Decía el genial Louis Pasteur que el azar beneficia a las mentes preparadas. Así, para alguien sin una formación educativa formal, el mundo podría ser un remolino de sucesos que devienen desde “el más acá o el más allá”, ¡lo mismo da!, sin que tengamos de estos el más mínimo control ni conocimiento fiable.
Sin embargo, para un escultor el David de Miguel Ángel no es una estatua; para un médico oncólogo una mancha en la piel no es un “hijo de sol”; mientras que, para el capitán de un barco, las oscuras nubes que miramos distraídos desde la playa en el poniente pueden ser el signo de la más temible y violenta de las tormentas que se avecinan. De esta manera, nuestros conocimientos adquiridos no solo podrían ser la fuente económica de nuestras comodidades actuales, sino las herramientas cognitivas y racionales para enfrentar, prever e intentar comprender el mundo que nos cobija (¡y muchas veces nos descobija!).
Partiendo quizás inconscientemente de la noción moderna de las ideas claras y distintas de Descartes, para el común de las gentes lo Bueno, lo Bello y lo Verdadero son categorías separables; sin embargo, para una mente preparada, estas categorías suelen ser complementarias; es decir, por ejemplo, buscamos lo Verdadero porque creemos firmemente que solo así comprenderemos mejor lo que es Bello y lo que es Bueno.
Tal vez por eso los jóvenes con vocaciones artísticas o científicas, que aman y asumen alguna actividad humana como propia, suelen ser también humanos más auténticos y generosos que el resto de sus iguales, pues, partiendo de un principio de reciprocidad, priorizan y distinguen asertivamente lo necesario de lo meramente accidental. Así, los estudios académicos no son vistos por ellos como una forma de castigo y represión, sino, por el contrario, como el más liberador de los movimientos del Espíritu humano.

