Opinión

Votar en abril por la Democracia

Sobre la base del terremoto político y social que, el pasado 4 de febrero, sacudió hasta los cimientos de  nuestra Democracia

Sobre la base del terremoto político y social que, el pasado 4 de febrero, sacudió hasta los cimientos de  nuestra Democracia, en relación con la victoria parcial en las elecciones del Partido Renovación Costarricense (PRC), me parece oportuno ensayar un intento de analizar, de la forma más equilibrada posible, las causas y las consecuencias de dicho desenlace y también de lo que podemos esperar para la segunda vuelta, a realizarse el 1º de abril.

En primera instancia, como liberacionista muy alejado de las tiendas verdiblancas y muy decepcionado de la deriva ultraconservadora, hipócrita y elitista de la cúpula de una agrupación política que, desde hace mucho tiempo perdió el rumbo y traicionó a la socialdemocracia, al progresismo y a la defensa de los derechos humanos, así como a sus fundadores e ideólogos, como José Figueres, Daniel Oduber, Rodrigo Facio, Francisco Orlich o Luis Alberto Monge, he de decir que de no haber un cambio generacional y una profunda evaluación sobre su futuro, que implique su redefinición ideológica, de manera que se vuelva por los fueros del Socialismo Democrático o se diga la verdad y se culmine el tránsito hacia alguna encarnación del liberalismo, el Partido Liberación Nacional (PLN) está condenado, irremediablemente, a desaparecer.  Esto a pesar de que su actual liderazgo, de forma irresponsable y populista, se aferra al premio de consolación de haber obtenido la mayor bancada en la Asamblea Legislativa, pero con el menor número de diputados de sus 66 años de trayectoria (17 de 57 curules).

El señor Antonio Álvarez Desanti, veleta en lo que a ideales se refiere, fue un candidato sin carisma, aferrado a los nefastos consejos de los “genios” de la mercadotecnia política moderna, que le hacían repetir estribillos, como lo de los 150 mil empleos, a manera de lora sin ideas propias. Prepotente, claramente elitista y parte de la oligarquía más rancia de este país, el aspirante nunca conectó con quienes lo eligen, que no son, como piensan esas eminencias de la comunicación política, los empresarios, los inversionistas, los tecnócratas, los transportistas y los gerentes, sino el pueblo llano, ya cansado de que se le trate como si fuese una masa de “estúpidos e ignorantes”.

Su insistencia con declararse “agricultor”, cuando en realidad es un terrateniente y un empresario del agro, produjo un rechazo visceral por parte de quienes, verdaderamente en Costa Rica, se enfrentan cada día a la sagrada labor de hacer producir la tierra.

Si la agotada dirigencia del PLN no hace un esfuerzo por democratizar sus estructuras y pretende que ese grupo continúe representando a la aristocracia criolla, a la oligarquía, al empresariado y a las élites económicas, haría bien, — por respeto a su pasado — en cambiar su nombre y renunciar, de una vez por todas, a la Internacional Socialista (IS) y a los principios más básicos de la izquierda democrática.

Sobre el Partido Unidad Social Cristiana (PUSC) y su escisión, el nuevo Partido Republicano, se podría decir otro tanto. Tradicionalmente, este grupo fue representante en el país del centro-derecha Democratacristiano, que se fusionó como uno solo desde la década de los 80 y que fue dividido en las recientes elecciones debido a la soberbia de su actual caudillo, el cuestionado ex presidente Rafael Ángel Calderón Fournier. Ahora, ha encarnado ideas conservadoras moderadas que preservaban la herencia de un momento sui generis de la historia, cuando en el marco de la alianza contra el fascismo y el nacional socialismo, durante la Segunda Guerra Mundial fue posible un acuerdo entre oligarquía (en la persona del entonces presidente Rafael Ángel Calderón Guardia), comunismo e iglesia Católica, para promulgar una serie de garantías sociales que, posteriormente, en la Segunda República, fundada en 1949 por sus adversarios liberacionistas, conformarían la piedra fundamental del moderno Estado social y democrático de derecho  costarricense, solidario y del bienestar.

