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Juan Diego Castro, el temor y la furia

Este abogado podía haber llevado una vida de paz como heredero de la oligarquía cafetalera o como un abogado más pero no fue así

Este abogado de 62 años podía haber llevado una vida de paz como heredero de la oligarquía cafetalera o como un abogado penalista más, pero eso no ocurrió, su vida viene marcada por la exposición y el conflicto como norma. Ahora muchos temen siquiera mencionar en público el nombre de ese hombre, que tiene posibilidades altas de ser Presidente de Costa Rica, precisamente, porque otros muchos lo aplauden.

Tal vez ahí empezó todo. Era abril de 1994 y José María Figueres Olsen armaba su gabinete para comenzar a gobernar el 8 de mayo, después de una campaña electoral muy dura, que incluyó un juicio contra dos hermanos, autores de un libro que acusaba al heredero del caudillo de participar en el asesinato de José Luis Orozco Solís, alias “Chemise”.

Aquel juicio famoso que impuso como adagio popular la frase que Figueres repitió ante el tribunal: “no recuerdo, señor juez”.

Juan Diego Castro suele posar en sitios o con objetos que magnifiquen su mensaje, en este caso el de su proyecto de «reconstrucción nacional».

Juan Diego Castro Fernández era entonces un abogado de menos de 40 años -connotado en su gremio y acostumbrado a los conflictos de poder- pero muy lejos del hombre mediático en que se convertiría tiempo después.

Llevó la defensa de José María Figueres en Tribunales, lo libró de la acusación y acabó como su Ministro de Seguridad Pública, cuenta el ahora expresidente.

Tal vez ahí empezó todo, en la fase madura del bipartidismo, con un ministro que pronto se dio a conocer como una voz a veces autorizada y otras veces autoritaria.

Pronto se le conocería como una fuente de conflicto frecuente por su personalidad volcánica, aunque en ese momento apenas empezaba a abrirse espacio en la política nacional, y ni siquiera él imaginaba que -23 años después-, sería un candidato de la Presidencia de la República aventajado en las encuestas.

Ahora, en 2017, Castro es el candidato presidencial que desafía al sistema tradicional de la política, y ha llegado a colocarse a la cabeza de las encuestas para las elecciones de febrero de 2018.

Es un personaje polémico y temido por algunos, pero aplaudido por un grupo de electores que conecta con su discurso incendiario de mano dura contra el crimen y contra la corrupción en la clase política de la que él intenta distanciarse, al menos de palabra.

Este reportaje intenta reconstruir fragmentos de la vida de Juan Diego Castro e hilvanar muchos de los hechos públicos o publicados, a pesar del temor que expresan en privado las personas que lo conocen y que las hace inhibirse de hablar de él en público.

Temen entrar en choque con una persona con fama de ser incansable en la pelea y de no tener reparos para llevar el conflicto al plano personal y público; más ahora en la era de las redes sociales –un feudo en el que basa su campaña electoral-. Castro se muestra en el ciberespacio como una opción para gobernar el país, a pesar de que su candidatura viaja en un partido diminuto, que le sirve de vehículo en esta carrera electoral: Integración Nacional (PIN).

Juan Diego Castro no atendió la solicitud de entrevista de UNIVERSIDAD, ni las múltiples gestiones enviadas desde el 23 de octubre mediante su periodista. Tampoco cumplió lo convenido en una conversación telefónica en la que prometió conceder una hora de entrevista el pasado lunes.

Además, fue imposible asistir a alguno de sus actos políticos, pues su agenda la maneja de manera privada y los sitios donde estará frente al público se avisan con poca antelación. Incluso rechazó el pedido de este medio para fotografiarlo.

Mucha de su campaña se gesta y se propaga en plataformas digitales y aún mantiene actividades de abogado, afirmó su periodista, Álvaro Sánchez, un reportero de Canal 7 quien labora en la campaña de Juan Diego Castro, gracias a un permiso laboral que le concedió el canal de La Sabana.

La negativa de Castro a ofrecer esa entrevista deja sin respuesta a numerosas preguntas sobre temas de fondo y de forma electoral; de la vida intensa de este heredero de la oligarquía cafetalera, exregidor municipal paraiseño de la izquierda maoísta (1978-1982) y funcionario judicial por solo 20 días.

