Opinión

Vainillo   

¿Han visto esas semillitas alargadas que parecen una pequeña capa de piel humana casi transparente que cae cuando una herida sana, esas que justo en medio tienen un óvalo café aplanado?

¿Han visto esas semillitas alargadas que parecen una pequeña capa de piel humana casi transparente que cae cuando una herida sana, esas que justo en medio tienen un óvalo café aplanado? Investigué y supe que vienen de un árbol que se llama vainillo, que es familiar del cortez amarillo o roble de sabana.

Cuando era muy pequeña y no había terminado de mudar mis dientes de leche, ni padecía de angustias existenciales, encontré en el patio que estaba entre la casa de mi abuela y mi casa varias de estas semillitas tan livianas y desconocidas; tomé un par en la mano que llevé con el puño cerrado y mucho cuidado hasta la casa de mi abuela Lucila, abrí mi mano despacio y le mostré lo que había en mi palma, ella sin restar importancia a tal evento me explicó con su experiencia cristalizada de maestra, investigadora y bruja, que estas semillas eran viajeras, que por eso parecían tener alas –de hecho las tenían–, para que el viento fuera capaz de transportarlas a otros lugares en donde pudiera nacer y crecer otro árbol y así seguir en esta cadena poderosa de vida y flores amarillas.

Por mucho tiempo olvidé este dato tan importante y lo reemplacé en mi capacidad de memoria para recordar cosas irrelevantes como rencores añejos y amores imposibles, no sé. Hace unos días, un mes, algo así, mientras trotaba y corría de mis miedos de mujer adulta por un rato, encontré justo debajo de mis pies decenas de estas semillas voladoras, alcé la mirada y pude ver un árbol vainillo lleno de flores amarillas. Adriana, mi profesora de yoga, dice que el nombre científico de estas flores es Tecoma Stans y que de pronto si una lo dice muy rápido se escucha similar a “tú, ¿cómo estás?”; inmediatamente recordé a mi abuela con las semillas en su mano siempre enrojecida explicándome sobre sus alas y su transformación, y pensé que ella es como esas semillas que se atreven a tener alas, a no esperar. Digo “es” porque definitivamente cuando falleció, hace un año, lo que hizo fue emular estas semillas: extender sus alas y permitir que el viento se la llevara y la transformara en un nuevo ciclo de vida. Quién sabe de qué color serán las flores que nacen de ella, pero estoy segura de que huelen a árbol vainillo en una mañana de juego en el patio.

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