Los dos candidatos “calderonistas”, en una pugna autodestructiva y poco edificante, escenificaron, especialmente en el último debate televisado, un fratricidio que les dejó sin opciones. Al igual que los verdiblancos, los “mariachis” aludieron entonces al “voto histórico”; pero todos, -incluso los magos estadísticos y los gurús de los mass media que cobran miles y miles de dólares por sus ineficaces asesorías-, olvidaron una regla básica de la demografía: los viejos que vivieron la guerra civil de 1948 o las supuestas “bondades” de seis décadas de bipartidismo, tarde o temprano, se mueren y los jóvenes, olvidados por estos grupos, ya no conservan lealtades partidarias heredadas de sus mayores.

El primer partido que exitosamente explotó este lógico fin del sistema de dos partidos que se repartían el poder y que crearon una casta política dominante, no sustentada en la meritocracia de la que tanto habló el expresidente Oscar Arias, sino con base en “argollas” conformadas por intereses económicos u otros más oscuros, fue el Partido Acción Ciudadana (PAC). Este atrajo a la juventud con una propuesta novedosa y que rescataba, en gran medida, el pensamiento socialdemócrata que el PLN había dejado de lado.

De esta manera, el grupo que finalmente rompió el bipartidismo que tantos todavía añoran, el supuestamente “chavista” PAC, ganó las elecciones hace cuatro años, contra todo lo que decían, por aquel entonces, los disque analistas políticos y especialistas en encuestas y demás engaños de la demoscopia.

Y ahí llegó el pecado capital del grupo fundado por el exliberacionista Ottón Solís, ya que llegó al Gobierno, generando demasiadas expectativas de cambios que, en el mejor de los casos, no se cumplieron, cuando no se traicionaron completamente. Entre ellas lo que concierne a la lucha contra la nefasta corrupción que desangra, como un cáncer maligno, a todo el Estado y, en consecuencia, a toda la sociedad costarricense.

Se acusa, además, al PAC y al Gobierno de no poder dialogar; pero yo me pregunto: ¿no sería que el PLN y el PUSC, por intereses electorales mezquinos, se negaron a entablar un diálogo serio con el ejecutivo?

Así llegamos al pasado domingo 4 de febrero, con el PLN y el PUSC convertidos en sombra de lo que alguna vez fueron, y con un PAC bombardeado, desde todos los sectores, por la acción; o mejor dicho, por la inacción, del gobierno del presidente Luis Guillermo Solís.

El lenguaje, a veces, tiene humorísticos dobles sentidos; porque, ante la situación del país, el voto de protesta, anteriormente nicho del PAC y del Frente Amplio, de los sectores que se han sentido excluidos del ejercicio efectivo del poder, se lo llevaron los protestantes, evangélicos o neopentecostales afines a don Fabricio Alvarado.

Cierto es que, con la decisión de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), sobre los derechos de la población LGTBI, se abrió la que muchos han denominado “caja de Pandora”, que nos ha puesto delante de un espejo en el cual nos cuesta reconocernos. La imagen de una sociedad conservadora, egoísta, individualista, hipócrita y altamente volátil, desde el punto de vista ideológico, debido a las deficiencias formativas y culturales que, durante los años de neoliberalismo, acabaron con la educación de calidad, privada y pública, y sobre todo con la cultura.

Así las cosas, los responsables de la potencial transformación de Costa Rica de una República, en la forma de un Estado social y democrático de derecho, a una utopía teocrática, fundamentalista y radical, no son el pueblo “ignorante”, sino los integrantes de la “clase política” que, en las últimas décadas, se olvidaron de construir ciudadanía en el espíritu de los costarricenses.

La tesitura es muy grave, porque el PLN y el PUSC, de nuevo sobre la base de sus intereses económicos y una mezquina visión electoralista, están en disposición de venderle el alma al diablo, -que me perdone don Fabricio Alvarado por la metáfora-, con tal de que el PAC no pueda alcanzar la presidencia una vez más.