Queda conocer más a este papá de ocho hijos que contrajo a sus 16 años el primero de tres matrimonios, este pirotécnico abogado, voz de la antipolítica y miembro connotado de la masonería en el país.

CONFLICTOS Y PRENSA

“Es un hombre valiente. Habiéndolo conocido como mi abogado en una circunstancia dificilísima de mi vida me impresionó su talento, su coraje y valentía porque a Gobierno se va a hacer a hacer cosas. Por eso lo llevé al Gobierno”, dijo a UNIVERSIDAD José María Figueres, quien en abril perdió la convención del PLN para volver a ser candidato presidencial, ante el exdiputado Antonio Álvarez Desanti.

Álvarez Desanti es ahora el rival más directo de Juan Diego Castro, aunque otros candidatos están vigentes en un cuadro electoral muy expuesto a cambios.

Los caminos de la política son circulares y Álvarez era también presidente legislativo en la noche del 14 de diciembre de 1995. Ese día Castro pasó a la historia por ser el único ministro en Costa Rica en recibir un voto de censura de la Asamblea Legislativa, una semana después de haber enviado un contingente de policías armados a rodear el Congreso para presionarlo.

Las razones aún son debatibles, pero la amplia mayoría de  los legisladores del momento votaron por la censura y solo cinco de los diputados votaron en contra. Entre ellos Ottón Solís y Alberto Cañas, ambos oficialistas en ese momento.

Cañas ya falleció y Ottón Solís justifica su voto. “Los diputados estaban molestos porque él (Castro) no quería nombrar a los policías y jefes de comandancia que le pedían. Esa era la razón y no otra”, cuenta ahora el diputado y figura del Partido Acción Ciudadana.

Después, el presidente Figueres trasladó a Castro al Ministerio de Justicia, donde estuvo hasta el 25 de julio de 1997, cuando la suma de cuestionamientos lo hizo insostenible políticamente y la popularidad del mandatario iba de cabeza.

Las crónicas del momento cuentan que el presidente lloró al anunciar la salida de su amigo Juan Diego.

El abogado de discurso de mano dura había dejado su huella en la política y ya era un personaje nacional. Después se dedicaría a su bufete y a llevar casos judiciales de alta resonancia mediática, de víctimas de tragedias o de clientes poderosos.

Era ya un penalista connotado y exitoso, tanto que los medios de comunicación lo reclutaron en sus listas de expertos. Con especial notoriedad aparecía en Canal 7, empresa de la que, además, Juan Diego Castro es abogado.

Su director, Ignacio Santos, prefirió no contestar las preguntas de UNIVERSIDAD sobre Juan Diego Castro para esta publicación.

El hoy candidato se saldría de la política en 1997 -en lo formal-, pero no en la práctica con sus críticas altisonantes hacia algunos políticos y sobre todo hacia una parte del Poder Judicial, cuando casi nadie se atrevía a hacerlo. A otra parte no; ahí dentro hay quienes han empatado con él, incluso en la cúpula que suele señalar como corrupta o protectora de una red de cuido político.

En la coyuntura actual del «cementazo», cuando nombraron a la fiscal Emilia Navas en lugar de Jorge Chavarría al frente del Ministerio Público, la reacción de Castro no fue precisamente un aplauso: «sube Emilia Navas, de la desastrosa fiscalía de fraudes, la peor de todas las fiscalías». Después, en un derecho de respuesta enviado a La Nación, dijo que él nunca reprobó el nombramiento y que ella ha actuado «mediáticamente bien».

Castro es dueño de un verbo fogoso, frases burlescas y cargadas de doble sentido, que reparte entre la clase política, el estrato judicial y medios de comunicación que él considera que lo atacan.

Ejemplos de enfrentamientos con los medios hay muchos, algunos de ellos durante esta misma campaña electoral, pero ninguno tan sonado como el juicio contra La Nación y tres de sus periodistas por un reportaje en que informaron de a que él, al salir de Justicia, le fue asignado un vehículo y protección policial pagados por el Estado. El diario también había publicado que no habían sido devueltas armas asignadas a la custodia de la casa del exministro.

La sentencia sobrevino el 3 de marzo de 1998 y condenaba al director Eduardo Ulibarri, a los periodistas José David Guevara y Ronald Moya por del delito de “injurias por la prensa”, con una pena económica y un castigo inédito solicitado por el propio Castro: publicar la sentencia completa en las primeras diez páginas del diario. Había que ostentar el triunfo.

