País

Crónicas de vulnerables: Sobrevivir en dos ruedas, los nuevos proletarios

La economía 'hi-tech' acaba conectándose con el primitivo ejercicio de pedalear. El testimonio lo dan los nuevos trabajadores que vemos a diario entre la nueva fauna urbana, llevando a su casa las boronas y a otros, la comida.
A working class hero is something to be
If you want to be a hero well just follow me
John Lennon

Tiene la bici impecable, una Uranus Tottem color amarillo fluorescente con llantas negras. Está sentado a la sombra de un seto, protegiéndose del sol de enero en una de las zonas verdes que rodean los modernos centros comerciales entre Pinares y Lomas de Ayarco. La vista clavada en la pantalla del celular, unas bermudas tipo cargo, camiseta liviana, y –por supuesto– la ya icónica mochila cuadrada color verde-manzana, cuyas letras blancas lo identifican como miembro de una de las nuevas tribus urbanas: los que pedalean para sobrevivir.

Se llama Freddy, tiene 32 años y para ganarse la vida combina una de las tecnologías más antiguas con una de las más nuevas. La rueda y el celular inteligente.

Juntas son parte de lo que en el mundo se conoce como economía de plataformas, un fenómeno comercial imparable que hace llover oro sobre un puñado de corporaciones globales que inventaron una tecnología que conecta –a través suyo y con una buena comisión– la oferta y demanda con servicios y productos.

En la base de esta nueva economía hi-tech están Freddy y el resto de la tribu dos ruedas. Son una variante siglo XXI de los proletarios del XIX. No tienen nada. Usan una bicicleta y un celular para vender la fuerza de sus piernas junto a una buena dosis de empeño y algunas capas de piel que el sol les comisiona cada día.

Encuentro a Freddy en uno de los campamentos instantáneos que los “cleteros” improvisan cerca de donde hay muchos restaurantes de comida rápida. Allí, recostados sobre el césped, tres ciclistas recuperan el aliento, se protegen del sol y esperan una nueva carrera.

–Yo esto lo hago para completarme el salario –dice mientras se va acomodando la voluminosa mochila verde sobre la espalda y revisa el destino final que el soporte de UberEats le propone desde la pantalla de su celular– tengo cuatro hijos y mi esposa no puede trabajar. En la mañana soy acomodador en un Walmart, de siete a dos y en la tarde salgo con esto como hasta las ocho, depende el día.

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Tengo cuatro hijos y mi esposa no puede trabajar. En la mañana soy acomodador en un Walmart, de siete a dos, y en la tarde, salgo con esto como hasta las ocho, depende el día.
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Los otros ciclistas que descansan junto a él hacen chistes sobre comprarle a Freddy un videojuego para controlar su planificación familiar. Freddy no se queja. Los descansos son una oportunidad para conversar, vacilar, enterarse cómo trabajan en las otras empresas que se dedican a lo mismo y para intercambiar información sobre las zonas en donde asaltan.

–A un “mae” lo jodieron acá cerca, subiendo una cuesta muy parada que hay cuando se va para Granadilla. Unos “maes” en un carrillo le sacaron el celular y la bici. Y las empresas no te pagan nada por eso. El que se jode es uno, por eso yo ahí no subo, ni a Tirrases. Pero no me quejo, con esto me gano seis rojos al día, a veces más, y pago la jama y el alquiler para todos. A mí me sirve –dice muy en serio, frunciendo el ceño, como si me estuviera declarando sus principios.

Las bicicletas, las motos y las enormes mochilas verdes, amarillas y moradas con los rótulos de Go Pato, Glovo, UberEats, Yo voy y Hugo son la novedad entre la fauna vial que atiborra las congestionadas calles de la GAM.

Se apiñan en la primera fila de cada semáforo y al salir serpentean entre los carros. Van de un carril a otro, en diagonal, por los lados, por las aceras (cuando las hay), y en algunos tramos contravía. Luego regresan al carril aplicando a las normas viales una estrategia muy parecida a la desobediencia civil que Gandhi les recetó a los ingleses hace cien años.

Aquí la cosa es salir rápido de cada servicio y pasar al que sigue– me dice en tono didáctico Osiris, mientras le pega una buena calada a su cigarro. Flaco, alto, ojos chinísimos, tatuaje de lagarto en la pantorrilla derecha, casco de ciclista y pantaloneta de cuadros. Toma agua, espera viaje y repone su nivel de nicotina en sangre debajo de la Fuente de la Hispanidad.

