País Análisis:

Carlos gobernará por las crayolas y las alianzas

El ganador de la 2ª ronda celebró desde una tarima  que explicaba en mucho su triunfo contundente y cómo plantea su gobierno 2018-2022

Hubo un momento, pasadas las 9 p.m., en que alguien pidió tener cuidado con la cantidad de gente que había sobre la tarima en la que Carlos Alvarado Quesada celebraba su triunfo sorpresivo en la elección presidencial de este domingo. Pidieron entonces que algunas personas bajaran de la plataforma y fueron figuras del Partido Acción Ciudadana (PAC)­ –muy cercanas al nuevo presidente electo– las que accedieron a salir para que arriba siguieran los rostros de otras procedencias políticas.

María Luisa Ávila, Ottón Solís, Leonardo Garnier, Patricia Mora y Rafael Ortiz: Cuatro partidos en una foto. (Foto: Lucía Molina)

Alvarado Quesada, a sus 38 años, se convirtió este domingo de resurrección en el presidente electo más joven en el último siglo en Costa Rica. Lo celebraba al lado de un hombre que podría ser su papá, Rodolfo Piza, el excandidato conservador del Partido Unidad Social Cristiana (PUSC), que resultó protagonista por la alianza explícita que ambos firmaron el 8 de marzo, a pesar de la mezcolanza ideológica que ello implicaba.

El primer reporte de resultados del Tribunal Supremo de Elecciones (TSE), minutos después de las 8 p.m., había sido tan favorable y contundente como nadie imaginaba en la plaza Roosevelt. Con 90% de mesas escrutadas, el abstencionismo había sido solo 33% y la ventaja de Carlos sobre Fabricio, de 20 puntos.

Ese primer corte de escrutinio del TSE fue una bomba que acabó con la angustia de miles de simpatizantes que entonces ondeaban la bandera rojiamarilla frente a la tarima en la que se destacaba Alvarado, su esposa Claudia Dobles y Piza, quien después de la segunda ronda del 4 de febrero se inclinó por la opción que prometía no sacar a Costa Rica de su camino tradicional.

A él no le pidieron bajarse como tampoco se lo pidieron a figuras notables del Partido Liberación Nacional (PLN), los exministros Leonardo Garnier y María Luis Ávila, después de que su agrupación quedó que por primera vez en su historia fuera de una elección presidencial.

Desde febrero, Garnier y Ávila habían publicado su apoyo por garantizar los derechos humanos y evitar el arribo de Fabricio al Gobierno como representante de un movimiento de base evangélica con planes de gobiernos  ambiguos, débiles o cambiantes.

Estaba Patricia Mora, diputada y presidenta del partido Frente Amplio (FA). Aunque no estaba el expresidente José María Figueres, ya todos sabían que había apoyado el voto por Carlos de manera pública; y –más allá de los votos que este pudo haber aportado– su figura ayudaba a pintar el cuadro de “unidad nacional” ofrecido por Carlos Alvarado en su campaña y que pudo ayudarle a ganar con el 60% de los votos, sin haber estado nunca arriba en ninguna encuesta.

La foto era la de un collage: la derecha económica y conservadora con Piza, su copartidario Rafael Ortiz, el liberacionismo progresista, la izquierda, la centroizquierda del PAC, su líder tradicional Ottón Solís y los vicepresidentes: un exlíder sindical (Marvin Rodríguez) y la persona negra que más alto ha llegado en un cargo de elección popular, Epsy Campbell.

Creyentes conservadores, creyentes no practicantes, agnósticos o ateos; quizás faltaba alguien de una fuerza no partidaria, como Coalición Costa Rica. Era la foto que Carlos quería proyectar para enfrentar la lista larga de tareas urgentes y complejas en un terreno de poder compartido.

Mientras, las noticias internacionales se desperdigaban por el mundo contando que, en Costa Rica, el pequeño laboratorio del funcionamiento y fallos de la democracia, los ticos habían superado el hastío electoral y las vacaciones de Semana Santa y se habían volcado en masa a las urnas para optar por preservar un camino conocido.

Solo cuatro de cada diez votantes quisieron ver en Zapote al candidato locuaz que prometía una visión cristiana, “manos limpias”, mano dura y representar a los pobres.

