En la historia particular de la Universidad de Costa Rica y de la educación superior pública de nuestro país aún no se ha honrado lo suficiente al gran reformador social que tuvo la visión y la decisión política de promover la creación nuestra Alma Máter: Rafael Ángel Calderón Guardia. Consciente de la pertinencia de crear una universidad con vocación nacional, con una ideología diferente a la Universidad de Santo Tomás, plural y con la proyección requerida para superar las circunstancias de cualquier coyuntura, emprendió todas las gestiones posibles para fundarla en agosto de 1940. Su motivación central era que Costa Rica tuviera una institución de educación superior garante de los principios de una sociedad que aspira a un desarrollo humano, basado en la democracia, la generación de conocimiento y la libertad.
El doctor Calderón Guardia pudo limitarse a sugerir una continuación del camino recorrido por la Universidad de Santo Tomás, que si bien había aportado a la formación de profesionales, no tenía la amplia visión social encomendada a la naciente Universidad de Costa Rica. Quizá con ello hubiese recibido el beneplácito de sectores dominantes a los que le convenía que sus intereses se vieran favorecidos. Sin embargo, su proyecto de un estado social de derecho, solidario y consecuente con las causas más elevadas de las personas como la salud, el trabajo y la educación, lo llevaron a pensar en una universidad que trabajara por el bienestar social para todos los grupos, tal y como se observa en el artículo primero de la Ley 362, en el que aflora su ideario. En este artículo se enuncia el claro propósito de promover el desarrollo científico, las letras y las artes, mediante la generación de conocimiento y la preparación de profesionales competentes en las más variadas disciplinas.
En diversos espacios anteriores y en su Discurso de Reapertura de la Universidad, él plantea con total convicción que la educación es el baluarte de la libertad y del desarrollo de cualquier sociedad y que por ello “el primer deber de un buen gobierno es promover la instrucción pública”, enfatizando en que el país debe tener una universidad más autónoma y profunda, capaz de ser protagonista en todos los tiempos y abierta al diálogo y a la discusión sobre las problemáticas nacionales. Este pensamiento del doctor Calderón Guardia cobra plena vigencia hoy y vendría muy bien a la sociedad costarricense que quienes nos gobiernan se apropien genuinamente de él y se comprometan con el fortalecimiento de la educación pública de nuestro país.
Es justo reconocer que en nuestra Universidad de Costa Rica se investiga el pensamiento y los aportes que él hizo a la sociedad costarricense. Pese a ello, su legado debe reafirmarse de una manera viva y directa, retomándolo con ahínco para generar debate y búsqueda de soluciones ante los proyectos de los grupos de poder económico y político, empeñados en debilitar y destruir las grandes conquistas sociales del país. La Asamblea Legislativa y el Poder Ejecutivo han sido cómplices y facilitadores de tales proyectos, que afectan derechos humanos y laborales de la clase trabajadora y muy particularmente de las mujeres y las mujeres madres.
La Universidad de Costa Rica debe aquilatar más ese extraordinario legado de una persona visionaria que dilucidó el valor de la educación pública como derecho para la sociedad costarricense y reconocer de manera fehaciente que del pensamiento brillante, solidario y humanista de Calderón Guardia, en asocio con las ideas de intelectuales de la década de los años 30 del siglo pasado, surgió una institución benemérita, de vanguardia, revolucionaria y de excelencia académica como lo es nuestra Alma Máter.
Una de las formas más apropiadas de honrar más su legado y saldar esa deuda es bautizar la llamada Ciudad de la Investigación con el nombre del doctor Rafael Ángel Calderón Guardia. Lo anterior sin demérito de cualquier otra persona o posibilidad. Una Ciudad que fue concebida por el rector Claudio Gutiérrez y por integrantes del Consejo Universitario con el fin de albergar unidades de investigación y servirle al país desde la academia.
Hoy en la llamada Ciudad de Investigación no solo se ubican centros e institutos de investigación sino que también facultades y escuelas, las cuales en su conjunto coadyuvan al cumplimiento de los objetivos institucionales y a crear una mayor conciencia social, promover la movilidad social y asumir una posición crítica sobre los embates que sufre la universidad pública. Bautizarla con ese nombre equivale a honrar la memoria y el legado de este ilustre costarricense, y al mismo tiempo hacer justicia con quien ha contribuido a forjar el bien común de nuestra nación.

