Phan Thị Kim Phúc, activista por la paz y sobreviviente de la invasión militar estadounidense de Vietnam en 1972, asegura que la paz no es un accidente y no pasa sola, sino que las personas deben conscientemente construirla a diario.
Además, asegura que aún en países —como el nuestro— donde la guerra se siente muy lejana, es importante “no dar por sentada” la paz, pues es frágil.
La imagen de Kim Phúc, capturada por el lente del fotógrafo Huỳnh Công Út (conocido como Nick Ut), dio la vuelta al mundo como un retrato de las atrocidades de la guerra y el uso de armas químicas como el napalm. En la imagen, la entonces niña de nueve años corre desnuda por una calle con su hermano y sus primos, todos gritando a causa del dolor causado por quemaduras en sus pequeños cuerpos.

Luego de tomar la fotografía —que le mereció un Pulitzer— Ut transportó a Kim Phúc a un hospital y demandó que fuera atendida. La joven permaneció internada más de un año recibiendo atención médica y tuvo que regresar al quirófano en múltiples ocasiones durante los siguientes 50 años. Su tratamiento reconstructivo terminó apenas el año pasado.
Actualmente, la mujer se encuentra en el país para promover su libro Fire Road (traducido como La Ruta del Fuego) que fue traducido al español por la filóloga María Marta Kandler, bajo encargo de Mauricio Ortiz, exembajador de Costa Rica en Canadá.
Durante su visita, Kim Phúc brindó una entrevista —que se realizó como un esfuerzo conjunto entre UNIVERSIDAD y el Canal UCR— de la cual presentamos un extracto a continuación.
Como sobreviviente, ¿siente que su historia fue definida por su experiencia en Vietnam?
—En 8 de junio de 1972 yo solo tenía nueve años y el napalm quemó toda mi ropa, mi cuerpo y fue así como me convertí en una víctima de la guerra. Estoy muy agradecida de que el fotógrafo estaba ahí, él tomó la foto y capturó un momento de odio, una imagen terrible que tuvo un gran impacto para mí y para el mundo.
Yo estoy agradecida, honrada y privilegiada de estar viva y de no ser una víctima de guerra para siempre. Yo sufrí dolor físico y dolor emocional, mucho, viví con enojo, amargura y odio mucho tiempo, pero aprendí a vivir y seguir adelante, ahora siempre busco la paz, el amor, la esperanza y el perdón.
Eso me ayudó a valorar mi vida porque pude usar esa imagen para trabajar por la paz, para ayudar a otros niños y poder hacer las cosas diferente para que todos los niños, incluidos mis hijos, puedan tener libertad y no sufrir la vida que yo sufrí.
Siendo esa una imagen muy gráfica y dolorosa, ¿cuál es su perspectiva de las formas en que hablamos sobre las víctimas, las fotografías que tomamos y cómo hablamos de la guerra?
—Todavía tenemos que hablar de la guerra, yo sufrí mi pasado pero no vivo en mi pasado, eso es una gran diferencia. Cuando aprendemos de lo que sucedió en el pasado eso nos hace más fuertes y yo por eso puedo compartir mi experiencia con la siguiente generación, decirles lo horrible que es la guerra, el dolor, la pérdida y la desesperanza, es un proceso horrible, pero hay que seguir adelante, aprender del pasado y debemos hacer el bien por el presente y mirar hacia adelante. Esa es mi esperanza: la paz, el amor y el perdón.
Considerando el efecto que tuvo la fotografía en su vida, ¿qué piensa sobre la cobertura periodística de guerra y zonas de conflicto?
—Cuando yo vi esa foto por primera vez: absolutamente la odié. Cuando mi padre me dio esa foto y me dijo que era yo estaba en shock, yo estaba en agonía, fea y desnuda, y estaba en el centro, con mis hermanos y primos alrededor. Me preguntaba por qué ellos tenían ropa y yo no, por qué habían tomado esa foto, por qué la imprimieron. Como niña, no lo entendía y me sentía muy mal, odié esa imagen durante mucho tiempo.