Esa edición de La Nación del 22 de octubre de 1999 se exhibió en el museo Newseum de Washington D.C.

La pena la dictó un Tribunal Penal presidido por el entonces juez Juan Marcos Rivero, quien después se pasó a ejercer como penalista en el ámbito privado y que ahora es representante del empresario cementero Juan Carlos Bolaños.

Este empresario guarda prisión preventiva como protagonista de la trama de corrupción del cemento chino que ha salpicado en este 2017 a los tres poderes de la República y que ha creado un terreno popular favorable para el discurso antipolítico de Castro.

Esa vez, en la sala de la sentencia estaba la mamá de Figueres, Karen Olsen, y abrazó a Castro al conocer el veredicto. Este después se dirigió a la Casa Presidencial, donde reventó bombetas y encendió un puro para celebrar, publicó el periódico. Para las autoridades de La Nación, era claro que el acusador era el exministro Castro, pero con el apoyo del Gobierno.

Lo dice Eduardo Ulibarri, su director en ese momento. “Siempre vi esa acusación con dos caras: la de Juan Diego Castro y la del gobierno de Figueres. Pude verlo (a Castro) como una persona con muy poca disposición a rendir cuentas y tendencia a atacar a quien lo cuestiona, incluso al punto de ridiculizarlo. Cortejaba a periodistas de informaciones para ser fuente. Siempre ha estado muy alerta frente a los medios, sea para tratar de utilizarlos o para denostarlos si no lo favorecen”.

Como ministro impulsó una declaratoria de “secreto de Estado” el 30 de abril de 1995 sobre detalles del Arsenal Nacional en el marco de una cuestionada compra de armas a Israel, a pesar de que eso solo lo puede declarar la Asamblea Legislativa.

Ese decreto, firmado en última instancia por el presidente Figueres, fue derogado dos semanas después de que Castro dejó el cargo en Seguridad. Cuando los magistrados de la Sala IV lo analizaron (1998), ya carecía de sentido.  El incendio había pasado.

También tiene conflictos recientes. En 2016 criticó abiertamente a la periodista Amelia Rueda y a su hijo Antonio Jiménez después de publicaciones sobre los Panama Papers en las que salió mencionado Castro por servicios legales dados a una empresa cuestionada. De nuevo, apodos y publicaciones en redes sociales.

También criticó entonces a este semanario por mencionarlo en un reportaje como abogado de una de las empresas mencionadas en la filtración del bufete Mossack Fonseca y más recientemente calificó una publicación de este medio como “el antiperiodismo de UNIVERSIDAD”.

Esta crítica suya en Facebook la escribió el día 22 de octubre de este año, justo el día en que en estas páginas se publicó una encuesta que revelaba que él iba creciendo en apoyo de electores, lo que lo colocaba en empate con la decreciente candidatura de Álvarez Desanti y la estancada de Rodolfo Piza (Partido Unidad Social Cristiana, PUSC).

Un rato después borró ese comentario y publicó uno nuevo sin el reproche a este medio, como si nada.

MEDIÁTICO y MANO DURA

Armando González, actual director de La Nación, calificó este lunes a Castro como un hombre que busca la confrontación con la prensa.

“Es un candidato muy polémico, como lo fue de ministro. Tiene aún pendiente dar al país su programa y su orientación política. Es un fenómeno populista en el país”, describió González, quien dijo haber tenido conversaciones con Castro antes de que fuera candidato y haberle abierto las páginas del diario como a cualquier otra persona, a pesar de sus diatribas.

“Ha estado buscando una confrontación con el periódico no sé con qué motivos. Quizás le han convencido de que funcionó en otras latitudes, como en el fenómeno populista de Donald Trump. Es una característica del populismo hacerse ver como víctima. Lo hace con los medios que le son críticos”, agregó el director de La Nación.

Un año atrás, durante la presentación de un libro en el Instituto Cultural de México, Castro definió su relación reciente con el diario La Nación: “me sacaron del congelador”.  Más cordial es su historia con el popular Diario Extra y con Canal 7.

No faltan quienes fuera de micrófonos hacen otras comparaciones con Donald Trump al hablar del candidato del PIN por su relación ambivalente con los medios, por su desparpajo, sus posiciones contrarias al sistema político y el aprovechamiento de plataformas digitales.

