Opinión

Uvas del desconocimiento, otra vez

En el Semanario se ha escrito mucho sobre el conflicto árabe israelí con artículos cargados de propaganda panfletaria antiisraelí y medias verdades.

En el Semanario se ha escrito mucho sobre el conflicto árabe israelí con artículos cargados de propaganda panfletaria antiisraelí y medias verdades. Ninguno reflejó un desconocimiento tan profundo como “Las uvas de ira, otra vez” de Víctor Valembois, publicado el 6 de junio del 2018, según el cual “la creación de Israel se logró a costa de sangre, sudor y lágrimas de otros”.

La creación del estado hebreo se basó en la Resolución 181 de la ONU, la cual dividió lo que quedaba de Palestina en dos: una para los árabes y otra para los judíos. Hay que destacar que no dice una parte para los palestinos y otra para los judíos, pues todos eran palestinos.

Los judíos aceptaron la resolución a pesar de que el territorio recibido era 80% desértico y pantanoso. Que esos desiertos (con temperaturas de 50ºC) hoy exporten frutas, vegetales y flores a los mercados europeos y los pantanos plagados de paludismo se convirtieran en complejos que empujan las fronteras de la ciencia, agricultura y tecnología es otra historia.

Las amenazas de Pachá

Si hubiera profundizado una micra más, conocería la declaración del entonces secretario general de la liga árabe Azzam Pachá: “Personalmente espero que los judíos no nos obliguen a la guerra, porque sería una guerra de exterminio y terrible matanza, comparable a los estragos de los mongoles y las Cruzadas”. Los árabes rechazaron la Resolución 181, no proclamaron su estado y fuerzas de siete países musulmanes invadieron al recién creado estado judío a fin de aniquilarlo. Don Víctor escribió la historia al revés.

Contrario a lo que dice el artículo de marras, la sangre sudor y lágrimas fueron de los israelíes que sin siquiera tener uniformes tuvieron que afrontar la invasión árabe. Muchos sobrevivientes del holocausto murieron combatiendo con las uñas la independencia de Israel.

Hoy es atracción turística visitar la granja colectiva Yad Mordejai a 17 km de Tel Aviv y ver los tanques egipcios enviados a destruir el nuevo estado detenidos por los agricultores. Ilustran cuán cerca se estuvo del aniquilamiento y el fracaso árabe en lograrlo.

En 1967 los árabes declararon por todos los medios disponibles que había llegado el momento de la revancha.  Entre las muchas declaraciones que don Víctor no se molestó en revisar, está la del presidente Aref de Irak del 31 de mayo de 1967: “Nuestro objetivo es claro. Borrar a Israel del mapa”. Bloquearon los puertos israelíes mientras occidente guardaba silencio. El resto es historia. Israel enfrentó la agresión y derrotó en seis días a los ejércitos desplegados para aniquilarlo. En la guerra del Yom Kipur en 1973, los ejércitos árabes armados y entrenados por la fracasada Unión Soviética sorprendieron a Israel y avanzaron para destruirla. Los países europeos, cuidando su suministro petrolero y el enorme mercado que representaban centenas de millones de musulmanes, ni siquiera dejaron que los aviones norteamericanos que volaban para reponer los pertrechos bélicos se reabastecieran de gasolina para llegar a Israel. Gracias a que los soldados lucharon y ofrendaron sus vidas, los generales elaboraron la estrategia que permitió invertir el curso de la guerra.

La amenaza existencial a Israel se mantiene hoy liderada por los ayatolas iraníes, quienes financian a Hamas y Hezbollah. Ante el fracaso de las guerras totales, bueno es el terrorismo, al que se suman intelectuales a quienes no les basta dos mil años de persecución y hostigamiento al pueblo de Israel. Al igual que los inquisidores y los nazis, se molestan cuando los judíos se defienden.

Su derecho a la legítima defensa nada tiene que ver con el concepto de “pueblo escogido”, eso lo usó Goebbels para crear en los alemanes el odio hacia los judíos. Otrora turbas europeas invadían los hogares judíos (pogromos), hoy, desde el trópico, algunos pretenden que formaciones yihadistas de corte terrorista penetren impunemente en un estado soberano. No aceptan que los judíos tengan su estado y menos que estén dispuestos a defenderlo.

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