–Yo antes era hojalatero en construcción, pero qué va, no hay brete, no me sale nada y tenía la bici. Le reforcé los aros y salí. Le meto unos 30 kilómetros al día y me rinde. No crea, le saco entre 12 y 13 mil cañas al día.

Osiris me cuenta que nació en Nicaragua pero que se crio acá, en San José. Jura que es casi tico y que está casado con una tica –como si enfatizar la localía le agregase puntos para un concurso de chauvinistas–, que le hubiera gustado terminar la escuela, pero que no lo logró. Que obviamente no habla inglés, ni ninguna de las otras lenguas que interesan en los call centers. Que buscó pero no encuentra, que hay que pagar el alquiler y que –de vez en cuando– le gusta tomarse unas frías. Como a todos, le digo yo.

Sin quererlo, en 15 minutos me arma desde su propia biografía una explicación sencilla y de primera mano sobre los efectos del estancamiento económico del país y un mapa preciso sobre cómo llegar al desempleo o a la informalidad. Un paisaje estéril para el chico con el nombre del dios egipcio de la fertilidad.

El ejército de los informales, que integran Osiris y el resto de la tribu dos ruedas, llegó a reclutar en los últimos tres meses del año pasado un millón de personas (962.000), según Encuesta Continua de Empleo (ECE) del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INEC).

Y el desempleo contagió al 10,2% de la población económicamente activa; es decir, que durante las fiestas navideñas unas 242.000 personas buscaban sin éxito cómo ganarse la vida.

Esas cifras él no las maneja, pero las sufre.

Como Mauricio, quien está sentado al lado suyo a la sombra de las autopistas que sostienen las columnas frente a la Fuente de la Hispanidad. Se dedica a lo mismo pero con motor. Tiene 48 años y una moto pequeña. –Yo en realidad me pasé, hacía Uber con un auto pero tenía que pagarle ₡100.000 al dueño, juntar para la gasolina, lidiar con los taxistas y todo eso nada que ver. Agarré la moto, ahora me queda todo a mí y es mejor. Salgo como a las ocho de la mañana y a las siete pasaditas me voy a casa con ₡8.000 o ₡10.000 en la bolsa. Es mejor que el carro y que la bici. Yo por lo menos si me accidento, tengo el seguro del INS. Es carísimo, pero al menos si me rompo la madre, me arreglan. Dice, en un acto de sinceridad brutal.

Alto rendimiento

A lo largo de las entrevistas las cifras se repiten, los de la tribu dos ruedas pedalean en promedio entre 30 y 50 kilómetros al día, salen a trabajar a media mañana y regresan entrada la noche, y, en general, hacen viajes de entre dos y cinco kilómetros. Melania Cevo, una nutricionista experimentada, me dice que esa rutina es similar a la de un atleta de alto rendimiento.

–Con ese desgaste energético deberían comer entre 1.500 y 2.000 calorías extra e hidratarse muy bien para reponer líquido y electrolitos y para recuperar minerales.

Los de la tribu dos ruedas pedalean en promedio entre 30 y 50 kilómetros al día. (Sara Quesada).

Le cuento a Melania que en las entrevistas ninguno de estos ciclistas relata estar haciendo nada parecido y ella me responde que es peligroso, que al menos deberían sumar dos tazas de arroz, una taza de frijoles, varios huevos, plátanos, suero y un litro de leche a su dieta del día.

–Incluso –dice Melania– podrían hacer suero casero. La descripción que me das de su rutina –agrega un poco alarmada– es que ellos están hipohidratados; es decir, que están perdiendo un porcentaje de su masa muscular por sudoración y eso el cuerpo te lo puede cobrar.

Al recorrer las calles veo que en esas mochilas verde manzana que cargan sobre la espalda, el kit de protección personal es mínimo y se reduce a veces a un tarro de bloqueador solar, unas mangas de protección, pañuelos para colocar mojados bajo el casco y una botella de medio litro de agua.

Con la nutricionista coincide Luis Segura, un avezado entrenador de ciclismo quien dirige el equipo de El Lagar y las ligas menores de Cartago. –“Con la cantidad de kilómetros que hacen, ellos deberían tener muy buena alimentación e hidratación y deberían también hacer calentamiento y estiramientos previos para evitar lesiones en la cintura y la espalda”.

