Opinión

Voto informado

“En el hospital me habían dado el folleto de veinte páginas para que lo leyera y lo firmara. “Esto es el consentimiento informado”

 A Gerardo Campos Gamboa (1952-2016).

“En el hospital me habían dado el folleto de veinte páginas para que lo leyera y lo firmara. “Esto es el consentimiento informado”, me explicaron sin explicarme. Era una andanada de palabras que decían de todo y nada […] (Como te digo, la doctora me juró mil veces que la Paripán no tuvo nada que ver con tu deceso. La duda que tengo es por qué, aparte de vos, fallecieron tres participantes más del experimento)”. Así inicia y concluye  el cuento Consentimiento informado  del  connotado escritor costarricense Gerardo Campos Gamboa (Consentimiento informado, EUNA, pp.56-60, 2011).

Al parecer, el consentimiento informado en medicina comparte parentesco cercano con el voto informado en política, que se ha convertido en una de las aspiraciones fundamentales del Tribunal Supremo de Elecciones (TSE), según consta en la convocatoria a elecciones para el período 2018-2022. “Antes de votar, busquen información de calidad sobre los aspirantes, sus ideas y trayectorias…”, ha dicho, el Presidente del Tribunal, don Luis Antonio Sobrado.

Una aspiración loable: que el costarricense no sea arrastrado como oveja al matadero, con un sinfín de falsas y rimbombantes promesas.  Que se afirme sobre sus pies de plomo y haga valer su voto y su dignidad de ciudadano, demandando de los partidos políticos y sus candidatos propuestas concretas, viables y  asertivas para atender a los problemas más urgentes e importantes del país. Dar el salto, así, de la democracia delegativa y representativa a la tan deseada democracia deliberativa y participativa.

Hay interés en que el votante sea más proactivo, informándose adecuadamente de los programas de gobierno propuestos por los partidos, así como de las cualidades de sus candidatos. Sin embargo, cabe preguntarse, ¿hasta qué punto atender a la información que ofrecen los partidos y sus candidatos, incluso críticamente, garantiza el ejercicio de un voto informado que pueda incidir para que las ofertas y promesas de campaña se traduzcan en  medidas y acciones consistentes y consecuentes? ¿Es un voto informado una garantía de respeto y reconocimiento al derecho que tiene  el ciudadano al fiel cumplimiento de las propuestas hechas por los candidatos y sus respectivos partidos?  Pareciera no haber razones para ser optimistas. Ya sabemos que el desencanto creciente con los partidos políticos –y lamentablemente hasta con la política– se nutre no de la poca e inadecuada información que reciben los  ciudadanos, más bien, se da una saturación de la información; tiende a ser exuberante en propuestas para dar respuesta a todos los males y dolencias que aquejan al país, acompañada de diagnósticos nada despreciables y aderezada con la moralina de los principios que conduzcan al país por los senderos de la transparencia y la decencia en la administración de la cosa pública.

Efectivamente, si algo abunda en  tiempos electorales es la información, que se amplía exponencialmente con las redes sociales. Lamentablemente, se trata de una información que desinforma: la verdad político-electoral, simple recurso retórico manipulador, se convierte en posverdad.  Entonces, ¿de qué vale el voto informado, si de todas maneras conduce al matadero? Estamos llegando al extremo de que la eutanasia político-electoral parece ser el camino inevitable, para garantizar calidad de vida ciudadana. Sin duda, “el sinsentido del sentido o el sentido del sinsentido” (P. Watzlawick).

 

 

 

 

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