Opinión

UCR: del discurso de la inclusión a la praxis

El pasado martes 11 de febrero del 2020 se realizó la graduación ordinaria en el auditorio Alberto Brenes Murillo (Facultad de Derecho).

El pasado martes 11 de febrero del 2020 se realizó la graduación ordinaria en el auditorio Alberto Brenes Murillo (Facultad de Derecho). Este inmueble es una de las viejas edificaciones del Campus que no cuenta con las disposiciones de accesibilidad establecidas en la Ley 7600, las cuales exigen todos los acondicionamientos arquitectónicos para permitir el acceso a las personas con alguna discapacidad. Esta situación llevó a que el joven estudiante de la Escuela de Lenguas Modernas Alexander Vázquez Gómez, quien presenta una discapacidad motora, no recibiera el mismo trato y derechos de los que gozamos la mayoría que ese día nos graduamos. Alex debió haber tenido las mismas oportunidades y posibilidades de desfilar y subir al escenario junto a sus compañeras y compañeros a recibir de manos de las autoridades universitarias su título, esto sin que mediara un impedimento de “accesibilidad”. Lo que llama la atención es que este espacio es uno de los más utilizados para diferentes actividades a lo largo del año y no se interviene en mejoras exigidas por la Ley. Para agravar la situación, nuestro compañero fue relegado a un extremo del auditorio en espera de que desfilaran absolutamente todas y todos sus compañeros. Además, este no es el único caso: para citar uno de ellos suscitados esa misma semana de graduaciones, en el mismo escenario, la compañera de la Escuela de Orientación Guisella Guevara Esquivel había solicitado, igual que Alex, con antelación su derecho a tener un intérprete Lesco debido a que su madre es sorda, quería que ella siguiera toda la ceremonia en igualdad de condiciones que todas y todos, pero se tuvo que limitar simplemente a observar el acto. En ambas circunstancias hicieron caso omiso. Lo que realmente molesta es el discurso oficial de las autoridades universitarias que habla de derechos, igualdad e inclusión, el cual, nuevamente, se torna en un doble discurso con múltiples argumentos que al final de cuentas pretende cubrir el fondo del asunto y justificarse. En síntesis, todo se debe a una verdadera falta de voluntad política para hacer el discurso de la inclusión algo real, funcional y concreto.

Asimismo, la ceremonia perdió aún más su luz y nos dejó un sinsabor mayor cuando las autoridades presentes descoordinadamente buscaron por todos lados a ver en dónde estaba relegado el graduando de Lenguas Modernas. Bajaron hasta ese rincón y le entregaron su certificado a sabiendas que esta acción dejaba a Alex discriminado y excluido y sin derecho de descargo.

Paradójicamente, en ese extremo del auditorio junto a Alex, se encontraba la bandera universitaria con el lema impreso en el escudo donde figura la expresión latina “Lucem Aspicio” que se refiere especialmente a los estudiantes y que significa “aspiro a luz”, “busco la luz” o “hacia la luz”. En este sentido, no es suficiente desagravio para Alex y muchos otros que han pasado por lo mismo; decirles simplemente: “lo estamos haciendo…” refiriéndose a ese discurso de la inclusividad. Pues no… se requiere más que esto por parte de las autoridades que ostentan el poder y la toma de decisiones en la academia. Se requiere dar ese salto cuántico que todas y todos esperamos en muchos temas pendientes referentes a la inclusión, diversidad, acoso, hostigamiento sexual, etc., y pasar del doble discurso a la praxis.

Finalmente, la esencia de nuestra Alma Máter es tutelar a sus estudiantes y funcionarios en general para que la búsqueda de esa luz se genere en iguales condiciones, posibilidades y oportunidades, y es responsabilidad y deber de los que hoy ostentan ese poder político universitario hacer que esto se cumpla.

 

Suscríbase al boletín

Ir al contenido