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El agro en crisis: una tormenta que podría cambiar el terreno

La recesión se aloja en un sector sensible para la economía, el empleo y la identidad del país. Inciden en el clima, el mercado mundial, la_economía local y otros factores que llevan al agro a un momento de transformación obligada.

Nadie preparó a Gabriel Araya para esto, pero su forma de vender tomates en la feria del agricultor resulta determinante. De eso depende que logre colocar los tomates, chiles y zanahorias que cultiva en una finca alquilada en Coris de Cartago.

“Hay tomate, hay tomate, hay tomate”, grita como esos narradores del fútbol en la radio. Compite con otros vendedores y con una actitud mucho más conservadora de los compradores, que en estos meses se llevan lo justo.

El frenazo económico del país lo sienten los consumidores; ahora se llevan seis tomates, cuando antes se llevaban diez. Por eso Gabriel Araya no para de gritar frente a una bandeja repleta de esos frutos rojos de los que dice estar orgulloso.

De este lado de la bandeja, nadie imagina lo que hay detrás. Trabaja los siete días de la semana, invierte dinero prestado y a veces ha vuelto a su casa con las manos vacías, dice sin parar de ver nerviosamente su puesto. Es más, ha llegado a arrepentirse de haber dejado el empleo que tuvo en la empresa donde aprendió a sembrar.

“Es muy duro. Aquí no hay garantías de nada y depende uno de todo”, dice Gabriel, un hombre recio de 44 años, por debajo del promedio de edad del agricultor nacional, que ronda los 55 años.

Las exportaciones de piña cayeron hasta julio pasado un 10% en relación con el año anterior. Un factor es la
fuerte competencia por la incursión de países asiáticos. (Foto: Katya Alvarado).

A su alrededor, otros productores también luchan por hacerse oír. La posibilidad de vender todo en la feria del agricultor es lo mejor que les puede pasar. Lo otro es entregar en el mercado o colocarlo en manos de los intermediarios a precios ridículos, muy por debajo de los que luego se ven en rótulos amarillos en los supermercados.

Este podría ser el “estado de situación” de hace cinco o diez años, pero ahora hay un cóctel especial para los productores agrícolas de todo tamaño. Una mezcla de factores del sector, del mercado y de la economía general, tanto local como internacional tiene al agro sumido en una recesión. Es decir, el agro se empequeñece.

El enfriamiento de la economía local, el envejecimiento de los agricultores y sus métodos y los bajos precios internacionales de algunos productos estrella se suman a los efectos del cambio climático y el consecuente riesgo crediticio del sector, además de los obstáculos de tipo ambiental. La tentación de algunos es dejar la actividad y dedicar las tierras a otros usos, sobre todo el de urbanización.

Este es el cuadro del momento que pintan la Cámara de Agricultores, Gobierno, exjerarcas del sector y productores consultados por este Semanario, para explicar el estado de recesión que mostró el reporte semestral del Banco Central de Costa Rica (BCCR).

Las exportaciones cayeron 9% hasta julio, en comparación con un año atrás. La salida de productos agropecuarios pasó de representar 44% del total en julio del 2014 a 36% en el 2019. El sector ha dejado de crecer poco y entre setiembre 2018 y julio 2019 más bien decreció. Acumuló nueve meses bajo cero y ahora está oficialmente en recesión, como llaman los economistas.

Los números van mal para un sector que emplea a más de 250 mil personas (12% de la fuerza laboral en Costa Rica), con un perfil que dificulta más conseguir otro tipo de trabajo. Además, da empleo a uno de cada tres trabajadores en las zonas rurales, y resulta indispensable para garantizar la sostenibilidad alimentaria del país.

Pero los problemas no acaban ahí: se avecinan los plazos de desgravación arancelaria contenida en distintos tratados de libre comercio (TLC). Cada día que se prolongue el nubarrón sobre el agro ocurren dos cosas: envejece el trabajador promedio del campo y aumenta la propensión a dedicar tierras a otras actividades.

“Hay un peligro serio de que se desmantele un sistema productivo, porque eso es perderlo para siempre, porque eso no se recupera”, reconoce el ministro de Agricultura y Ganadería, Renato Alvarado.

Es lo que refleja el tomatero Gabriel Araya; dice que esperará un año más porque ya invirtió en el suelo y para esperar cómo andan las ventas y cuáles son los efectos de la competencia de los supermercados.

Las dificultades son generalizadas. Las enfrentan los productores pequeños de hortalizas y en los cultivos extensivos que han liderado las exportaciones costarricenses: banano, café y piña, por distintos factores y en las diferentes escalas.