La mayoría, por susto o por convicción, tomó la crayola anaranjada y votó por Carlos. (“Ay, mi Diosito, que salga todo bien”, dijo una mujer en Poás a las 8:15 a.m. después de votar por Carlos porque era “lo más centrado que había”). Por Carlos, o por esa escena multicolor que acabaría celebrando en la misma plaza donde Luis Guillermo Solís festejaba cuatro años atrás un como triunfo contra la política tradicional.

Esta vez Carlos más bien subió a algunos políticos tradicionales a la tarima.

Tal vez esos políticos hayan sido uno de los factores para ese fuerte apoyo –aún inexplicado– que obtuvo en la provincia de Guanacaste, para el vuelco en la de Alajuela y cantones populosos de San José (incluido Desamparados, la cuna de Fabricio) o la barrida en Cartago.

Esto sin olvidar el elemento religioso que pudo beneficiar al evangélico Fabricio tanto como al católico no practicante Carlos, quien el primer día después de su victoria visitó la Basílica de Cartago para cumplir una promesa que había hecho con su mamá, Adelia Quesada.

“Esta elección ha sido un espejo en el que nos hemos visto como un país diverso y con diferentes puntos de vista. Hemos visto un país que tiene desigualdades, que necesita trabajar para llevar mayor oportunidad a las distintas partes del país y yo tengo un compromiso para hacerlo como Presidente de la República”, después de agradecer el papel “histórico” de Piza y el trabajo previo de Ottón Solís, que fundó el PAC hace casi 18 años y ahora cree que el partido debe ser eso, una tarima de trabajo multipartidista.

“La idea es buscar acuerdos sustantivos sobre temas entre los partidos con representación legislativa (…) Pensamos que, en proporción al número de diputados que tenga cada partido, se otorguen cargos”, explicó Solís a UNIVERIDAD.

Lo detalló: “así hay un amarre sustantivo en la cámara legislativa compartiendo el poder, entendiendo que nadie es intocable, pero que puede ser reemplazado por la misma agrupación que lo propuso y con la única opción de que sea destituido por completo si se rompe el acuerdo de Gobierno conjunto. Es un gobierno parlamentario con el poder que tiene el Presidente para despedir ministros”. Esto es más o menos lo que recomiendan algunos expertos en este contexto desde aquí y desde afuera.

“Un susto del carajo”

Para el estudioso de sistemas electorales en América Latina, Daniel Zovatto, Fabricio Alvarado representó en esta ocasión “el coco” que asustó a muchos costarricenses, pero subrayó que esto fue solo el síntoma de problemas más profundos en el sistema político.

“Fabricio solo provocó un susto del carajo, pero no pueden olvidar los costarricenses que debajo hay desafíos que fueron disimulados por el ‘shock religioso’ en esta campaña. Enfrente hay una enorme lista de demandas populares y un bloqueo institucional, con un sistema que parece diseñado para inmovilizar las respuestas de fondo. Por eso deben repensar su sistema político”, dijo desde Chile, donde tiene su oficina como director del proyecto IDEA Internacional.

“A Costa Rica le urge reconstituir su sistema de partidos y no hablo solo de fortalecer al PLN o al PUSC. Puede ser con otros también, pero si no, seguirá arriesgándose a opciones peligrosas y a la inmovilidad con el poder fragmentado. O Costa Rica cambia a un sistema semiparlamentario o deberá aprender a trabajar con coaliciones (grupos formados por distintos partidos) como en Chile, para poder dar mayorías. Un sistema presidencial así lleva las cosas a la ingobernabilidad”, vaticinó Zovatto.

La ingobernabilidad lleva a los deseos populares por buscar cambios, los que sean. Acá un caso: “creo que tenemos que darle oportunidad a este muchacho nuevo (Fabricio) con un partido nuevo, a ver qué nos trae da Dios. Yo estaba dudoso, pero volví a ver a Dios y que fuera lo que él quisiera”, contó este domingo Giovanni Villegas, padre de cuatro hijos y agricultor en una parcela que alquila en Tacares de Grecia.

