Después de 33 años de que se publicara la novela La loca de Gandoca, basada en su lucha por defender el Refugio Nacional de Vida Silvestre Gandoca Manzanillo, la escritora Ana Cristina Rossi habla sobre lo que está pasando con la tala y el impulso voraz que continúa vivo por urbanizar el Caribe Sur.
En su propia voz, en un audio que autorizó a UNIVERSIDAD a difundir, Rossi habla con valentía de una historia que se repite, muchos años después.
Rossi relata cómo cuando ella vivió en la zona, en conjunto con el Ministerio de Ambiente y Energía (Minae), logró detener la destrucción ambiental en la finca de Leonel Pacheco, padre de Allan Pacheco Dent, quien fue detenido por la Fiscalía Ambiental la semana pasada por presuntas irregularidades en permisos de tala que le otorgó el Sistema Nacional de Áreas de Conservación (Sinac).
La escritora resalta por qué se declaró refugio la zona que va de Cocles a Punta Mona, y cómo, desde principios del siglo pasado, los afrodescendientes sembraban cacao en esta franja.
“Ellos sembraban el cacao detrás del bosque costero, porque después de la playa lo que existía era un bosque primario maravilloso, en la costa, que nunca nadie había tocado. Y los afrocaribeños del sur, que sembraron cacao, no cortaron ese bosque primario”, dice Rossi. Explica que dejaron esta franja de hasta 200 metros de bosque como protección para que las olas no rociaran la flor del cacao.
El cacao, además, se siembra entre árboles, por lo que era un ecosistema muy diverso, señala.
A la zona llegó la tragedia del hongo de la monilia en 1978. Sin tener cómo ganarse la vida, los pobladores afrocaribeños tuvieron que vender sus tierras “y al vender, entraron los desarrolladores», dice.
La llegada de los desarrolladores
Varios años después, en 1986, se creó el Refugio Nacional de Vida Silvestre Gandoca Manzanillo, que es mixto (estatal y privado), porque se incluyen bajo la categoría de refugio esos terrenos que vendieron los afrocaribeños.
“Gandoca se declaró refugio por esos cien o doscientos metros de bosque primario, que no había sido tocado”, afirma Rossi.
Algunas personas compraron de buena fe, sin tocar un solo árbol, como ella y otros, que hicieron sus casitas entre los árboles. “Al lado de mi casa había un Cativo y yo le decía: ‘Cativo, vos viste la llegada de Cristóbal Colón, porque era tan grueso que sólo cuatro personas agarradas de las manos lo podíamos rodear; debía tener como 500 años”, relata.
“Así pasaron muchos años hasta que llegaron los desarrolladores. Ahí fue cuando escribí La Loca de Gandoca y don Leonel Pacheco, que tenía esa finca allí en Punta Uva, que era una maravilla, pero la quería desarrollar (…). Eso yo lo logré parar con el Minae; pero, bueno, ya no”.
“Al señor Pacheco no lo dejamos urbanizar su finca preciosa, llena de humedales y de bosque pero ahora, a su hijo, diay, lo dejaron talar para urbanizar y eso es lo que todos siempre han querido, urbanizar esa playa”, expresa.
La escritora denuncia que después de que intentaron matarla tuvo que autoexiliarse en Holanda, por las amenazas de muerte que enfrentaba. Allí permaneció cinco años.
“Cuando volví, los empresarios me dijeron ‘ya tenemos el plan de manejo, que necesita un refugio’, y no me lo querían enseñar. Cuando por fin lo conseguí, me di cuenta de que no era un plan de manejo, era un plan de urbanización. Eso fue en el año 2002, 2003”, expone.
“Esos cien o doscientos metros de bosque primario en algunos lugares todavía están, y por eso el Refugio Gandoca Manzanillo sigue teniendo una importancia muy grande”, sostiene Rossi.
La novela La loca de Gandoca, que relata la lucha de “Daniela”, por salvar este Refugio, fue leída por miles de estudiantes de secundaria. Fue la primera novela costarricense en exponer “la rapacidad ambiental del capitalismo turístico, la voracidad de las oligarquías empresariales, la complicidad del silencio mediático y la corrupción política”, como resumió la Editorial Costa Rica.