La actividad bananera vendió al exterior 17% menos entre julio 2018 y julio 2019; la piña se redujo un 10%, el melón un 9% y el café un 7%, según cifras de Procomer procesadas por la Cámara Nacional de Agricultura y Agroindustria (CNAA).

Los efectos de trastornos climáticos pasaron la factura a los bananeros, y los piñeros enfrentaron una dura competencia de países asiáticos que hicieron caer el precio internacional. Pequeños productores de esta fruta han abandonado la actividad y solo quedan los más grandes, que tienen menores costos relativos y más capacidad de soportar los malos precios.

Gabriel Araya cosecha tomates en Cartago y los vende en la feria del agricultor, aunque implique trabajar
todos los días de la semana. (Foto: Álvaro Murillo).

“Así ya no puedo trabajar. Yo la vendía a otros señores por aquí y me estaban pagando menos de la mitad de lo que pagaban hace un par de años. Ya quité a los tres empleados y listo. Vamos a ver qué hacemos”, contó un hombre de Pococí que prefirió guardarse el nombre. “A uno le da vergüenza reconocer que no pudo; es duro, le cuento”, explicó este campesino dueño de solo tres hectáreas.

En café, los productores sufren una baja productividad y bajos precios internacionales para el grano promedio. El de más calidad se sigue vendiendo bien en el mundo, pero solo una parte de los caficultores han logrado engancharse en ese nicho. Otros han ido dejándolo atrás, como Mario Mora, en Acosta. “Ya el último ni lo cogí. Ahora tengo cítricos, que me hacen gastar una cuarta parte de lo que gastaba en el cafetal”, explicó sin dejar de vender en la feria del agricultor.

Ahí cerca, Marco Durán se quejaba del aumento “muy grosero” de los agroquímicos para quitar la maleza en el terreno donde siembra papaya y pipas, en Río Frío de Sarapiquí.

Otro productor, Roy Brenes, lamentaba que ahora nadie le compra más de dos cajitas de hongos, “porque todo el mundo echa para atrás y uno tiene que decidir si baja el precio más o si vende menos”.

Un momento complicado

En otro escenario, los efectos perjudiciales del huracán Otto (noviembre 2016) y la tormenta Nate (octubre 2017) hubieran sido pasajeros. Los productores esperarían recuperarse de los destrozos y volverían a trabajar con las condiciones previas, pero el terreno ahora está más complicado.

Aunque los efectos de los trastornos climáticos son parte de los factores de la depresión del agro en Costa Rica, la mezcla de otras condiciones hace imposible pensar en una solución pronta, reconocen empresarios y autoridades públicas.

Las tendencias de consumo han movido la aguja de la producción agropecuaria (productos orgánicos, reducción del azúcar, veganismo…), los competidores internacionales aprovechan la ventaja en costos, y el entorno económico local seguirá marcando el terreno en que labran los agricultores.

El agua parece haber llegado al cuello de un sector donde, en términos generales, la modernización ha pasado de lejos. “La mayoría de los productores trabaja como lo hacía en el siglo pasado”, señala Víctor Umaña, encargado en el Ministerio de Comercio Exterior (Comex) de impulsar un programa de impulso al sector.

Aquí se junta la resistencia a modernizarse en una parte de los productores, el escaso acompañamiento estatal y las dificultades de acceso al crédito, pues el sector ocupa hoy solo un 3,3% de los préstamos otorgados por el sector financiero nacional (incluyendo cooperativas), según datos del BCCR procesados por la CNAA. Hace dos décadas rondaba el 10%.

Si se trata de financiamiento estrictamente de bancos, en 1987 estos daban el 35% de sus créditos al agro, pero fue cayendo en estas tres décadas hasta ahora, con un 3% del total, reporta la CNAA.

Las entidades comerciales piden requisitos difíciles de cumplir para el grueso de los agricultores, pues además su actividad se considera riesgosa. Esto provoca que algunos deban acudir a préstamos de consumo, con tasas más altas; como Freddy Rodríguez, que en la primera semana de setiembre sacó dos millones de una cooperativa tras poner a su esposa como fiadora. “Me urgen unos arreglos para que estas lluvias no me jodan un poco de fresa que tengo, a ver si la salvo”, justificó este vecino de San Isidro de Alajuela.

¿Banca de Desarrollo? “Ah, no, qué va, yo pedí ayuda ahí pero no tuve suerte”, respondió en alusión al sistema de financiamiento con aval estatal y dependiente de otros bancos. Esa modalidad ya colocó casi todos sus recursos, dijo el ministro Alvarado, pero su impacto es mínimo para el país, pues representa solo un 2% de la inversión necesaria.

El crédito es vital, dicen los productores, pero también puede ser un arma de doble filo, advierte Luis Felipe Arauz, exministro de Agricultura y decano de la Facultad de Ciencias Agroalimentarias de la Universidad de Costa Rica (UCR).