El entrenador me cuenta que las bicicletas profesionales tienen marco de aluminio y pesan unos seis kilos, mientras que las que utilizan estos “cleteros” en sus entregas a domicilio pesan entre 12 y 15 kilos. “El motor de la bici es el cuerpo de ellos, que además en muchos casos tiene sobrepeso y que lanzan a pedalear sin contar con preparación física previa. Así están exponiendo su salud”.

En la jerga laboral de estas empresas a los ciclistas los denominan como “socios repartidores” y aunque insistí en conocer cuántos de ellos colaboraban en el servicio local, evitaron precisar cantidades específicas.

En el caso de Uber se respondió que “UberEats cuenta con miles de socios repartidores en las provincias de San José, Heredia, Alajuela, Cartago y Guanacaste (Liberia)”. En otros se ignoró la pregunta.

La única firma que mostró transparencia en los datos fue la iniciativa costarricense Yo Voy, creada por una pareja de Santa Ana que la vendió recientemente al empresario Jeremy Marín. Él explicó que se dedica a servicios corporativos y que tiene 220 choferes enlistados y 1.063 usuarios.

Entre los “cleteros” hay versiones de todo tipo sobre la cantidad de personas que colaboran con empresas como Glovo o UberEats para repartir comida o servicios usando una bicicleta o una moto. Algunos hablan de siete mil y otros de tres mil, pero lo cierto que se trata de un sector productivo con varios miles de colaboradores y que ya es relevante en el mercado económico y laboral costarricense.

Economía de plataformas

En los libros y las películas de ciencia ficción los trabajos del futuro iban a ser hipertecnológicos, los autos iban a volar y tendrían piloto automático, la gente hablaría desde el espacio por pantallas que transmitirían en tiempo real y los robots se encargarían de las tareas peligrosas o repetitivas. Pero como dice el estribillo de aquella canción de rock “El futuro llegó hace rato / llegó como vos no lo esperabas”, las últimas noticias indican que el futuro nos va llegando en cuotas, que es carísimo y que no todos están invitados.

Empresas como Amanzon, Uber, Airbnb, Whatsapp y Glovo –entre otras muchas– están desarrollando novedosos modelos de negocios y herramientas digitales que les permiten conectar en directo las necesidades de la gente –sin importar en qué parte del planeta se encuentren– con quienes pueden satisfacerlas.

El modelo de negocios que emplean es novedoso, sobrevuela olímpicamente las fronteras y deja atrás las discusiones legislativas, las estrategias tributarias y las políticas locales de protección o regulación.

Las hamburguesas vegetarianas que Junior –un cubano de 19 años recién llegado al país– llevó el domingo 13 de enero desde Barrio Escalante hasta La Galera son una prueba de eso. Oriundo de Marabelle, un pueblo a 34 kilómetros de La Habana, Junior, con ayuda del soporte de UberEats, buscaba una casa 500 metros al oeste de una de las gasolineras más antiguas de Curridabat.

Su trato con la empresa multinacional, con el cliente y el restaurante atravesó todos los radares sin dejar mayor rastro. Él estaba agradecido por los 2.000 mil pesos que se ganó a través de la aplicación y por los 1.000 de propina que le sumó el cliente por haber cambiado la dirección y extendido la pedaleada.

Esta nueva economía hi-tech comenzó con las ventas minoristas, luego se extendió a la hotelería con Airbnb, al transporte de pasajeros con Uber, a la mensajería en general con Glovo, al financiamiento y préstamo entre particulares con iniciativas como la española Zank y al alquiler de inmuebles con aplicaciones como AlterKeys.

Amazon inició con la venta de libros a través de Internet, pero la firma que fundó Jeff Bezos en 1994 supera hoy el billón de dólares en su valor de mercado y posee entre otras compañías a medios de prensa líderes como The New York Times.

Uber, fundada en 2009 por Travis Kalanik, un informático de la Universidad de California (UCLA), recibió en setiembre pasado una inversión del gigante japonés Toyota por $500 millones y elevó su valor a más de $72.000 millones. Similar a lo que valen sumadas, una encima de la otra, legendarias fábricas tradicionales del siglo XX como Ford, Fiat y Chrysler.

