Opinión

Es verdad,  estamos entrando a la era de la postverdad

Medido por la frecuencia de su uso, el título de palabra del año en lengua inglesa

Medido por la frecuencia de su uso, el título de palabra del año en lengua inglesa, según los diccionarios de Oxford, lo ha ganado  “post-truth”,  postverdad en castellano. Es un calificativo utilizado principalmente para describir una sensibilidad, un fenómeno social amplio o amplificado de modos diversos. La concurrencia de las palabras nuevas en muchos casos está marcada por eventos de gran calado; son palabras quizás ya conocidas, pero ahora con sentidos y objetos muy particulares. Los acontecimientos del brexit (otra palabra nueva) y las elecciones en los Estados Unidos son el claro ejemplo y parecen estar dando forma a una nueva era, retratada en buena medida con ese vocablo postverdad.  El sentido del término, que naturalmente admite discusión, apunta a la irrelevancia de la verdad; en años anteriores fue usada para expresar lo que viene “después de que la verdad es conocida”  (OxfordDictionaries.com).  En los dos casos, la cuestión genera perplejidad y quizás desasosiego, como epistemología y como política.

Postverdad es una palabra quizás incomoda, pero la pérdida del confort es una gran cosa. Es novedosa, y ciertas novedades sorprenden; más aun aquellas tan nuevas como la humanidad misma. Cuando desde el lenguaje ordinario se expresa con sentido completo un término paradójico, como postverdad, tal parece que arribamos a un territorio sin conquistar. Habrá que conquistarlo con la claridad que la postverdad ofrece, con su verdad.

La postverdad no ha de apuntar a la negación de la veracidad, ni de los valores de verdad, sino a su reposicionamiento. La postverdad no debía llevarnos a la afirmación de la mentira.  Atestiguar su llegada, incluso celebrarla, no necesariamente implica rendir tributo a la falsedad.  Supone, en buena hora, el reconocimiento de la multifamiliaridad de los juicios de verdad, de la exigencia de los valores de verdad que han de acompañar cualquier emprendimiento social, y más aun los emprendimientos de reconfiguración institucional en sus múltiples niveles.

La postverdad invita al reposicionamiento.  La verdad de solo un lado no es verdadera; la verdad de la élite liberal, del progresismo, del conservadurismo, la verdad de valores supremos, la verdad del eterno escéptico, la verdad supuestamente independiente de los hechos. Quizás el problema es que la multifamiliaridad de la verdad se nos escapa y no podemos hablar de ella sino desde la propia familia. Quizás se necesite cierta orfandad para poder capturar la multifamiliaridad; tal condición es poco agradable y su lenguaje poco comunicable. La era de la postverdad puede ser prometedora, pero conviene reconocer que se trata de espacios impredecibles, temibles. No es fácil preparase para ingresar a la postverdad, pero habrá que hacerlo, con todo el riesgo que representa, porque lo peor sería congelarse en el tiempo, un tiempo que no puede regresar.

La idea de la postverdad es promisoria en otros sentidos. Da espacio a quienes han quedado fuera del círculo de las verdades liberales (en sentido anglosajón de liberal) que habían hecho mancuerna con un sistema político-económico que les daba confort. Esa es la burbuja social que ahora estalla y que podría ser, tarde o temprano, más catastrófica que las burbujas económicas.

Es cierto, tenemos que prepararnos para una suerte de reconfiguración de códigos y de funcionamiento de las instituciones más importantes que nos cobijan, una reconfiguración quizás lenta, pero segura. Se dice que el país ha de estar listo para enfrentar políticas económicas proteccionistas en el norte, cuyos efectos pueden ser muy perjudiciales para ciertos sectores productivos locales. Esto también es cierto. No obstante, tal cosa se podrá lograr si ampliamos el radio de acción institucional y vemos más allá de algunos tecnicismos económicos, esto es, si cubrimos las bases mismas de la dinámica económica-institucional: el espacio de lo simbólico, de la comunicación, de la formación de razón pública, de la polifonía social. De todas maneras, el funcionamiento económico, desde su mínima expresión en la forma de dinero, se basa en la confianza. De confianza habrá que alimentar toda la estructura social, y eso se gana con la honestidad y valentía, con aquella que viene después de que la verdad ha sido conocida, después de que hayamos reconocido una verdad: que estamos en la era de la postverdad.

 

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