Esta habilidad para comunicarse con las nuevas herramientas es la que le reconoció en una entrevista el ahora suspendido magistrado Celso Gamboa, quien en esa ocasión lo calificó como un “mentor”.

Castro -como lo había hecho el presidente de Estados Unidos en su campaña electoral-, también lanzó un cuestionamiento previo al Tribunal Supremo de Elecciones (TSE) y denunció un supuesto fraude en camino.

Denuncia la permisividad del magistrado Luis Antonio Sobrado a una supuesta participación de “la mafia hondureña” en favor del PLN. Un cuestionamiento al sistema y la amenaza de criminales extranjeros son dos elementos más que señalan quienes comparan el estilo de Castro con el de Trump u otros políticos populistas.

Consultado sobre el candidato del PIN, el director de La Nación reconoció que él sabe utilizar los espacios que se le abren y ha tenido la sensibilidad de conectar con temas que causan enojo o temor en la población, aunque negó que Canal 7 haya funcionado como plataforma.

Esos espacios le han permitido proyectar su discurso de mano dura en materia de seguridad ciudadana, uno de los puntos de conexión con un sector amplio de la población, más aún en el contexto actual del aumento de la violencia.

Ya dio señales cuando fue ministro entre 1994 y 1997. Se recuerda que en su gestión fue detenida una banda de asaltantes venezolanos, la cual fue sacada del país unilateral por decisión del Ejecutivo, sin el procedimiento legal necesario y mediante un engaño a las autoridades judiciales.

Esa decisión, sin embargo, se la atribuye el propio expresidente Figueres. “Lo decidí yo por interés nacional”, comenta ahora el exmandatario.

A pesar de la cercanía que ha tenido con Figueres y del apoyo que dio en 2009 a Johnny Araya como precandidato del PLN, ante quien ofreció serle “un soldado” contra las aspiraciones de Laura Chinchilla, Castro también toma la bandera antipartidos.

“Sueña con la democracia directa, sin partidos políticos y sin corruptos”, se lee en la “biografía” de su página web del 2016, antes de entrar al PIN, previa negociación con el exdiputado Wálter Muñoz, ahora candidato de nuevo al Congreso en el primer lugar por San José.

Lo hace con su verbo incendiario y en algunos casos se graba videos con utilería para crear un efecto mayor con su mensaje. Suele usar una escoba para apoyar su metáfora de “barrer a los corruptos” y la ha llevado a algunas de las pocas actividades públicas en las que ha participado, como la cita con dirigentes de la Cámara de Industria.

El candidato del PIN durante una reunión con representantes de la Cámara de Industrias, en la que pidió al presidente, Enrique Egloff, sostener la escoba con la que pretende «barrer la corrupción
y la vagabundería»

En la foto se ve a su presidente de los industriales, Enrique Egloff, sosteniendo la escoba de mimbre mientras Castro habla. Varios empresarios consultados lo ven con suspicacia y, como otros sectores, con sorpresa por su crecimiento en las encuestas. En estos días ha habido reuniones.

Castro ha posado con un cuchillo filoso o un aparato de torturar personas, como, cuando anunció su libro titulado Torturadores mediáticos, contra periodistas.

Para esta campaña se presenta con un casco azul, el color del partido PIN. Lo muestra como símbolo de la “reconstrucción nacional”, una frase que sugiere la idea de un país destruido o en ruinas. El resto de su imagen gráfica es una reducción de su propia cara: los anteojos y el bigote gris que se cuida con esmero porque cree que le da personalidad.

Su barbero desde hace 40 años es “Piquín”, famoso en San Pedro de Montes de Oca. Es el mismo barbero de Figueres y comenta que han coincidido en algunas ocasiones. Se saludan de abrazo, conversan y “solo les falta darse un beso”, dice riendo. Cuando uno llega suele preguntar por el otro, añade.

Piquín es su barbero por más de 40 años. Le cuida el bigote que ahora es icónico y que le refuerza su personalidad, contó el peluquero, uno de sus simpatizantes

El barbero ahora apoya a Castro, a quien califica como alguien directo, pero noble y luchador contra las injusticias.

“Yo iba con “Chemise” (apodo de José María Figueres), pero como no quedó, diay, ahora voy con él”, dice este hombre de 71 años, oriundo de la provincia de Cartago.

