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Fabricio Alvarado: el ascenso del hermano predilecto

No se graduó de la universidad, fue reportero de sucesos en televisión y sus cantos le abrieron un espacio en las iglesias.

“Dios nos quiere llevar a puestos de Gobierno a hombres y mujeres que dependan absolutamente de él, que no dependan de sus conocimientos ni de sus títulos, que no dependen de su sabiduría, sino de la sabiduría de Dios”.

Así con tono emotivo, el salmista, cantante, diputado y ahora candidato presidencial, Fabricio Alvarado Muñoz, se expresó durante una Cumbre Mundial de los Milagros realizada en Argentina, el 20 de noviembre de 2016.

Su verbo es elocuente y eficaz, en su discurso lo político y lo místico se funden y confunden. Su fortaleza no se apoya en la erudición, sino en la persuasión.

Alvarado es el único candidato presidencial que no terminó la universidad. Cursó la carrera de Ciencias de la Comunicación Colectiva en la Universidad de Costa Rica, pero aún no se gradúa.

“Terminé el plan de estudios pero en eso empecé a trabajar en televisión en 1998 (NC4). Solo quedó pendiente el Trabajo Comunal Universitario, y lo intenté pero por la carga de horas y la naturaleza de la cobertura de sucesos en tele, que ejercí por 11 años, no lo logré en aquel entonces. Es una tarea pendiente”, dijo.

Esa tarea pendiente en lo académico no impidió que Alvarado ejerciera el periodismo. Tampoco comprometió su ascenso en la política, siempre ligado al discurso religioso, aunque él aclara que no lo es.

Este cantante de 43 años supo articular mejor que nadie la prédica conservadora en defensa de la familia tradicional. Esto durante una campaña que tomó un giro dramático después de ser impactada por la opinión consultiva de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, que ordenó al país legalizar el matrimonio entre personas del mismo sexo y reconocer la identidad de género.

Agrupar a los sectores más radicales del cristianismo (católico y protestante) es algo que, hasta ahora, no  lograron candidatos como  Piza, Desanti, Redondo, Castro, Campos, Mena, ni Hernández (aunque todos ellos lo intentaron).

El candidato de Restauración Nacional tomó la bandera del conservadurismo religioso, lo transformó en política y hoy es el hijo predilecto de un matrimonio a conveniencia entre católicos y evangélicos.

Ese mismo día, el 9 de enero,  Alvarado realizó tres transmisiones en vivo desde su página de Facebook, en las que hacía un llamado a desobedecer el mandato internacional de la Corte IDH, con lo que se ganó el aplauso del sector conservador y la ira de los grupos progresistas.

El candidato de Restauración Nacional reventó las redes con un acumulado de 445.000 reproducciones en sus videos y unos 13.000 compartidos, una demostración de fuerzas en la era digital.

A partir de esa fecha las búsquedas en Internet se dispararon en torno a su figura. Sus apariciones en televisión, radio y medios escritos se multiplicaron, hasta ocasionar que el 13 de enero su nombre alcanzara un puntaje de 100 en Google Trends, el máximo nivel de popularidad.

Orígenes

No hay duda. La opinión consultiva de la Corte funcionó como un efecto búmeran que Alvarado terminó aprovechando; sin embargo, su arrastre entre católicos y evangélicos, el nuevo matrimonio perfecto de la política latinoaméricana, como lo bautizó un columnista del New York Times, se viene cocinando desde hace rato.

Desde joven, Fabricio Alvarado quería ser futbolista y cantante. La primera no salió tan bien, tras hacer pruebas con las divisiones menores del Deportivo Saprissa y no regresar.

La vena musical le salía más natural. Su padre fue cantante de la banda Taboga Band y terminó sintiéndose más a gusto con una guitarra que con una bola de fútbol.

En su adolescencia se involucró con la Pastoral Juvenil de Desamparados y la Juventud Católica Renovada, pero fue en 2003 que migró a la iglesia evangélica Ríos de Alabanzas, gracias al consejo de Mario, Tati, Maruja y Laura, esta última, su esposa, quien para esa época destacaba en el grupo de danza del templo.

