La parte buena es que la arena que era negra ahora es blanca, que se ven los venaditos jugando cerca de la playa y que los ocelotes se pasean por lugares que jamás visitaban antes de que el mundo cambiara por la pandemia del COVID-19.
Lo malo es que esas escenas de poco sirven para evitar que la gente en Manuel Antonio, dependiente casi toda del turismo en sus distintas formas, pueda llevar comida a la casa sin esperar la ayuda del banco de alimentos que un grupo abrió en estos días.
El turismo, la industria que hasta marzo prometía todo para sus casi 600.000 empleos directos, indirectos, formales e informales, intenta abrir los ojos después del desplome por el cierre de fronteras y el confinamiento. El problema es que el sol no sale igual para todos.
Así lo cuenta gente de Manuel Antonio, el parque nacional más visitado del país en 2019, igual que se reporta desde cada rincón donde la cadena del turismo ha ido creciendo en las últimas tres décadas; esto es: casi cada rincón de Costa Rica.
Hasta ahí todo va parejo. El parón ha sido rotundo para todos, distribuidos por todo el país, pero el mundo se parte en dos cuando se palpan las posibilidades de levantar cabeza y aprovechar las incipientes medidas sanitarias para retomar el turismo de la mano de los viajeros locales.
“Los que tienen dinero, ahorros o bienes están aguantando y tendrán para volver a empezar… el problema es que muchos no van a volver. Ya hay gente que se ha ido de aquí”, dijo el dirigente comunal Jairo Elizondo en Manuel Antonio, Quepos.
Sabe de guías que volvieron a vivir en el centro del país y ya no pagan la habitación que alquilaban a un lugareño, conoce de un transportista que le quitó los asientos a la microbús para hacer fletes y sabe de gente que antes atendía en la recepción de un hotel y ahora hace empanadas para vender por Facebook. Y así tantos.
“Es que hay mucha incertidumbre”, dice Maurilio Cordero, dirigente de guías en Manuel Antonio. Algunos ya se comieron los ahorros, si los tenían. “La mayoría de pobladores dependemos de una industria que está colapsada. Tratamos de ser optimistas, pero puede empeorar”, agrega.
Aunque la apertura de actividad turística volvió parcialmente para hoteles de menos de 20 habitaciones, voceros del sector coinciden en que los objetivos inmediatos se alejan de rentabilidad e incluso de la sobrevivencia. Se trata sobre todo de probar la aplicación de protocolos sanitarios que permitan atender a clientes y volver a ganar dinero en una fase posterior.
Y está bien, dicen, es algo que hay que hacer, pero la realidad es que cientos de albergues, posadas y hoteles prefieren no abrir porque los costos de operación resultan superiores a los posibles ingresos.
“La parte de protocolos cuesta plata en lo operativo. Muchos de nuestro sector son de coyol quebrado y coyol comido. Cuesta casi un millón de colones acondicionar los lugares, por pequeños que sean, a las medidas de Salud”, lamentó Jorge Fallas, dueño de un hotel de 10 habitaciones en Sarchí y presidente de la Cámara de Experiencias Rurales, que agrupa a 160 propietarios de pequeños negocios.
Lo suyo no es el volumen. Algunos están en zonas poco accesibles y a los proveedores no siempre les es rentable llegar. También están los que quedan lejos para turistas que viajen desde el Valle Central, no siempre acostumbrados a las atracciones que hasta marzo encantaban a los ojos extranjeros.
Es lo que cuenta desde Sierpe de Osa, Enoc Espinoza, presidente de la Cooperativa de Servicios Múltiples de emprendedores en turismo rural de Corcovado (Coopeturic): “Uno reconoce el esfuerzo por mover al turismo, pero la realidad es demasiado complicada”.
“Los tours hay que hacerlos ahora en grupos pequeños y eso hace más caro el servicio, pero al mismo tiempo hay que bajar las tarifas para que lleguen los turistas nacionales, sabiendo que tampoco es un destino que busquen muchos”.
Corcovado queda lejos y el fuerte de estos pequeños negocios han sido los turistas extranjeros de corte educativo, grupos de estudiantes, voluntarios o investigadores de universidades. El turismo educativo está en este momento paralizado hasta nuevo aviso, esto representa casi el 8% de las visitas internacionales, según datos del Banco Central de Costa Rica (BCCR).
Solo de Estados Unidos llegaban 9.000 visitantes estudiantiles por año e hicieron de Costa Rica su noveno destino en el mundo, según la Fundación Neotrópica. Costa Rica logró en 2017 y 2018 ser el destino preferido de América Latina para estudiantes estadounidenses, de acuerdo con el Instituto de Educación Internacional de los Estados Unidos (Open Doors).
Espinoza ve lejano ese regreso y cuenta su caso propio. Tiene una microbús que compró con un crédito del Banco Nacional, pero que podría vender antes de exponerse a que se la rematen si no genera ingresos después de la moratoria en pagos que rige para este trimestre.
“Uno trata de ser positivo, pero hay muchos negocios en riesgo de desaparecer. Uno se pone a ver que está bien difícil. Prefiero vender el carro y quedar libre del crédito que caer en mora y me lo rematen”, cuenta.
El Ministerio de Salud aún no autoriza los transportes con licencia turística. Sigue ahí esperando la fase dos de la hoja de ruta que presentó a principios de mes la ministra de Turismo, María Amalia Revelo.
De momento solo hoteles pequeños pueden funcionar. A partir del 1 de junio podrán hacerlo los más grandes, aunque con 50% de capacidad. Eso es bueno para sus dueños y los trabajadores, pero la operación por volumen puede dejar atrás a los hospedajes pequeños. La competencia será fuerte y en el ambiente hay hambre.