El avance tecnológico reemplazó algunos trabajos, como los robots que fabrican 113 automóviles por hora para la planta que la automotriz Nissan tiene en Sunderland, Reino Unido; mejoró la calidad de otros al introducir el teletrabajo, pero también extendió de manera inédita las jornadas con millones de personas que responden correos mientras cenan, revisan hojas de cálculo antes de irse a dormir o atienden un chat laboral mientras juegan con sus hijos.

Hace cien años, en el mundo se libraron luchas para que se reconociera una jornada laboral de ocho horas. Hoy la precarización del empleo es una tendencia y encuestas como las del CIEP de la UCR revelan que durante los últimos 24 meses en Costa Rica el desempleo se mantuvo como la primera o la segunda angustia de los ciudadanos.

Informales

Hallar el equilibrio entre trabajo y calidad de vida se ha vuelto uno de los desafíos contemporáneos, ya que según el informe del 2018 Perspectivas sociales del empleo mundial, de la Organización Internacional del Trabajo, unas 1.400 millones de personas en todo el mundo realizan “formas vulnerables de empleo” en el sector informal.

Para el economista Pablo Sauma, profesor de la UCR y especialista en desigualdad y mercado de trabajo, los nuevos “cleteros” son una población poco estudiada pero que se vuelve relevante por la cantidad de gente que ya trabaja allí y por las condiciones en que cumplen sus tareas.

“Tienen características típicas del trabajo informal, son empleos autogenerados, riesgosos, apartados de la seguridad social y que hasta hace poco tiempo eran trabajos asalariados formales, ya que cada restaurante tenía sus motos y sus choferes. Ahora esos empleos se pasaron al sector informal”.

Para Sauma estas labores no deberían satanizarse a priori, pues les permiten a estas personas obtener un ingreso de subsistencia y alimentar a sus familias, pero tienen la contracara de que debilitan la seguridad social y no tienen condiciones mínimas que las regulen.

La investigadora del Estado de la Nación, Pamela Jiménez, aporta que, tras la crisis económica global del 2009, en Costa Rica aumentó la informalidad laboral, sobre todo entre los jóvenes, ya que hoy la economía crece a un 3% pero no así el mercado laboral.

Hoy –me explica la investigadora– el 40% de la economía está en el sector servicios, pero hay pocos multiplicadores de empleo y los jóvenes son los más vulnerables. En la franja de entre los 15 y 24 años el desempleo duplica el índice nacional y llega al 20%.

“La tendencia a la informalidad laboral tiene impacto en que son personas que no están cotizando para su jubilación y tampoco están aportando a la seguridad social, por lo que le restan sostenibilidad a los actuales pensionados y rompen el pacto generacional de que los jóvenes financien las pensiones de quienes ya se jubilaron”.

En el campamento “cletero”, que se improvisa durante las tardes en el parqueo de Ciudad del Este en Curridabat, hay mochilas de Glovo, Go Pato y UberEats, pero las cargan lavaplatos, electricistas, pintores, cocineros, albañiles, mecánicos, saloneros y misceláneos.

Gente que estaba arriba del barco, en un rincón tal vez, pero con seguridad social y la promesa de una pensión. El desempleo y la frustración por encontrar una forma de ganarse la vida les puso una bicicleta y un teléfono al frente. Viven al día, pedalean para vivir.

Le cuento a Freddy, el de la tribu dos ruedas, la historia de Lance Armstrong, la estrella estadounidense del ciclismo que invirtió en acciones de Uber. Lo hizo cuando todavía era una empresa de garaje que pocos conocían, y que luego, cuando Lance quedó en la quiebra por un escándalo de dopaje y lo abandonaron todos los patrocinadores y le quitaron sus títulos del Tour de Francia, resultó que aquellas acciones de Uber terminaron valiendo decenas de millones de dólares.

Dice Armstrong que Uber salvó a su familia y que vivirán como millonarios por varias generaciones, le digo para picarlo.

–Puede ser –me contesta Freddy con una sonrisa socarrona– a nosotros nos va sacando del apuro, pero mejor termino el colegio y me busco un brete mejor.

Tiene razón, como dice Ray Lóriga en aquella novela sobre Tokyo, “el miedo es como el frío. Una vez que lo has sentido nunca se va del todo”.

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