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Estrés “postrauma” de la pandemia deteriorará la salud mental en el país en 2021

Expertos de la UCR y la UNED trabajan junto a una universidad alemana en un estudio sobre los efectos que ha ocasionado el COVID-19 en la salud mental de las personas y las repercusiones que podría traer el próximo año.

Niveles altos de ansiedad, somatización de los estados de ánimo, depresión y un deterioro en la calidad de vida, es el escenario que temen expertos de la Universidad Estatal a Distancia y la Universidad de Costa Rica para el próximo año, cuando se comience a manifestar en las personas el “estrés postrauma” de la pandemia por COVID-19.

El doctor en psicología de la UNED, Benicio Gutiérrez, y el doctor Jorge Vargas, de la Escuela de Medicina de la UCR, lideran en el país el estudio “Riesgo Percibido y Comportamiento Humano en el Contexto de la Pandemia de Coronavirus (COVID-19)”, en coordinación con la Universidad de Konstanz, Alemania.

“El sistema de salud pública no tiene los recursos suficientes, porque somos un país pobre. La red de Ebais no tiene ni un psicólogo por cada Ebais”, Gutiérrez y Vargas.

Los investigadores aplicaron una batería de instrumentos psicológicos a una muestra acumulativa de 1.295 personas costarricenses (58% mujeres y 42% hombres) para conocer sus percepciones sobre diversos aspectos de esta pandemia.

Además, estos investigadores iniciarán en enero un estudio de seguimiento a los efectos del estrés postrauma que genere esta difícil situación que viven el país y el mundo, aunque desde ya prevén que el panorama será complicado.

Benicio Gutiérrez explicó que ya antes se realizaron estudios de este tipo sobre el estrés que dejó en la población algunas catástrofes como el terremoto de Cinchona (2009) y el terremoto de Nicoya (2012), donde se dio seguimiento a la salud mental de las personas por tres años.

“Según nuestras investigaciones con Nicoya y Cinchona, las personas si no reciben la atención en el primer año posterior a la pérdida, van a pasar tres años y van a seguir manifestando depresión clínica, ansiedad clínica, somatización clínica y una disminución sustantiva en su calidad de vida”, aseguró Gutiérrez.

El psicólogo explicó que las pérdidas tanto materiales como humanas que han tenido muchas personas durante esta pandemia pueden generar este tipo de fenómenos, pues siempre es más difícil cuando una persona pierde algo, aunque luego pueda reponerlo.

Recordó que en el caso de Cinchona, pese a que las familias fueron reubicadas y en muchos casos se les dio una casa en mejores condiciones que la que tenían antes, el estrés generado por la pérdida de su vida anterior se seguía manifestando varios meses después.

En esta línea, muchas personas durante esta pandemia han perdido empleos, negocios, casas y hasta familiares que han muerto a causa de este coronavirus, lo que los llevaría a arrastrar problemas en su salud mental si no reciben la atención adecuada.

Para Gutiérrez y Vargas, lo más preocupante de todo es que el sistema de salud costarricense (y prácticamente ningún sistema de salud en el mundo) no está preparado para atender un deterioro en la salud mental de la población en general.

“El sistema de salud pública no tiene los recursos suficientes, porque somos un país pobre. La red de Ebais no tiene ni un psicólogo por cada Ebais, no hay ni un psicólogo ni un psiquiatra por cada Ebais. El sistema de salud pública no está diseñado para la salud mental,  aunque es un problema universal, no solo de Costa Rica”, apuntó Gutiérrez.

“Tenemos un sistema de salud emergencialista, de los mejores del mundo, tenemos un sistema de salud pública de lujo; sin embargo, tiene una limitante de diseño y falta de recursos. A menos de que venga la vacuna pronto, el país va entrar en fase crónica en salud mental”, afirmó.

Entre los escenarios que temen los expertos está un incremento en la violencia, como consecuencia de los altos niveles de ansiedad, depresiones e inclusive un aumento en la tasa de suicidios.

También proyectan incrementos en la somatización de estos estados mentales, lo que se podría reflejar en la población con dolores múltiples, afectación al sistema digestivo (diarreas) y alteraciones en los ciclos menstruales en el caso de las mujeres.

Los investigadores consideran necesario que se brinde algún tipo de capacitación a los médicos generales, quienes serán los que reciban en mayor número a esta población que somatiza sus estados de ánimo.


Sobre los instrumentos aplicados a la muestra de 1.295 personas en 13 diferentes momentos entre el 13 de abril y el 12 de octubre, los resultados muestran cómo la población tuvo un gran temor inicial al COVID-19, pero con el paso de los meses ese miedo se fue atenuando.

