Años de agresiones y manipulaciones son difíciles de reparar, reconocen algunos exalumnos de los centros educativos ABBA Christian School, Colegio Bethany y Colegio Bethel, guiados por pastores de la iglesia evangélica G3:16, la cual era liderada por el pastor Carlos Chavarría.Los pastores de la organización religiosa recomendaban a los padres de familia castigar con paletazos de madera a sus hijos para disciplinarlos y “callar su necedad”.
Desde los centros educativos se sancionaba el comportamiento de los niños y jóvenes y se le enviaba un reporte a los padres de familia para que ejercieran el castigo físico en la casa.
Varios de los exalumnos que hablaron con UNIVERSIDAD señalan a la directora Carolina Malavassi como una de las principales responsables de presionar a los padres para que “disciplinaran” a sus hijos por medio de golpes. Se intentó contactar a Malavassi, pero su abogada Gloria Navas afirmó que no darán declaraciones por el momento, con el fin de no afectar las investigaciones en marcha.
UNIVERSIDAD dio a conocer el miércoles anterior que la iglesia de Chavarría promueve el castigo físico a los niños, desde bebés, como una forma de disciplinarlos. Audios y documentos aportados por exmiembros de la iglesia muestran cómo los pastores enseñan a los padres de familia a pegarles a sus hijos con una paleta de madera. Hoy adultos, algunos egresados de estas escuelas relataron sus historias.
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“El haber crecido y sido formado en un ambiente tan cerrado, tóxico y sectario ha tenido un impacto profundo en el autoestima, salud emocional, psicológica, y espiritual mía y de muchos otros que vivimos por años atrapados en un estándar falso, lleno de prejuicios e intolerancia”, dijo Rafael Alpízar, un ingeniero aeroespacial que durante su niñez y adolescencia fue “disciplinado” bajo estrictos códigos de conducta pues su familia estaba en G3:16 y él cursó parte de la primaria y todo el colegio en la escuela ABBA.
De acuerdo con Alpízar, en la iglesia y en la escuela siempre se habló de lo importante que era mantener un triángulo de lados iguales entre lo que se enseñaba en la iglesia, la casa y las escuelas para que los niños no crecieran con principios diferentes.
“Era un ambiente donde se sentía que cada paso y acción estaban bajo un escrutinio sofocante, y donde se nos robó parte de nuestra niñez y adolescencia a cambio de un ‘estándar’ que hoy solo produce vergüenza. Tanta carencia de sinceridad, de apertura, de tolerancia, de compasión, y hasta de diversión generaron inseguridades y huecos que solo con el apoyo y amor de familia y amigos han podido sanar”, comentó Rafael.
“Las heridas se llevan en lo más profundo, pero son parte de uno, y me han enseñado el valor de la compasión, de la tolerancia, y del amor verdadero”, agregó.
Su hermano, Adrián, hoy tiene 18 años y estuvo desde preescolar hasta sexto grado en Abba Christian School. Afirma que lo aterrorizaba recibir un demérito azul, es decir, una ofensa según las maestras o tutoras, en donde se solicitaba que se castigara al niño con violencia física. “Un demérito azul era para que los papás supieran que tenían que pegarle a uno. Era sinónimo de golpes”, dijo.
Recordó que cuando tenía cinco o seis años fue sancionado con un demérito azul y como tenía miedo de que le pegaran al llegar a la casa, arrancó la hoja del cuaderno del reporte. Él se negaba a reconocer que había quitado la hoja, entonces intervino el pastor Carlos Chavarría.
“Me llevó a un cuarto solo y con una voz muy, muy fuerte me amenazó de que si no confesaba me iba a echar de la escuela y le iba a decir a mi mamá que me pegara más fuerte porque yo era un niño mentiroso”, narró Adrián, quien continuó la secundaria en otro colegio. Su récord académico y buena conducta le permitieron obtener una beca para estudiar en Estados Unidos.
Presiones
La mamá de ambos, Sylvia Alpízar, confiesa que disciplinó a sus hijos en un inicio, pero que con el paso del tiempo no pudo más.
Cuenta que en una ocasión fue interpelada porque su hijo Adrián, para entonces de cinco años; un día había sido suspendido de la escuela y ella en lugar de castigarlo se lo llevó a un mall.
“Carolina Malavassi (la directora) me llamó cuestionándome mi calidad de madre. Me reclamaba que cómo era eso que lo mandaban a la casa y él no recibía disciplina. Le dije que eso estaba a cargo mío, que ya era suficiente con los regaños del colegio. Ella dijo que iba a hablar con Carlos Chavarría para acusarme… No se les podía estar pegando a cada rato. Ella sí se metía en la disciplina. Esta mujer es un monstruo. Doy fe de que ella me cuestionó mi calidad de madre por no estar disciplinando a Adrián”, comentó.