“Es cierto que puede impulsar la producción, sea para empezar un negocio o mejorar o que hay, o innovar, pero a muchos los han llevado a malos endeudamientos”, comentó Arauz.

Por eso, además del reforzamiento de los seguros para cosechas que se plantea desde el Instituto Nacional de Seguros (INS), hay pendientes decisiones de carácter político que pasan, en buena medida, por trámites y regulaciones de tipo ambiental.

Los productores se quejan de la imposibilidad de acceder a agroquímicos modernos, que se suponen son más eficientes. “Hay trabas legales que impiden registrar los mejores productos, esos que al final acaban siendo menos contaminantes y menos costosos porque basta con atomizar la mitad de las veces”, explicó Arauz.

El discurso de la CNAA es más duro contra las reivindicaciones ambientalistas. “Nos hacen ver como los malos y traban todo. Tenemos diez años de no inscribir moléculas nuevas y eso obliga a atomizar más veces. No podemos usar los productos que se usan en el resto de países porque aquí somos más papistas que el papa”, se quejó Juan Rafael Lizano, presidente de la Cámara y ministro de Agricultura entre 1990 y 1994.

En ese momento el mundo del agro era otro, reconoce Lizano. No se importaba más de la mitad del arroz y los frijoles, como ahora; no habían nacido los cultivos intensivos de piña que llegarían a colocar la fruta en la cima de las exportaciones agrícolas; y Rodrigo Castro, un caficultor de la parte alta de Alajuela, pensaba que los cafetales serían el modo de vida de su hija, ahora profesora universitaria, y su hijo, juez en el Poder Judicial.

“Viera que uno se cansa de luchar. Siempre ha sido duro, pero ya uno tiene menos fuerzas y los hijos lograron hacerse profesionales, como siempre les dijimos. Mi hija se casó y junto al marido vendieron una parte de la finca para lotes; era una buena oportunidad”.

Sus cafetales están viejos y debería renovarlos, pero lo está pensando. Ya tiene un patrimonio que le permitiría vivir tranquilo. Las noticias de precios internacionales no estimulan. Los herederos no tienen interés en dedicarse al café. “Es que ni lo toman”, agrega como en broma.

Otros productores enfrentan factores adicionales, como los criadores de cerdos, pues en este 2021 se vence el plazo de vigencia de aranceles del Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos, por lo que es casi seguro que llegue una competencia más fuerte. Lo mismo ocurrirá en 2025 con productos lácteos, recuerda el ministro Alvarado.

“Lo que pasa es que vamos tarde. Ahora tratamos de hacer cosas indispensables como mejorar los mercados para agricultores e intentar modernizar el registro de agroquímicos, pero los países desarrollados siguen siendo proteccionistas, subsidian a los suyos, y contra eso es difícil luchar”, comentó el Ministro. ¿Cambiar ahora los acuerdos bilaterales? Con políticas como las de Donald Trump en Estados Unidos, eso sería peor, reconocen en la CNAA.

Además de promover el consumo local de la manera más directa, mediante las ferias del agricultor, las autoridades se plantean darle más valor a la producción, explotando elementos como la sostenibilidad o el bienestar social.

Esa tarea, sin embargo, no la logra un productor en solitario, incluso si es grande. Lo advierte el catedrático Arauz, en referencia a la necesidad de más políticas de Gobierno en esa dirección y a una mayor capacidad de organización de los agricultores, lo cual pasa también por mejorar el funcionamiento de las cooperativas.


“Descubre” el agro

Una iniciativa pública-privada alojada en el Ministerio de Comercio Exterior impulsa la atracción de inversión en el sector agrícola mediante la intervención de factores críticos, como tramitología, renovación de la oferta y desarrollo de mercados. El plan, llamado “Descubre”, intenta acercarse al éxito que tuvo hace dos décadas el modelo de impulso en las zonas francas, pero adaptado a las circunstancias del agro, con sus ventajas y sus desventajas, que de todo hay, dice Víctor Umaña, a cargo del programa.

Buscan productos y mercados que permitan reducir el riesgo de la canasta exportable, mejorar su volumen e impactar en las zonas rurales, donde uno de cada tres trabajadores se localiza en el agro.

El programa pretende alcanzar a productores de toda escala, pero la manera más rápida de crear empleo la tienen los productores con más recursos. “Quizás sean los que muevan la aguja, pero debería llegar a todos. La meta es identificar al menos 40 actividades con su respectivo mercado”, explica Umaña, quien sostiene que el agro debe recuperarse pero no pretender volver a su pasado, en caso de que fuera posible.


 

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