“Piquín” cumple el perfil del seguidor de Castro, al menos el que se mostraba en el mes de octubre en una encuesta del Centro de Investigación y Estudios Políticos (CIEP) de la UCR.

En esa encuesta se veía que Castro duplicaba el apoyo que había reunido dos meses atrás, con un 12,6% de los decididos a votar, cuota que incrementó hasta un 15% en noviembre, lo que valía para un empate estadístico con Desanti y Piza. Tal vez ahora los rasgos promedio hayan cambiado al aumentar su caudal de apoyo, y a una mayor disposición de ciudadanos a manifestar su respaldo en público.

“La última vez que él vino fue hace como 15 días y bastante gente se le acercó a decirle que lo apoyan, que en su familia varios se han decepcionado de los partidos y de los políticos y que están con él. Ahora, más gente está con el hombre”, dice “Piquín”, el curador del bigote de pelo tan duro que hace imposible cumplir el deseo de su cliente de levantar las puntas a los lados, al estilo antiguo.

“Antes usaba barba y decía que le gustaba dejársela cuando iba a tener una discusión o algo así, como para asustar al otro”, comenta el barbero. “Después del cáncer en la garganta (2012-2013) le hicieron un tratamiento y le dejó de crecer la barba cerca de la oreja. Entonces se dejó el bigote porque siente que le queda la cara muy expuesta”.

“Ah sí, es vanidoso el hombre; siempre lo ha sido, pero ahora más, verdad”, remata “Piquín”.

Ahora, a dos meses de la elección depura su imagen y la cuida, la protege. Bigote de un varón y anteojos de alguien que ha gastado ojos en libros, aunque cuesta hallar quién lo aplauda en el ambiente académico de la Facultad de Derecho de la Universidad de Costa Rica (UCR), donde estudió en los años 70.

Su pensamiento punitivista, sus formas de litigar y añejos conflictos personales lo mantienen lejos de la academia pública. Los comentarios abundan, más en estos días, pero nadie quiere exponerse en público.

Esta es la norma al hablar de Juan Diego Castro. Sus críticos evitan mencionarlo y sus colaboradores le ceden todo el protagonismo y prefieren no aparecer.

Cuatro candidatos a diputados fueron contactados para esta información y declinaron responder cualquier pregunta. Él es más que el partido donde se postula y casi no hay otros partidarios con voz en instancias públicas.

Su campaña es la más personalista que se recuerde entre candidaturas con posibilidades reales de triunfo.

Se le enviaron preguntas sobre quiénes participan en la campaña, quiénes la dirigen y a quién se encarga de sus finanzas, pero no hubo respuesta.

EXCÉNTRICO

Bajo condición de anonimato, muchos aceptan describirlo y la mayoría comienza por su carácter intrépido o insolente, según quién lo mire.

Es lo que le reconoce José María Figueres cuando acepta contestar cómo ve ahora la candidatura de su exministro. Cuidando cada palabra, Figueres respondió así:

“Siempre he sido liberacionista, pero reconozcamos también que la falta de determinación de la clase política en las últimas dos décadas tiene al país postrado con una serie de problemas acumulados y sin aprovechar las oportunidades. En este contexto podemos comprender que una persona que se presenta con las características de Juan Diego es una persona que despierta mucha simpatía”.

El expresidente recuerda cuando -en 2004-, su amigo Juan Diego le reclamó públicamente que viniera a Costa Rica para rendir cuentas sobre el caso Alcatel.

“Nunca esperé de parte suya la dureza en que don Juan Diego me atacó (le dijo que fuera “hombrecito” y se presentara). Sin embargo, comprendo el clima que vivía el país en aquel entonces y que esa ola envolviera a todos. De alguna forma ese ataque contra mí lo caracteriza como un hombre sin pelos en la lengua para decir lo que piensa y eso en el mundo de hoy es una virtud”.

En eso coincide con Ottón Solís. “Entiendo que haya gente que se entusiasme porque no anda en palanganeos y vea en él a alguien que no retrocede ante el primer grito de un empresario o un líder sindical”.

“Castro se ve como una persona con carácter y sin miedo a hacer cambios; el problema es que no sabemos cuáles cambios quiere. Tiene coraje, que es la antítesis del ‘abelpachequismo’, del ‘luiguillermismo’ e incluso del ‘desantismo’, y es lo que se demanda; desgraciadamente lo encontramos en alguien que no sabemos hacia cuál dirección quiere llevar el país en lo social, lo económico, en comercio exterior o ambiente”.