La gente le pierde el miedo al COVID-19

Un primer dato que llama la atención es el hecho de que las personas en general consideran que tienen más probabilidades de contagiarse de un resfrío común o de la influenza que del coronavirus, a pesar de que los mecanismos de transmisión de los virus son prácticamente los mismos.

Otro dato sobre el cual llamaron la atención los investigadores es que las personas tienen a considerar mucho más altas las probabilidades de que otra persona se contagie de los virus que ella misma.

Al consultarse sobre los niveles de preocupación por enfermarse de distintos padecimientos consultados, el coronavirus COVID-19 es el que se mantuvo como el que mayor preocupación generó en la gente a lo largo del año, muy por encima de la enfermedad cardiaca coronaria, enfermedades como el dengue y el zika y los virus que provocan la influenza o el resfrío común.

Gutiérrez alertó que en estos resultados existe una contradicción entre la percepción de la gente y la realidad, pues, por ejemplo, la enfermedad cardiaca coronaria se mantiene como la principal causa de muerte en el país, pero no es la que genera más preocupación.

Sobre la preocupación de las personas respecto del coronavirus COVID-19, al observar las diferencias entre hombres y mujeres, ambas poblaciones tuvieron niveles de preocupación inicial prácticamente iguales, pero con el paso de las semanas las mujeres fueron las que manifestaron una preocupación más alta.

Posteriormente, a partir de agosto, los niveles de preocupación entre hombres y mujeres se volvió a acercar, pero en general los investigadores notan que hay una tendencia a la baja en esa preocupación.

“Eso tiene consecuencias en términos de salud pública, si la persona se considera invulnerable al compararse con otro, entonces eso la puede llevar a no adoptar medidas precautorias”, comentó Vargas.

Al consultar a la gente sobre cuán grave es el riesgo para su salud si contrae una serie de enfermedades, las personas respondieron que había niveles moderadamente graves para la enfermedad cardiaca coronaria, el coronavirus y el dengue, zika y chikungunya; mientras que consideraron no muy graves la gripe y el resfrío común.

En términos generales esta valoración de riesgo sobre las distintas enfermedades se fue moderando con el paso de los meses, principalmente en el caso del coronavirus.

Los investigadores notan, en las respuestas de esta población entrevistada, que en términos generales consideran que la crisis que se vive a causa de esta pandemia es grave para el mundo y para el país, pero la valoran menos grave para sus entornos más cercanos y su situación personal.

El estudio refleja que la gente entrevistada dijo que esta crisis le hizo bajar su ritmo de vida y trabajo, pero también sacó a la luz sentimientos como soledad, tristeza, depresión y un aumento en las tensiones con la familia o amigos.

Sin embargo, Gutiérrez destacó que también salieron a flote situaciones positivas durante esta crisis, pues la gente también dijo valorar más lo que tiene, aumentó su deseo de apoyar a los demás, dicen que los ha hecho enfocarse en las cosas importantes y que sienten que se han acercado a sus seres queridos.

Esta investigación también logró captar cómo con el paso de los meses el uso de la mascarilla dio un salto en cuestión de semanas como medida de prevención frente al COVID-19, hasta convertirse en una de las principales acciones de la gente, por encima del lavado de manos, evitar saludar con contacto físico, tocarse la cara o el uso de sustancias desinfectantes, entre otras.

A menos de que venga la vacuna pronto, el país va entrar en fase crónica en salud mental”, Gutiérrez y Vargas.

Sobre la valoración de las medidas que ha tomado el Gobierno para protegernos del coronavirus, las opiniones se mantuvieron casi constantes a lo largo del año al considerarlas “consistentes con la situación”, pues nunca se alcanzó una nota general de “exageradas” o “ineficientes”.

Lo que sí bajó con el paso de las semanas fue la valoración individual de la efectividad de algunas medidas como es el caso del confinamiento, que al inicio de la pandemia recibió una calificación cercana a 4.5 (en escala de 1 a 5) y para octubre se calificó por debajo de 4.

Las personas entrevistadas dijeron sentirse “bien protegidas” por su comportamiento personal y las medidas que tomaron sus empleadores, pero siente levemente más riesgo en las acciones de sus familiares y amigos, de las autoridades locales y las acciones del gobierno.

Gutiérrez recalcó que en general la gente tiende a ser más optimista con su situación personal, como una forma de liberarse de la ansiedad que carga por la situación actual; pero temen que ese optimismo y esa desensibilización hacia el riesgo que representa aún el COVID-19 vaya a provocar descuido y nuevos incrementos en los contagios.La gente se mostró “de acuerdo” con afirmaciones relacionadas con que saldrá bien librada de la crisis aún si al inicio le cuesta adaptarse a la situación, aún si cayera enfermo, si tuviera pérdidas financieras y si la situación se prolongara.

 

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