Su hijo, Adrián, afirma que lo que existe adentro de esas escuelas es “abuso, tristeza, dolor y miedo, mucho miedo a las maestras, a la directora Carolina Malavassi o a Carlos Chavarría”.
Las críticas hacia las escuelas de G3:16 y a Malavassi las respalda otra exalumna de apellido Berrocal. Esta mujer de 20 años recuerda con dolor su paso por la escuela, lugar que la convirtió en una persona insegura para tomar cualquier decisión.
“Desde los seis años hasta los 15 estuve encerrada en ese maldito lugar. No podía hablar casi con los hombres porque ya estaba mal, si volvía a ver para atrás me regañaban y me ponían un demérito. Recuerdo como si fuera ayer cuando una prima cumplió 15 años, fui a una fiesta y salí en una foto bailando con mi primo en Facebook. Carolina Malavassi me llamó a la dirección porque eso estaba mal e incluso llamó a mis papás para saber porque salía bailando en una foto”, comentó la exalumna.
Berrocal cuenta que vio a otros niños con moretones por los golpes que les daban sus papás. “Recuerdo en un paseo de Bethel, una chiquita como de cinco años se estaba acomodando el vestido para que nadie le viera los moretones que tenía en las nalgas”.
En su caso, cuenta que una vez se fracturó un dedo y en la escuela solo le echaron agua fría para “que se fuera el dolor”. Los dolores eran minimizados, según narra.
“Cuando quería ir al baño muchas veces no me dejaban y llegaba a mi casa con los pantalones cagados”, agregó.
Otro de los exestudiantes quien prefirió mantenerse en el anonimato. Cuenta que estuvo en la casa del pastor Carlos Chavarría (hoy en prisión preventiva y con siete denuncias por supuestos abusos sexuales en su contra) y que desde el cuarto del otro lado se escuchaban los paletazos que Chavarría le daba a las hijas.
“Ponía música clásica durísimo, para que las empleadas, los vecinos, o los trabajadores o inclusive nosotros los amigos de las hijas no escucháramos los paletazos, pero siempre se oían. Carlos lo hacía, y los hacían otras familias”, dijo.
“Inclusive me acuerdo que Carlos sí disciplinaba a sus hijas y si alguna estaba seria después de la disciplina, la volvía a disciplinar por “mala actitud”. No podían llorar, ni estar serias, tenían que salir felices. Recuerdo más de una vez que disciplinó a una porque estaba seria después de una disciplina. Las volvía a disciplinar porque no salían felices de la disciplina, si salían serias o si seguían llorando las volvía a disciplinar”, agregó.
¿Y el PANI?
El Patronato Nacional de la Infancia tiene conocimiento de esta situación desde 2006. Inclusive la directora de ese momento, Maritza Vargas, pidió una intervención inmediata “con carácter de urgencia”.
Una de las madres de familia afirma que cuando retomó la denuncia, en el PANI le respondieron que no había ningún expediente, investigación o causa abierta.
Ahora, tras las publicaciones de UNIVERSIDAD, el PANI no se ha pronunciado al respecto. Mediante un mensaje escueto a través de WhatsApp, la presidenta a.i. Betsy Rojas, afirmó que se está valorando una intervención.
“En este momento el PANI está valorando la información y analizándola, podemos atender consultas en unos días, cuando tengamos el análisis concluido del caso que Semanario publicó. De momento no podemos ofrecer más detalle”, dijo.
Violencia genera más violencia
De acuerdo con Max Figueroa, jefe de Servicios de Psiquiatría y Psicología del Hospital de Niños, la violencia no debería ser una opción para corregir a los hijos, ya que puede generar un efecto “rebote”.
“Que me peguen a mí me da un modelaje que yo podría replicar más adelante. Puede tener toda una dimensión de manifestaciones clínicas: inhibición completa, trastornos de pánico, ansiedad, temor social, inseguridad, que nosotros podemos vivir en la vida adulta. Un adulto que fue víctima de violencia en la niñez no aprende a entender o a expresarse por miedo y le puede terminar afectando a nivel laboral. Puede llegar a extremos de depresiones, suicidios o a convertirse en personas con baja tolerancia a la frustración”, dijo Figueroa.
El médico agregó que los padres de familia deben buscar fuentes confiables para recibir consejería sobre cómo abordar la corrección de los niños.
“Lo que puede ser una señal como un paletazo o nalgada, puede lesionar físicamente y psicológicamente. Se aboga por utilizar otras estrategias, mejorar la empatía y vínculo”, dijo.