El candidato del PIN no ha publicado su plan de Gobierno, aunque sí ha revelado algunas propuestas concretas. Tampoco se conoce al PIN por un ideario definido en materia de desarrollo. Su discurso está lleno de alusiones vagas “contra la corrupción y la vagabundería” de los políticos y la falta de determinación para tomar decisiones.

Esto suena a música para los oídos de un sector popular que reclama por el estancamiento del país y que se declara ajeno a los partidos políticos (tres de cada cuatro costarricenses).

Un ejemplo fue la entrevista que dio a Radio Bahía, de Limón, el pasado 22 de noviembre. “Todos los diputados que están en la Asamblea Legislativa son un montón de vagabundos y la mayoría de ellos son corruptos. Todos están llenos de cemento y de corrupción”, dijo en una intervención de 21 minutos con el periodista Edwin Zamora.

En otra frase más grosera apuntó contra un magistrado de la Corte: “le hicieron oficina nueva y, vea qué cáscara, pidió que le pusieran un bidé. Para hacer pipí sentado, seguro”. Esto se escucha en un audio que ha circulado en redes sociales y su veracidad está corroborada.

La entrevista con Radio Bahía la realizó durante una visita a Limón en la cual se reunió con sindicato del muelle de Japdeva, y prometió “revisar” el contrato de concesión portuaria a la empresa holandesa APM Terminals, a pesar de que el proyecto lleva más de una década en discusión, que está en construcción avanzada y finalizará en el 2019.

Diez días después se reunió con empresarios reconocidos. “Muy agradecido con las ideas de los grandes empresarios Tomas Dueñas y Francis Durman.
Reitero mi compromiso con la libertad de empresa y de competencia y sobre exterminar la corrupción”.

Nadie se atreve a ponerle una etiqueta ideológica. Ni derecha ni izquierda. Ni estatista ni apertura máxima. Su bandera es la de los desilusionados con la clase política de un lado y de otro. Cuando lo definen aluden más a su personalidad explosiva y a su oratoria o a episodios conflictivos que solo algunos se atreven a mencionar en público.

Uno de los que se animó fue el periodista David Delgado, quien acusó a Castro de “persecución, burla y acoso” después de que él, cuando era reportero en temas jurídicos, lo cuestionó por una clara contradicción en declaraciones sobre un caso de nulidad de una sentencia por aparente descuido de jueces que usaban su celular durante el juicio.

Castro primero aplaudió la anulación y después de ser contratado por unos clientes, la criticó. Cuando Delgado lo cuestionó entró a su “lista negra”, como lo catalogó él.

Más agresiva ha sido la experiencia del abogado Federico Campos, otra de las enemistades de Castro.

Campos lo acusa de “acoso sicopático y terrorífico” durante años, hasta que en el año 2012 lo denunció por delitos contra el honor, por lo que Castro aceptó retractarse en junio de 2014 en un campo pagado en páginas de La Nación y tuvo que pagar una condena por costas procesales. Creyó que ya todo estaba superado, pero el enfrentamiento se hizo público en este año, cuando los noticieros pasaron un video de un juicio en que Campos representaba a una parte y Castro a la otra.

En el video muestra el altercado entre ambos abogados por un supuesto codazo de Castro contra Campos debido a que él le tocó las nalgas con el pene, según el reclamo que hizo Castro ante el juez.

“Esto trae una cola muy larga de varios procesos penales donde he enfrentado a este señor y todos los ha perdido. Él no soporta perder”, dijo a la prensa.

Esta semana en su cuenta personal de Facebook publicó un escrito extenso contra él. “Si Juan Diego Castro es capaz de perseguir y de hacerle la vida imposible a las personas comunes y corrientes como lo soy yo, cómo podría proceder en caso de detentar el Poder que le otorga el puesto presidencial. No quisiera imaginar en qué se convertiría la DIS, y para qué fines”, expresó.

Campos no es un agente neutro, fue abogado de Carmen Fernández Robles -la mamá de Juan Diego Castro- en una denuncia que ella interpuso contra su hijo por supuesta agresión. Es el caso ya conocido de “Juan Diego Castro le pega hasta a la mamá”, que han usado sus detractores.

