Es importante aclarar, esto se escribe como una ficción que le sucedió a un conocido de un vecino que tuve hace algunos años, que no conocía muy bien, pero lo veía salir, y por cosas de la vida, nos topamos en la pulpería de don Chayo y por casualidad salió el tema de la universidad y el transporte para giras menores de siete personas, ojo, esto lo escribimos fuera de cualquier resentimiento o rabia de las “sabias” decisiones institucionales de la oficina encargada, la administración y la acción social, pero continuemos, ¿por qué hablar de esto?
Decía el vecino en cuestión, que él trataba de realizar trabajos significativos a los lugares que iba, yo le pregunté como no puede ser de otra manera, ¿qué es un trabajo significativo? Él, muy convencido, me dijo que se trataba de generar procesos que hagan realidad el derecho a la educación de las personas de todas las edades, y permitir las condiciones y oportunidades para liberar su potencial, esto para comprender e intervenir sus realidades de forma protagónica, él me dijo que se resumía en esa educación a lo largo de la vida.
Le dije qué interesante y pregunté: ¿a qué hora dan eso?, ¿en qué aula está? Justo porque en aquel momento tenía unas horas libres que podría utilizar para asistir a tan interesantes lecciones. El rió y me dijo —no vecino, eso depende de las comunidades y organizaciones con las que trabajo, ya tendrías que desplazarte a sus localidades, porque no se trata de seguir reforzando lo de siempre, traerlos aquí a dar vueltas unos días y devolverles, sino trabajar desde sus propios territorios, reconociendo los conocimientos y saberes a partir de sus contextos.
Me sorprendió la respuesta, ya que eso implicaba un trabajo de movilizar, y le pregunté ¿qué tal iba con eso? Entonces, la Universidad estaba comprometida realmente para la democratización de la educación, que si orientaba recursos para garantizar este tipo de acciones, sin duda, era una institución que promovía la educación a lo largo de la vida.
Con mirada triste y un poco de decepción me dijo —No, vecino, no te equivoques, las decisiones de la universidad como institución no van por ahí, hay una universidad social que sí lo cree, y hace todas las “maromas” para llevar esto acabo, pero a esa universidad burocratizada realmente no les interesa, están preocupados según estos por números de presupuestos, y resulta que estas actividades, para sus mentalidades, es un gasto innecesario, que para eso hay aulas, que para eso puedo ir yo manejando.
Sabés —continuó— no piensan en el desgaste físico que esto representa, ya que como sabes las sesiones no se trata de ir a ponerles a saltar y bailar solamente, sino que, a partir de esto, se genera la misma profundidad de cualquier lección en la universidad, desde sus propias condiciones, eso requiere tiempo de preparación y llegar descansando al lugar.
Se les olvida siempre que ser conductor es un trabajo también, vieras que, como apoyan en las sesiones, a veces les toca traer personas, que en otro escenario deberían caminar para llegar al lugar, y usted sabe lo que es llegar cansado y con hambre a una lección, por favor, deberían repensar que las brechas de educación no se trata solo si tienen datos o no, hay situaciones de distancias, condiciones socioeconómicas, entre otras, que a través de estos procesos, buscamos aminorar esa brechas.
Con voz cansada continúo —sabés, sigo protestando porque no acepto un criterio como estos, que ven gasto en procesos socioeducativos que permiten la construcción de conocimientos y saberes situados, más allá de una visita puntual, son procesos de trabajo para la motivación de la organización comunitaria, me niego a considerar que todo esto sea una carga al presupuesto, más bien, es un aporte a la educación, que tanta deuda tiene el sector público con todas esas personas que con su trabajo hace posible esta institución.