Es decir, prefieren el colapso de la institucionalidad democrática, en lugar de acoger una agenda social que, verdaderamente, supere el nefasto legado neoliberal y que dirija al país hacia un nuevo modelo socioeconómico de producción, más equitativo, más solidario y que rescate la hoy denostada bandera de la justicia social.

Pero, ¿por qué la gente protesta y vota por los protestantes? Simplemente, porque se sienten excluidos de las “argollas” de la casta política dominante y, sobre todo, porque han sido testigos de un proceso inmoral de concentración de la riqueza en pocas manos, que ha deprimido las oportunidades de movilidad social y de progreso económico de la clase media y ha condenado a más del 20 por ciento de la población a la miseria.

Ante esta difícil coyuntura, solo don Carlos Alvarado Quesada, candidato del PAC, puede proponer un nuevo modelo de democracia, más deliberativa, transparente, participativa y directa, que garantice que toda la ciudadanía, en igualdad de condiciones, pueda acceder a los procesos de toma de decisiones que tienen que ver con su calidad de vida y sus alternativas de desarrollo humano, en los ámbitos social, económico y cultural.

Don Carlos es un hombre serio y creo que tomaría en consideración esta humilde propuesta, ya que, incluso, es congruente con uno de los valores fundamentales que le dieron origen al PAC: la participación ciudadana.

No obstante, -que me den cajita blanca, con lazos verdiblancos y rojiazules por esta esperanza-, porque para ello don Carlos tendría la titánica y casi imposible tarea de construir pactos de gobernanza con el PLN, el PUSC el Partido Integración Nacional, el Frente Amplio y todo el abanico parlamentario, ya que para evitar que Costa Rica se convierta en la primera teocracia de América Latina, neoliberales, conservadores laicos, católicos racionales, cristianos progresistas, liberales, socioliberales, socialdemócratas, ecosocialistas y marxistas deberán forjar una alianza antifascista que evite el colapso de nuestro sistema político constitucional.

Como liberacionista, con respeto y vehemencia, le exijo a la dirigencia que, de una vez por todas, deje de mancillar nuestra esencia verdiblanca y, sobre todo, que deje de lado su cálculo económico, electoral y politiquero, para apoyar un Gobierno de unidad nacional, encabezado por don Carlos Alvarado. Un Gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, como bien dijo hace más de 150 años Abraham Lincoln, en un momento en que su país se debatía, también, en una lucha fratricida entre el progreso y el retroceso amparado en falaces interpretaciones de La Biblia.

Las distintas denominaciones cristianas no son todas iguales y muchas no son extremistas; sin embargo, es muy difícil no decir nada de don Fabricio, ya que su grupo, económicamente financiado por iglesias norteamericanas, y el grupo multimillonario de medios “Enlace”, se supone que es la  alternativa al PAC y, en realidad, es un peligro para Costa Rica.

Para los que ingenuamente piensan que los neopentecostales se dejarán guiar por los consejos de los “expertos” de los partidos tradicionales, les tengo una mala noticia: si era difícil negociar con el PAC, sobre la base de la lógica y la razón, será imposible llegar a acuerdos con personas que, con todo respeto para sus creencias, parten de dogmas inamovibles y se sienten ungidos por el mismísimo Dios para hablar en su nombre. Es paradójico que el PRC se refiriese, en su boceto de Plan de Gobierno, a sus adversarios como “nazifascistas”, ya que, en realidad, son ellos los que abrazan las mismas posiciones que, en el resto del mundo y a lo largo de la historia, se han considerado como de extrema derecha.

En otras palabras, esta no es una elección entre dos señores de apellido Alvarado, con posiciones ideológicas diametralmente opuestas. No, es algo que va muchísimo más allá: es una confrontación entre el concepto de democracia liberal representativa y un nuevo tipo de administración corporativa, amparada en la religión y en la denegación de las libertades y de los derechos fundamentales que, desde la Revolución Francesa de 1789, han definido la diferencia entre tiranía y República.

Así que la decisión es más sencilla de lo que parece y nada tiene que ver con la religión. Yo estoy con la democracia, ¿y usted?

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