La música fue el pasaporte de Alvarado para presentarse en los grupos religiosos. Lo viene haciendo desde hace más de una década y no es para minimizar: un 8,6% de la población costarricense se declaraba evangélica en 1983, y casi se triplicó para el 2012, al llegar a un 22,9%, según un estudio del Programa Latinoamericano de Estudios Sociorreligiosos.

“Como mínimo, Fabricio le dio la vuelta al país unas ocho veces. Por semana, él predica en unas tres o cuatro iglesias. Un sábado está en Pérez Zeledón, luego en Ciudad Neily el domingo”, cuenta Francisco Prendas, su asesor de campaña, amigo más cercano, y candidato a la vicepresidencia.

Francisco y Fabricio se conocieron cursando el segundo año de la carrera de Ciencias de la Comunicación Colectiva, en 1996. A partir de ahí, se hicieron buenos amigos y coincidieron trabajando en televisión para NC4 y Noticias Repretel. También hicieron trabajos freelance para la campaña presidencial de Carlos Avendaño, el pastor y exdiputado que había fundado Restauración Nacional tras salir del partido Renovación Costarricense por un conflicto con Justo Orozco.

Cuatro años después, ante la renuncia del candidato por el primer lugar en San José, el comité del partido buscaría a Alvarado, por medio de Francisco y de su hermano Jonathan, sabedores de sus facilidades para hablar en público, don de gentes y buena reputación ante la iglesia evangélica y católica.

Cuando llegó a la Asamblea, Alvarado hizo yunta con el diputado cristiano Mario Redondo, quien se dice su mejor amigo en el Congreso y la persona más afín.

“Es un hombre joven, capaz, con muy buena comunicación, tiene muy buena proyección. Lo considero mi mejor amigo en la Asamblea. Me parece que es una persona que promete”, dice Redondo, quien justifica su crecimiento a ese 9 de enero, en donde saturó sus redes sociales de mensajes contra el matrimonio igualitario. “Me tomó ventaja, fue más hábil en la comunicación”, dijo.

A Fabricio lo recuerdan sus compañeros de la Escuela de Comunicación Colectiva de la Universidad de Costa Rica como un tipo agradable, carismático y sociable.

Siempre llegaba a las actividades sociales con una guitarra, en aquellas ocasiones para interpretar canciones de Franco de Vita o de su cantante favorito, Alux Nahual.

Su interpretación de La fábula del grillo y el mar, canción con la que serenateaba a sus compañeras universitarias le valió el apodo de “Grillo”.

A varios de sus compañeros todavía les sorprende el giro radical de aquel joven y ambicioso compañero con respecto al candidato presidencial encumbrado por el sector más conservador del país.

“Cuando lo escucho, me cuesta reconocer a la persona que conocía”, dice Víctor Fernández, periodista que compartió con Alvarado en las aulas, quien aún lo recuerda con cariño como “Fabri”, y afirma que le conoce su faceta religiosa desde la universidad, pero no tan acentuada.

“Era otra persona completamente. Era muy querido y popular, pero no tenía tan marcadas sus orientaciones religiosas en ese momento”, comentó Luis Quirós, productor audiovisual.

Alvarado viene de una familia típica de clase media baja. Su padre es asistente de abogados en un bufete josefino y su madre es ama de casa.

No cumple con el perfil tradicional de un candidato a la República. No aparece registrado en sociedades anónimas y tampoco posee múltiples propiedades.

A su nombre figuran dos vehículos marca Toyota; un Avanza del 2017 y un Yaris del 2011. Posee una casa de 131 metros cuadrados en San Rafael arriba de Desamparados.

Fabricio Alvarado acumula denuncias por usar la religión con fines políticos. Su caudal de votos se alimenta de los enfrentamientos con las comunidades LGBTI y poco se habla de sus propuestas, como la de incentivar a que los empleados de los hospitales hagan horas extras para disminuir las listas de espera.

En una de sus visitas para predicar, el pasado viernes 27 de octubre, el pastor de la iglesia Lirio de los Valles, Juan Camareno, tuvo una premonición. “Si quisiéramos, pondríamos a un presidente evangélico en Zapote”, dijo.

A dos semanas de la decisión final en las urnas, y con la bendición del nuevo matrimonio católico-evangélico, el escenario de una administración Alvarado Muñoz, es una posibilidad real, que espanta a unos y seduce a otros.

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