Opinión

Un Congreso Universitario para el cambio.

Con motivo de ciertas noticias sobre nuestro posicionamiento como país, que se divulgan en la prensa y las redes sociales, me he percatado que muchas personas, quizás con muy buena intención, pero con una miopía sobre la realidad nacional, ensalzan la noticia con alardes y expresiones conformistas que nos distorsionan la situación nacional. No se trata de “fake news” ni cosa por el estilo, son noticias reales que al ser exaltadas nos perturban directa o subliminalmente el diagnóstico de la realidad y además generan un conformismo muy peligroso. Es como que digamos, que, porque suelen conocernos como el país del “pura vida”, o que tenemos un alto índice de felicidad, entonces no padecemos de los terribles males sociales y económicos que aquejan a nuestra sociedad. Todo se reduce a un simplismo que obnubila nuestro sentido crítico del análisis de nuestras falencias y errores.

He percibido este típico comportamiento en personas de alta jerarquía y renombre nacional, con respecto a ciertas mediciones en rankings internacionales que se publican sobre la Universidad de Costa Rica, que reflejan sólo segmentos de una realidad, pero no del todo. En particular no muestran una crítica sobre los resultados y el impacto social y económico de la universidad, ni responden a los principios y valores de la misma. Por ejemplo en el campo de la investigación no hay discusión sobre el papel protagónico que ha desempeñado en su historia el Instituto Clodomiro Picado. Lo cual no significa que los recursos invertidos por la Universidad en el campo de la Investigación tengan todos el mismo mérito y sean una acertada inversión. En términos generales, recientemente, una aplaudida posición en el ranking de universidades latinoamericanas, -que en muchos de los casos dejan mucho que desear-, ha provocado impresionantes alardes de éxito institucional. Al respecto hay que tener mucho cuidado y más deberíamos fijarnos en las falencias que en aislados éxitos. Todo esto corresponde a un montaje de inamovilidad institucional para declinar ante el urgente cambio organizacional que debemos afrontar. Ortega y Gasset sentenció que el cambio en las universidades es el símil social de remover cementerios. ¡Misión imposible!, en otras palabras.

He escuchado rumores sobre la posición de un importante sector de la Universidad que se opone a la realización del próximo VIII Congreso Universitario, a celebrarse como dispone el artículo 152 del Estatuto Orgánico, antes de 10 años de celebrado el último, sea deberíamos tener Congreso en fecha máxima del 2024 y estamos a tiempo de nombrar la Comisión Organizadora del mismo, lo cual debería hacerse lo más pronto posible. El tema del Congreso debe ser definido por el Consejo y por la Comisión Organizadora; pero en todo caso lo que procede es hacer una revisión integral de la gestión universitaria. El otro mecanismo de cambio institucional, lo establece el Estatuto y es por medio del Consejo Universitario, órgano colegiado que ha venido a menos dado que la calidad de sus pasados integrantes, funciones y organización no lo ha permitido. Es de rigor señalar que el Consejo Universitario y la Asamblea Colegiada constituyen el poder legislativo de la Institución, pero en la UCR existe una disfuncionalidad en cuanto que el rector, como máximo representante del poder ejecutivo, es quién dirige la Asamblea Colegiada. Toda esta confusa situación ha propiciado un statu quo que hace difícil el cambio organizacional y que ha perpetuado un conformismo de la comunidad académica, que incluso podría señalar ha estado sometida a las jerarquías administrativistas de la Institución, que han burocratizado en extremo la gestión universitaria. Toda esta situación ofusca la conciencia crítica de la Universidad y la necesidad de arremeter cambios fundamentales que adécuen su gestión a las circunstancias actuales y futuras de la sociedad costarricense.

Quienes vivimos el III Congreso Universitario, supimos que el cambio era posible. En ese congreso se hicieron los más importantes cambios en objetivos, estrategias y estructura institucional que ha tenido la Universidad en toda su historia. La Universidad de hoy tiene retos impostergables, que de la misma forma se asumieron en 1974, hay que enfrentarlos hoy. No se puede poner en duda una amplia temática de cambio que irremisiblemente debemos acometer. Creo que el actual Consejo Universitario en sus integrantes, goza de credenciales pocas veces antes vistas, y que garantiza una revisión integral, justa y necesaria del quehacer universitario.

La Benemérita Institución de Educación Superior conocida como Universidad de Costa Rica es fundamentalmente una Casa de Enseñanza. Su Misión, por naturaleza es enseñar. ¿Lo estamos haciendo en el amplio y cabal sentido de la palabra? En la amplia acepción de la palabra educación, debemos cuestionarnos sí lo estamos haciendo de la mejor forma mediante el otorgamiento de títulos y diplomas que se han convertido en patentes de corso, o sí debiéramos replantearnos la estrategia para hacerlo mediante nuevas formas de educación y nuevas tendencias en los modelos pedagógicos y curriculares, más efectivas y redituables socialmente. De ello se induce un gran cambio en la oferta de servicios que va mucho más allá que la venta de títulos, que cada día tienen menos aceptación en el mercado, y que solo emulan la comercialización de la educación superior que hacen las universidades privadas. Salta a la palestra una pregunta: ¿de qué sirven todos esos profesionales con altisonantes títulos que graduamos en diversos campos del saber sí sus currícula  desactualizados y rígidos no se adaptan a los requerimientos sociales de la sociedad futura?

La pertinencia en realizar un Congreso estriba en acometer la seria discusión de graves problemas que tiene la universidad en el uso adecuado de sus recursos, de cómo obtener mejores resultados con menor inversión. De encarar el problema social que representa el interinazgo docente y la atrofiada y disfuncional administración de la academia. De cómo abrir el espectro académico a todo el país, con una verdadera desconcentración de sus funciones, ahora instaladas en el Valle Central. De cómo simplificar la estructura organizacional, porque ahora son “muchos jefes y pocos indios”. En 2022 existen más de 219 puestos de dirección superior. De cómo lograr con la Ley de Empleo Público que la Universidad tenga la capacidad de retener y bien remunerar a sus mejores académicos, con la eliminación y distorsión salarial que actualmente existe con salarios de lujo. De cómo lograr una mejor formación humanística, con la participación de todas las áreas del conocimiento y no de una atrofiada Escuela. Del cómo lograr una flexibilización curricular adaptada a los intereses de cada individuo y no a los caprichos de los especialistas en cada disciplina. Del cómo lograr una mayor interacción con la sociedad y con el sector productivo nacional, de forma que haya una mayor vinculación de la sociedad y el estado con la gestión universitaria. Resulta inexplicable que sólo un miembro del Consejo Universitario, el delegado de Colegios Profesionales, represente y resuma a la sociedad científica, artística e intelectual del país. ¡La endogamia es extrema!

En fin, como los temas anteriores habrán muchos que denotan la clara, pertinente y urgente necesidad de que la universidad deje de estar dormida en sus laureles y demuestre mediante un verdadero cambio que la sociedad no se equivoca en la inversión de sus impuestos y de sus esperanzas.

Suscríbase al boletín

Ir al contenido