El edificio de Correos y Telégrafos de Costa Rica es uno de los edificios históricos más emblemáticos no solo de San José, sino de todo el país. Una obra inaugurada en 1917, y concebida por el arquitecto de origen catalán Luis Llach, en estilo “neo-renacentista afrancesado”.
Al frente de este edificio se yergue una estatua del presidente Juan Rafael Mora Porras, la cual se impone en medio de una plazuela que a diario atrae toda clase de personas, desde vendedores ambulantes hasta transeúntes que circulan por el lugar y otros que se sientan en un incómodo murillo.
Quien encuentre asiento en ese lugar se verá forzado, muy posiblemente, a escuchar toda clase de predicadores, con sus mensajes fundamentalistas de pecado, juicio y salvación; hasta otros que halan un carrito ofreciendo libros, folletos y publicaciones religiosas, particularmente de carácter apocalíptico.
En una ocasión, después de un largo periplo por la capital haciendo los mandados de costumbre, me vi obligado a descansar brevemente en dicho lugar. El escenario de aquel día era disputado por dos desgañitados “evangelistas” que gritaban sus mejores argumentos y ofertas religiosas, con Biblia en mano, cual Pablo de Tarso en el areópago de Atenas. La situación devino en un fuerte zafarrancho, entre los dos predicadores y sus seguidores, por la disputa no solo del espacio, sino también de un nutrido auditorio de personas que escuchaban los sermones de turno. Finalmente intervino un policía que logró pacificar los ánimos apostólicos.
Esa mañana, después de aquella “experiencia religiosa”, me levanté y seguí mi camino pensando que: aquella plazoleta que otrora reunió a trabajadores y ciudadanos los primeros de mayo o con motivo de sus luchas cívicas, hoy rebosa de ofertas religiosas; y que a pesar de la crisis que actualmente experimentan las religiones oficiales, cada vez parece más evidente que la constitución religiosa del ser humano es indiscutible e insuperable, y recordé aquella frase de Zygmunt Bauman: “…nosotros, los humanos, somos criaturas defectuosas, seres finitos que piensan en el infinito, seres mortales dolorosamente tentados con la eternidad, seres inacabados que soñamos con la completitud, seres inciertos hambrientos de certidumbre. Somos desesperadamente insuficientes. Y, por esa razón, bien somos irrevocablemente religiosos”.