Opinión

Una experiencia exitosa: ¿para quién?

“Según su apreciación, para lograr una experiencia exitosa en actividades académicas o lecciones en entornos virtuales,

“Según su apreciación, para lograr una experiencia exitosa en actividades académicas o lecciones en entornos virtuales, ¿qué condiciones deberían mejorarse o cambiarse, en su caso particular?” (el destacado es nuestro). Así versa la pregunta 19 del cuestionario para estudiantes y la pregunta 20 del cuestionario para docentes formulado por el Instituto de Investigaciones Psicológicas, que debido a una “alianza estratégica” con el Consejo Universitario —según artículo 10 de la sesión N.º 6376 celebrada el 30 de abril de 2020— puede ser llenado en la página de este órgano colegiado.

Las preguntas asumen, sin discusión, la posibilidad de que las actividades académicas y las lecciones virtuales pueden ser “exitosas”. Sin emabrgo, consideramos que es necesario debatir ese supuesto y comenzar con la pregunta: ¿puede ser exitosa la educación virtual en la Universidad de Costa Rica?

A nuestro juicio la respuesta hay que contextualizarla con el Estatuto Orgánico, donde se establece que la Benemérita Institución se fundamenta en principios y propósitos humanistas que buscan el bien común. Adicionalmente, el espíritu de la Reforma Universitaria de 1957 y de sus impulsores, marcaron la pauta para construir una concepción de Universidad no solo dedicada a atender “lo profesional” en tanto desarrollo del “instrumental” propio de cada disciplina, sino el desarrollo de la calidad del espíritu y de la persona y de las calidades humanas y sociales de quienes van a usar este instrumento.

En la misma dirección de nuestro Estatuto Orgánico y de la Reforma del 57, nuestra apuesta debe ser un humanismo contextual, que busca la formación de seres humanos comprometidos, que se construye a partir de la experiencia de estudiantes de distintas regiones geográficas y condiciones sociales, confluyendo y contrastando sus vivencias en el diario vivir, como seres humanos integrales, no fragmentados por las pantallas de los ordenadores.

Al hablar de humanismo estamos ante un hecho insoslayable: la experiencia humana, y con ella la posibilidad de reflexionar sobre nuestra visión de mundo, cuyo fin es tomar una actitud ante la vida, en procura del bienestar de nuestros semejantes. ¿Cómo vivimos esa experiencia detrás de un ordenador? ¿De qué manera podemos compartir con los otros si están ocultos tras pantallas negras con nombres que no podemos asociar a rostros humanos? ¿Cómo dialogar y debatir con argumentos que nos permitan tomar una actitud ante la vida si lo que recibimos es un correo electrónico con unos pocos caracteres? No hay duda que esto trasciende el “éxito” de lo meramente técnico e instrumental.

Más allá de los Estudios Generales, todas las carreras, por técnicas que parezcan, requieren del factor humano; en algunos casos las personas son interlocutoras inmediatas, en otros, depositarias de atenciones, servicios, productos, etc. Pensemos en el trabajo con comunidades, organizaciones y grupos específicos de la población; en los cursos que requieren ver e intervenir en empresas, industrias, con productores; en los procesos de atención en instituciones, clínicas, hospitales; ¿cómo hacerlo en las cuatro paredes de una habitación?

El primer llamado de atención es el siguiente: otorgarle a la virtualización la posibilidad de que la Educación Superior Universitaria sea “exitosa”, sin más, no tiene lugar, pues la virtualidad no puede ser vista más que como algo instrumental, técnico en su forma básica. Con ella se cae en lo que José María Gutiérrez ha llamado la desvalorización de las actividades universitarias tradicionales.

En tiempos normales esta discusión no estaría sobre la palestra, y ante estos cuestionamientos se podría argumentar que conocer las condiciones para la virtualización conlleva una impronta humanista. No obstante, la convivencia y el vivir la Universidad no se logran con una buena señal de Internet, con una computadora a nuestra disposición, o con saber si estamos en un espacio “adecuado” con las condiciones para impartir o tomar los cursos. En última instancia, esos elementos sí podrían ser de utilidad para iniciar una discusión sobre las necesidades de nuestros estudiantes y potenciar cursos que se adecuen, a partir del uso de tecnologías, a horarios laborales entre otros.

Pero la presencialidad no será sustituida por la virtualización ya que la formación personal, cultural, social y ciudadana, impulsada por la reforma de Facio, como antesala de la formación profesional, no se propician en las condiciones de contingencia que hoy vivimos. En las condiciones actuales la virtualización es un paliativo, pero no el fundamento de la formación de una Universidad que está llamada a sensibilizar y a valorar la condición humana.

Finalmente, es necesario que como comunidad universitaria reflexionemos: ¿a quién le beneficia el éxito de la virtualización? La sistematización y automatización de los procesos de enseñanza-aprendizaje masifican el acceso a contenidos y a la técnica, y además precarizan las condiciones laborales docentes, aspectos que coinciden con los principios de rentabilidad económica del capitalismo más salvaje, la cual en tiempos pospandemia demandará —como ya hoy lo hace— una reducción de la institucionalidad pública en detrimento de la experiencia y la calidad humana de las y los futuros profesionales. El segundo llamado de atención es este: señoras y señores del Consejo Universitario: ¡Que la virtualidad no nos vulnere aún más!

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