Opinión

Una sufrida y compleja Nicaragua       

Con fuerte contenido de azar me topo en algún canal de televisión, el sábado 11 de marzo, probablemente algo después de las 15:00 horas, un programa en que un entrevistador profesional dialoga con su entrevistado que parece ser alguien especial: un dirigente político dentro de una oposición que busca desalojar del gobierno de Nicaragua a la pareja Ortega/Murillo a la que sus opositores califican de dictadura. Horas antes el papa Francisco públicamente caracterizó al gobierno que encabezan Ortega y Murillo como una “dictadura grosera”. Sin reparar demasiado en su coherencia, el papa, asimismo, determinó al régimen nicaragüense como equivalente a las dictaduras comunista (1917) y nazi (1935). Las experiencias gestadas por los procesos recordados por el papa alteraron la forma planetaria de existir humanamente en este mundo y, coherentemente, precipitaron guerras mundiales, mientras que el proceso nicaragüense genera mucho y prolongado sufrimiento a un pueblo, pero no generará una guerra mundial. Nicaragua existe geopolíticamente en un área de seguridad de EE. UU. y por ello los desafíos político-culturales que se plantean a los nicaragüenses deben resolverlos o ellos mismos, o los gobiernos centroamericanos (sería lo ideal) como una forma de avanzar colectivamente hacia mejores experiencias humanas de existencia. Por supuesto, otros gobiernos y pueblos pueden cooperar con los centroamericanos en este esfuerzo inédito. Sería a la vez original y esperanzador para todos en el planeta entero. Sin embargo, es poco probable que se recorra este camino.

Deteniéndome algo en la ira o exabrupto papal, quizás ellos fueron determinados por sucesos diversos, pero concurrentes: una condena a 26 años de prisión para el obispo de Matagalpa y su posterior reciente expulsión de Nicaragua, extrañamiento que el obispo no aceptó. Desea residir en su tierra, como señal de resistencia a la injusticia. La que Francisco describió como “dictadura grosera” cerró, asimismo, la Universidad Juan Pablo II y la Universidad Cristiana Autónoma de Nicaragua alegando “incumplimiento de leyes”. También, el gobierno de Ortega/Murillo sentenció los cierres de Caritas y de Caritas Diocesana de Jinotega. Sin duda una ofensiva fuerte contra la institución católica en Nicaragua. Ahora, la población nicaragüense es mayoritaria y densamente católica, de modo que estas medidas gubernamentales podrían revertirse contra la considerada dictadura de Ortega-Murillo. Si ello no ocurre, sin duda la población nicaragüense, que alguna vez avivó reforzó la lucha antidictatorial (contra Somoza) del FSLN, tomará cada vez más recelosa distancia y hostilidad hacia sus peculiares gobernantes actuales. En lo personal, Daniel Ortega ha sido electo cinco veces como presidente de Nicaragua.

En lo que toca a la personalidad de Daniel Ortega, ella está actualmente condicionada principalmente por dos fuentes: la heroica experiencia revolucionaria sandinista (FSLN; en ella murió uno de sus hermanos) que consiguió derrocar a Anastasio Somoza, y la Guerra de los Contras (atizada y financiada por EUA que impidió su primer mandato presidencial y que fue tan internacionalmente ilegal que comprometió al gobierno de EUA. Internet, en artículo extendido, señala sobre estos “contras”: “En 1986 estalló el escándalo Irán-Contra (también conocido como Irangate en inglés); se descubrió la venta de armas de forma ilegal a Irán para conseguir financiación para la Contra, cuando Irán estaba en guerra contra Irak (aliado teórico de Estados Unidos); este escándalo demostró la injerencia de los EE. UU. en la agresión a Nicaragua que motivó la resolución del Tribunal Internacional de la Haya el cual condenó a los Estados Unidos a indemnizar a Nicaragua con $17.000 millones”. En América Central todo esto se minimizó y, convenientemente, se olvidó. Al dueño de la región no se le ofende con detalles.

Así, el actual dictador Daniel Ortega tiene una raíz gloriosa y bella: la épica guerra revolucionaria heroica contra Somoza. Y una fuente siniestra: la guerra de los contras que sufrió el pueblo de Nicaragua y terminó por corromper a los sandinistas corrompibles. Conviene recordar, no para exculpar a Ortega, estas fuentes, tan diversas. En el área latinoamericana muchas veces el perverso comportamiento estadounidense contra los pueblos latinoamericanos no se quiere reconocer y, sin paradoja, se olvida. En Ortega, las raíces bellas parecen haber sido derrotadas por sus aprovechamientos repudiables y condenables. Desde luego la responsabilidad recae sobre él y no sobre las situaciones que le correspondió vivir. Lástima. Alguna vez Daniel Ortega fue una bella y admirable persona. Ya no lo es. No lo redime ni siquiera una escasamente probable renuncia a su cargo.

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