Luego cuando tuve libertad, ya en Canadá (donde se mudó con su esposo hace varias décadas) cuando fui madre y sostuve a mi hijo Thomas, esa foto me conmovió y me convenció de que como madre tengo que proteger a mi hijo. No quiero que mi hijo y ningún niño del mundo sufra como esa niña. Así fue que cambié mi mirada, mi perspectiva sobre esa foto, la acepté y luego la abracé, y así tomé la decisión de trabajar por la paz.
Por eso, como periodistas, yo creo que hay que retratar imágenes y hacerse responsables, mi “Tío Ut” no solo tomó una foto, él puso su cámara en el suelo y me llevó al hospital, me salvó la vida. Yo ahora le agradezco que haya hecho público lo que pasó con los niños en Vietnam, porque sirve para educar a la próxima generación.
Hablando de hacer conciencia para la paz y antagonizar la guerra, ¿qué es la paz para usted?
—Yo pasé por una guerra, con mucha pérdida, dolor y desesperanza, estuve allí durante mucho tiempo, pero ahora doy gracias a Dios por su plan.
Yo me preguntaba en lo más profundo de mi corazón ¿cuál es el propósito de mi vida?, ¿por qué tuve que sufrir tanto?, ¿por qué no morí? y en 1982 encontré a Jesús. A partir de mi fe aprendí a vivir con amor y perdón, fue un punto de inflexión, cambió mi actitud, mi visión.
Por ejemplo, antes cada vez que tocaba mi cicatriz la odiaba, cuando sentía dolor lo odiaba y ese odio, esa amargura creció dentro de mí. Ahora cuando eso pasa le pido a Dios que me ayude, que sane mi corazón y ahora encuentro fuerza en mis cicatrices.
Por eso hago el bien y he dedicado mi vida a ayudar a otros, especialmente a los niños, por eso establecí la Fundación “Kim International”, cuya misión es ayudar a los niños que son víctimas de la guerra, la violencia y la pobreza, construimos escuelas, hospitales, ofrecemos casas y biblioteca para niños, eso da paz a mi corazón.
Yo no ayudo a la gente porque es mi deber o mi trabajo, sino por amor, porque cuando las personas sanan, por dentro y por fuera, eso es paz, y una cosa más, yo también he aprendido a amar a mis enemigos. Yo perdono a todas aquellas personas que causaron mi sufrimiento y eso es realmente significante, siendo la niña en la famosa foto de la Guerra de Vietnam.
En este esfuerzo de construir paz en el mundo, ¿cómo quieres usar tu propia historia y cómo esperaría que sea su impacto?
—Siendo yo misma un símbolo de guerra en esa foto famosa, yo exploro cómo pasar de la oscuridad a la luz, del odio al perdón, que para mí ha sido a partir de mi fe y mi experiencia. Por eso estoy tan feliz de que mi amigo Mauricio Ortiz y el equipo en Costa Rica con amor, visión y compasión me ayudara a traducir mi libro al español.
Deseo compartir mi historia con cada persona en Costa Rica y en todos los países latinoamericanos para hacerles saber que no debemos perder la esperanza y que siempre tenemos que hacer algo para que haya paz en el mundo y así este será un lugar maravilloso para nuestros hijos.
Siendo Costa Rica un país que se dice pacífico y que la guerra desde aquí se siente tan lejos, ¿qué podemos aportar los costarricenses en este esfuerzo para construir paz?
—Costa Rica no tiene sistema militar, ese es el primer punto para construir paz.
Segundo, creo que las personas de manera individual deben constantemente hacer su mejor esfuerzo para mantener la paz, porque la paz no es accidental, no pasa de la noche a la mañana, sino que debe construirse a diario, eso es cultura de paz.
Creo que Costa Rica, incluso siendo un país pequeño, puede promover esa idea maravillosamente a través de la educación, en la escuela, la universidad, el hogar y la comunidad porque tenemos que enseñar a los niños a vivir en paz y amor.
La paz es muy frágil y, por eso, yo aliento a todas las personas, incluidas las costarricenses a no a tomar la paz por un hecho, tenemos que trabajar duro por la paz en nuestras sociedades y comunidades.
