Opinión

Venezuela: En la mira geopolítica mundial

En otro tiempo, la emergencia de los gobiernos autodenominados progresistas conjugaba dos factores combinados: en primer lugar, a nivel subjetivo,

En otro tiempo, la emergencia de los gobiernos autodenominados progresistas conjugaba dos factores combinados: en primer lugar, a nivel subjetivo, obedecía a la “bronca” de las masas que padecieron el saqueo de más de tres décadas de gobiernos neoliberales, que significó el más profundo ataque al salario y las conquistas de los sectores populares en la segunda posguerra.

Y por otro lado, en materia objetiva, se ampara en el ciclo de crecimiento económico, particularmente en América del Sur, que es jaloneado por el crecimiento de los BRIC (Brasil, Rusia, India y China), que le permite a esos gobiernos el margen material de maniobra para redistribuir el ingreso e impulsar una política social asistencialista, muy similar a la que propugnaba la socialdemocracia, en su período del llamado Estado de Bienestar.

Hoy es necesario un balance. Hoy, por el contrario, cunde una oleada de gobiernos de derecha en América Latina y en el propio imperio dominante, expresada de manera grotesca con la investidura de Trump. Este fenómeno contrasta  con el pasado ascenso de los gobiernos “progresistas” del ALBA y lo que los más avezados, como Hugo Chávez, llamaron el supuesto “socialismo del siglo XXI”.

Contradictoriamente, esos llamados gobiernos de la izquierda progresista, son gobiernos de colaboración de clases, pues no se plantean ni se plantearon la ruptura de raíz, de las relaciones de explotación y opresión que garantiza la propiedad burguesa, el patriarcado, el asocio con las corporaciones, el extractivismo, así como han mantenido intacta la estructura del Estado burgués.

Al no resolver los problemas de fondo, en una época de “vacas flacas” (detonada con la desaceleración china, el alza del dólar y el endeudamiento), estos gobiernos “progresistas”, de esa manera,  le abrieron el paso a la derecha, o incluso a fenómenos peligrosamente contrarrevolucionarios. El contraste en Brasil es el más intenso, luego de más de una década de gobiernos del PT de Lula y Dilma. Lula hoy está tras las rejas, se impuso un golpe “blando” desde el parlamento, aprovechando la “olla podrida” de las concesiones de obra pública a Odebrecht, y gobierna hoy Bolsonaro, un misógino, homófobo, racista, que anhela una dictadura militar que imponga el orden, con lo que adopta rasgos ideológicos fascistas.

El retroceso de Washington en otra región clave de la geopolítica mundial (Irak, Afganistán y Siria), lo obliga a volver más que nunca sus ojos, con avidez,  hacia Venezuela y sus enormes reservas petroleras y riqueza mineral del Arco Minero del Orinoco. A toda costa, se trata de retomar plenamente el control de su patio trasero, y eso implica liquidar al régimen de Maduro, para extirparlo de su hemisferio, porque no obedece sus dictados y se orienta más hacia el eje China-Rusia-Irán.

La táctica que es más probable que apliquen Washington y sus socios, podría consistir en alguna provocación en la frontera con Colombia y/o Brasil, que sirva  para desatar una guerra de baja intensidad (de desgaste y efecto prolongado), como lo hizo Reagan y Bush padre, instrumentalizando a la “contra” nicaragüense.  Desde luego, Trump cuenta con el beneplácito de Duque y Bolsonaro, asesores de Israel, mercenarios de Black Water, paramilitares colombianos y efectivos de la derecha venezolana, al mismo tiempo que apuestan  a retomar parte  o neutralizar a sectores medios y altos del Ejército, a través de todo tipo de negociaciones secretas y presiones, así como aprovechar las penurias del carenciado pueblo venezolano que, ciertamente, soporta sobre sus hombros una impresionante hiperinflación. Por otro lado, Washington e Inglaterra, congelan los fondos de las empresas estatales venezolanos en el exterior, apretando el nudo que asfixia la garganta de la economía venezolana.

 

 

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