En un video que ha vuelto a circular en semanas recientes ella (que murió en agosto del 2015) pronunció duros calificativos contra él:

“Juan Diego, mi hijo, es capaz de cualquier cosa”, “tiene un carecer muy difícil”, “yo creo que tiene muchos complejos” y “tiene complejo de emperador”. “Para mí es sociópata”. Ella lo denunció por agresiones y después retiró la denuncia.

ANTES DE QUE EMPEZARA TODO

Los orígenes de Juan Diego Castro hay que buscarlos en una familia adinerada y rural. Es el hijo mayor de cinco que tuvo Luis Castro Monge, uno de los herederos del oligarca Florentino Castro (hombre que hizo fortuna con el negocio cafetalero en la primera mitad del siglo XX). Su mamá era proveniente de familia de abolengo de San José.

Fue a la escuela pública, pero la secundaria la cursó en el colegio La Salle, bajo la rudeza disciplinaria de los hermanos religiosos a los cuales expresó deseos de sumarse, recuerda su compañero de colegio Álvaro Ramos.

“Era inteligente, muy despierto. Tuvo vocación religiosa y lo manifestó cuando estaba en tercer año. Venía de familia muy católica. Hablaba mucho de su papá, lo admiraba mucho, y también de las fincas que tenía allá por Paraíso”, recuerda su colega de profesión.

No se graduó, sin embargo, de La Salle. En cuarto año abandonó la institución porque se había casado, fue el rumor en el colegio. La verdad es que había engendrado a su primera hija y contraía matrimonio con la madre. Fue esposo a los 16 años y padre a los 17, pero no abandonó los estudios y se graduó de secundaria en Cartago, aunque para ese momento ya vivía en barrio Escalante.

Ramos lo volvió a ver ya en la Facultad de Derecho en el año 1974. Ahí mostraba su carácter extrovertido y confrontativo, además de un discurso de izquierda que llevaba a la práctica con el Partido Obrero Campesino (POC), con el cual llegó a ser regidor en Paraíso de Cartago en 1978.

“Era muy buen estudiante; vacilador, de hacer amigos, pero también de confrontar mucho. Criticaba a los profesores de manera fuerte. Una vez se agarró a catos con un compañero durante una clase de Filosofía del Derecho con don Jorge Enrique Guier. Nunca pasó inadvertido”, recuerda su excompañero Rafael Ortiz, actual diputado del Partido Unidad Social Cristiana (PUSC).

Dos generaciones más abajo venían Rodolfo Piza y Antonio Álvarez Desanti. Cuarenta años después los tres estaría empatados en las encuestas para ser Presidente de la República, pero faltaba mucha vida.

Faltaban aún las revueltas lideradas por Castro en las calles de Paraíso, el divorcio de su primera esposa y los dos matrimonios que le siguieron, el último de ellos con Sara, a quien conoció como alumna suya en una universidad privada. Le faltaba entrar a una campaña electoral y hacer recorridos proselitistas protegido por guardaespaldas.

Dice tener ocho hijos. Le faltaba convertirse en presidente del Colegio de Abogados y gran maestro de la logia masónica de Costa Rica, la representación local de la sociedad internacional de hombres que ha vivido por siglos entre el misterio y el conflicto con distintas religiones.

Dentro de la comunidad masónica tampoco le faltan disputas causadas por el estilo autoritario de Castro, pero sus miembros tienen por norma evitar las críticas públicas entre sí. Políticos, abogados, sacerdotes y periodistas reconocidos son parte de esa comunidad.

Ante algunos de ellos Castro hizo un ritual de matrimonio con su esposa Sara. En el video se ve como invitados al actual ministro de Seguridad, Gustavo Mata y a los magistrados Celso Gamboa (en este momento suspendido) y Fernando Cruz.

“Somos el primer partido político que pone en primer lugar lo que debe estar en primer lugar: la espiritualidad”, dijo el 23 de setiembre en un discurso en una asamblea del PIN, dos meses antes de que Wálter Muñoz pronunciara en Pavas algo parecido a un oráculo:

“Es Dios el que elige quién será el próximo presidente de Costa Rica y yo creo que ya eligió a don Juan Diego”.

 

Nota: Por un error técnico no se subió la versión completa de esta nota, por lo cual se actualizó a las 10:53 a. m.

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