Opinión

Trump y sus secuaces

Me he quejado de la forma machotera en que la mayoría de analistas políticos criollos

Me he quejado de la forma machotera en que la mayoría de analistas políticos criollos se ha limitado a replicar las advertencias que los titulares de la prensa coloca en nuestras retinas como público cautivo que, además, sufre de una extraña especie de Síndrome de Estocolmo, desde que con una candidez supina, le reconocemos a esos titulares, absoluta veracidad y adecuación.

El síntoma más evidente de ese Síndrome, es el histérico coro de loras que no va más allá del susto que les provoca la renegociación e incluso denuncia de los tratados de libre comercio que ha venido suscribiendo Estados Unidos, cual si de contratos de adhesión se tratara.

Hay otros temas mucho más preocupantes que ese, a los que bien haría, al menos esa prensa que no se rige por los intereses del capital acomodado, prestar atención.

Y que me temo, no son asuntos muy presentes tampoco en las prognosis que la academia y los estamentos diplomáticos deberían estar ensayando para anticipar, paliar y de ser posible, evitar.

Dos ejemplos a los que me limito por el espacio que en las páginas de opinión es siempre tirano.

Seguridad y diplomacia. Constatada la cercanía de Rudolph Giuliani (exfiscal federal y célebre exalcalde de Nueva York), a quien Trump dedicó mucho más palabras elogiosas que al resto de sus colaboradores, incluida su esposa y su vicepresidente, a quienes si acaso determinó en su discurso de la victoria, y visto el papel protagónico que Giuliani jugó durante la campaña política en materia de seguridad y política exterior, valdría la pena ir previendo que, ya sea como Secretario de Justicia, puesto que no le ilusiona en lo más mínimo –según él mismo ha dicho-, o bien como Secretario de Estado, cargo que ilusiona a cualquier político, no solo por fungir -en la práctica- como el verdadero número dos, sino porque lo pone automáticamente en la lista de presidenciables, constatado todo eso y restando solo que él acepte lo uno o lo otro, avizoro dos cambios que, por no ser evidentes, vale la pena también, ir anticipando.

Por un lado, la diplomacia norteamericana retomará formas propias de la Guerra Fría, que se consideraban extintas. Mientras, por otra parte, el discurso de seguridad exportable de los norteamericanos se moverá sin anestésico hacia niveles próximos a la cero tolerancia o la mano dura.

Las consabidas consecuencias de lo uno a nivel de formas diplomáticas cercanas a la imposición y el soborno o chantaje político, así como de lo otro, a nivel de violencia primaria en nuestras zonas fronterizas y suburbanas, hacinamiento penitenciario y daños colaterales a inocentes en los barrios marginales, no se harán esperar y los sufriremos todos, en un pueblo con una fuerza policial siempre escasa y sin ejército para suplir en el peor de los escenarios.

Para Centroamérica, ya no solo para Costa Rica, estos dos “acentos” deberían preocupar igual que los posibles cambios a los términos del libre comercio, también dictados por Washington -irónicamente por cierto, desde el primer mandato de Bill Clinton-.

Vicepresidente peor

También cabe reparar, en que por la dinámica de esa campaña electoral tan particular que acaban de celebrar/sufrir los norteamericanos, los vicepresidentes quedaron relegados al papel de simples teloneros del espectáculo protagonizado por Trump y Clinton.

Por eso, pocos se percataron de que Mike Pence es otro extremista de la intolerancia. Mucho peor, incluso, que su jefe. Llegándose a autodefinir recientemente como “un cristiano, un conservador y un republicano, en ese orden” –según sus propias palabras-, se sabe que es hostil con el aborto de cualquier raigambre, así como con el matrimonio entre parejas del mismo sexo, llegando incluso a destinar partidas desde su Gobernatura en Indiana, para financiar la llamada “terapia de conversión”, con miras a recomponer el comportamiento sexual de los gays. En otras palabras, cree fieramente que la homosexualidad es una enfermedad curable.

Además, fue el promotor de la ley estatal de Restauración de la Libertad Religiosa, entre cuyos efectos, los restaurantes, bares y tiendas, podían reservarse el derecho de admisión, rechazando a clientes gays, alegando cuestiones de fe. Ese oscurantismo debió corregirlo por la presión que le infligieron las protestas, no quedándole más remedio que, a regañadientes, introducir una enmienda que prohibía tales muestras de discriminación.

Pero el historial de Pence no es fácil ni se cuenta en corto. Ha llegado a ser un opositor acérrimo del salario igualitario y bloqueó fondos para auxiliar a los refugiados que llegaban a Indiana. Detrae también el uso de los condones y está en contra de la planificación familiar. Sin obviar que su tesis migratoria es tan dura como el pretendido muro de Trump y también pasa por las deportaciones masivas.

Lo más grave de todo es que es altamente posible que Trump no acabe su mandato y Pence llegue a ser Presidente de los Estados Unidos. Bien sea porque Trump haga tales locuras que sea declarado inhábil o bien, tenido como una amenaza para la seguridad nacional por un Congreso que no lo quiere. Que nunca lo quiso. Aunque también puede ser por pura y llana corrupción. De esa a la que le será difícil resistirse desde una oficina en que sus negocios pueden crecer exponencialmente.

En política, siempre es mejor ir adelante. Así que sugiero ir más allá de los titulares y prever todo eso también. Trump no tiene reversa en su caja de cambios y tampoco sabe de medias tintas.

La única ventaja con Trump es que es un político sincero. Todos sabemos a esta altura lo que piensa.

Así que lo que cabe es que nuestros gobiernos, en bloque ojalá, lo anticipen. Eso no es tan difícil con alguien tan burdo, asesorado a su vez por otros matones aun menos refinados, que más parecen rufianes del Bronx que asesores de gabinete. Steve Bannon es el peor ejemplo. Pero de él ya habrá tiempo de ocuparse.

 

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