con posibilidades reales. En política uno participa si siente que tiene posibilidades de salir adelante”, analiza quien fue dos veces ya Ministro de la Presidencia.

Esa es la clave. Esos son los cálculos que el grupo alrededor de Arias, el más realista, debe de estar haciendo con calculadoras, ábacos y encuestas.

El cálculo incluye las posibilidades de financiar una campaña y variables que pasan necesariamente por el resultado del gobierno de Luis Guillermo Solís y las fuerzas de otras agrupaciones o tendencias, como la de Figueres, a quien sus adversarios (y las encuestas) tampoco le acreditan comodidad alguna.

“Yo lo veo muy difícil (un proyecto electoral de Figueres). Las elecciones municipales salieron bien, pero no fue tampoco una gran victoria; pero esas son elecciones donde el PLN tiene músculo porque anda en un 25% del padrón, pero para una elección nacional se requiere muchísimo más que eso”, añadía Rodrigo Arias, aunque su hermano mayor hacía cinco minutos había dicho, cierto o no, que la decisión de postularse o no nada tenía nada que ver con Figueres.

También había dicho el expresidente que a sus 75 años tiene buena salud, que ya se recuperó de una lesión en el tendón de Aquiles y que su mente está alerta como la de un muchacho recién entrado a la universidad.

Parece que lo de olvidar la cédula para ir a votar el domingo 6 en las elecciones municipales fueron solo chispas de su oficio. No deja de ser un cálculo delicado la idea de gobernar con ochenta años encima.

Un periodista le preguntó este jueves si pretendía ser el Joaquín Balaguer de Costa Rica, pero Arias evitó contestar semejante comparación con el triple presidente dominicano que, a los 90 años, aún gobernaba.

Las energías físicas, siguiendo a Felipe González (quien gobernó 12 años España), no son el flanco fuerte de Arias, menos aun frente a la posibilidad de ser adversario de José María Figueres.

Este mes de marzo es vital para Figueres, porque una norma interna lo obligaría a renunciar a la presidencia verdiblanca para poder presentarse como precandidato del PLN.

El eventual “choque de trenes” provoca temores y confusión en algunos miembros de Liberación Nacional, partido donde el significado de la palabra “renovación” es material de malabarista. Es posible que surjan otras figuras, pero depende de los dos “ex”.

[quote_regular name=”” icon_quote=”no”]Un periodista le preguntó este jueves si pretendía ser el Joaquín Balaguer de Costa Rica, pero Arias evitó contestar semejante comparación con el triple presidente dominicano que, a los 90 años, aún gobernaba.[/quote_regular]

Pero a Arias esto no le afecta, dice. Él, su almohada, su familia y el grupo que lo quiere recolocar en una competencia política siguen tanteando el terreno electoral y político.

Arias insiste en su papel de brújula, en que el país ha vuelto a perder el rumbo (o sea, que “el barco necesita capitán”) y que, a diferencia del gobierno de Pacheco que dejó las arcas llenas, a la administración Solís le ha tocado raspar la olla y nada hace pensar en una reducción del déficit al acabar su cuatrienio.

Arias se sabe responsable, en parte, por el desfase fiscal. Su gobierno 2006-2010 estuvo lejos de ser austero y además dejó inflada la planilla estatal en instituciones como la CCSS y el ICE, lo que le permitió argumentar que el país sostuvo su tasa de empleo durante la crisis internacional 2008-2009.

La pobreza llegó en 2007 al nivel mínimo desde 1980 (16,7% de la población), sobre todo por transferencias directas del Estado, pero repuntó hasta superar el 20% al entregar el mandato.

También quedó el país recolocado en el ajedrez internacional en sus nuevas relaciones con China, Cuba y con Palestina.

Dejó también pendiente una reforma fiscal que ni siquiera llegó a plantear a la Asamblea Legislativa y dejó un país polarizado en lo político.

Dejó también hechas inauguraciones sin obras ni proyectos, como la de una nueva Casa Presidencial en el centro de San José.

Ahora, subrayaba Rodrigo Arias, todo sería distinto. En diez años muchas cosas han cambiado y no necesariamente en favor de un eventual retorno de Arias ni de Figueres, más aún entre un electorado renovado en más del 20% de sus habitantes inscritos, con una creciente presencia juvenil que no suspira por los “viejos conocidos” y tampoco parece haber agotado la opción de los “nuevos por conocer”.

Mario Jiménez, estudiante de un colegio semioficial, es uno de esos jóvenes reacios. Cumplirá sus 18 el próximo año, porque estaba apenas en el kínder cuando Arias salió beneficiado con la interpretación constitucional de la reelección y tenía ocho cuando se realizó el referendo del TLC.

Mario será uno de los nuevos votantes en el 2018 y para él Arias es “un señor que nada que ver”. Otro compañero suyo usa otras palabras más crudas aunque reconoce que su mamá, empleada de una cadena de farmacias, le sigue llamando con mucho respeto “don Óscar”.

Así las cosas, a la hora del cálculo, quienes soplan aire en las velas del retorno deberán agregar a su ecuación el desafío millenials.

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