Carlos no quiere dejar las cosas “a la mano de Dios” y por eso desde ahora intenta armar coaliciones “de facto”, sin reformas legales o constitucionales que le den un soporte jurídico a esta nueva forma de integrar el Gobierno para trabajar desde el 8 de mayo.

No solo se ve así desde fuera. Es también lo que señala Ilka Treminio, doctora en Procesos Políticos Contemporáneos y directora de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso) en Costa Rica.

“Costa Rica podría estar avanzando hacía las coaliciones, que ha sido lo normal en sistemas fragmentados como Chile, Uruguay y Brasil, aunque también se han roto algunas de ellas”, comenta Treminio.

Para ello, sin embargo, son necesarias coincidencias ideológicas, programáticas o de visión sobre la institucionalidad política. En este caso, como un pequeño ejemplo, Piza optó por alejarse del banco que amenazaba la continuidad de Costa Rica en la Corte Interamericana de Derechos Humanos de la que fue presidente su papá, Rodolfo Piza Escalante.

¿Significa que ya colapsaron los partidos políticos? Para nada, contesta Treminio, al poner como muestra la base que ya ha logrado formar el PAC, como una plataforma básica a la que luego se suman movimientos organizados o figuras políticas ajenas.

Eso podría explicar los resultados de esta campaña y por qué el desenlace en la tarima, aunque la investigadora añade que puede haber muchas otras razones. “Quizás los sociólogos tengan más que aportar, porque en estos procesos se tocaron otras fibras y es posible reconocer que hubo aquí un efecto del miedo. “¿Un susto por qué? Quizás por el peligro de que un grupo lleve la promoción de su agenda más allá de los márgenes de nuestras instituciones”, añadió.

Acabó así la campaña electoral incierta y cambiante, la que pudo haber colocado al PLN en la segunda ronda a juzgar por las encuestas de octubre y que al final colocó a miles de liberacionistas frente a la incomodidad de tener que votar por primera vez por otro partido. Eso fue lo que le ocurrió a Carmen Bolaños, una mujer muy católica de 73 años que insiste incluso en que el 4 de febrero votó “por el PLN, no por el candidato Antonio Álvarez”, y que este domingo dejó salir alguna lágrima por el triunfo de Carlos Alvarado.

Es la misma campaña que en diciembre tuvo arriba en preferencia electoral al abogado mediático y de discurso populista Juan Diego Castro, según la encuesta de entonces del Centro de Investigación y Estudios Políticos (CIEP) de la Universidad de Costa Rica (UCR).

Es la misma campaña que en segunda ronda juntó el agua y el aceite alrededor de los candidatos, aunque solo uno terminó exhibiendo esa promesa de “unidad nacional” en una tarima victoriosa.

“Carlos sabe que tendrá que hacer de equilibrista permanentemente, cuidándose de mantener las bolas en el aire”, advierte Treminio con la metáfora del circo. En el Congreso, seis partidos se repartirán el poder y se saben necesarios. Lejos quedan aquellos tiempos de mayorías calificadas (38 curules) e incluso las de mayorías simples (29).

Incluso, Luis Guillermo Solís gobernó con una bancada que fue segunda en tamaño, pero a Carlos le corresponderá algo peor, pues el PAC será la tercera fracción en volumen. Tendrá diez, menos que Restauración Nacional (14) y que el PLN, con 17.

Si hace cuatro años la consigna del nuevo Gobierno era “negociar o fracasar”, en esta ocasión la disyuntiva parece más extrema. En frente está una crisis fiscal creciente, una infraestructura estancada, un quinto de la población en la pobreza y una desigualdad social que se manifiesta de varias formas: en el aumento de la inseguridad o en las urnas, a juzgar por los perfiles de seguidores de uno y otro candidato en la primera ronda.

“Costa Rica pudo amanecer este lunes aliviada de no haber dado un salto al vacío, pero tampoco debería tener una mirada tan alegre como para desconocer los problemas abundantes y complejos que fueron los que abrieron espacio a Fabricio Alvarado, y los pueden abrir a otras propuestas que podrían volver a asustar a parte de la población”, apuntó Zovatto.

Desde afuera, la mirada estaba sobre Costa Rica. Y quizás siga estándolo.

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