Opinión

Transfeminismo en Costa Rica: rosado, azul y blanco

La sociedad costarricense, cuya noción de la libertad y diversidad corporal es limitada, es ahora más receptiva a sensibilizarse

La sociedad costarricense, cuya noción de la libertad y diversidad corporal es limitada, es ahora más receptiva a sensibilizarse sobre las identidades trans que pasan por la historia y corporalidad de la humanidad. Esas identidades disidentes a las que ni el excepcionalismo costarricense podrá marginalizar con su discurso cisidentitario, ni tampoco los medios de desinformación ni sectores conservadores y transfóbicos.

De tal forma, es urgente posicionar las verdades y realidades que giran en torno a las mujeres y hombres trans, para educar y sensibilizar a la población en general de los derechos humanos de estas personas, quienes no son travestidas o travestidos—personas que suelen vestirse con vestimenta del género distinto al propio, según las percepciones culturales— como suele pensarse. Por tal razón, aclaro algunos conceptos fundamentales:

Cisnormatividad.  La cisnormatividad corresponde al pensamiento de que el sexo anatómico determina por sí mismo y verticalmente el género según los paradigmas culturales dominantes.

Persona transgénero. Una persona transgénero es quien siente una identidad y una expresión de género distintas a las que le asignaron culturalmente en función de su sexo al nacer, por ejemplo: Ana al nacer fue cultural y médicamente percibida como niño debido a su sexo anatómico, sin embargo, Ana siempre fue, es y será una niña.

Persona transexual. En el marco de la transgeneridad está la transexualidad, caracterizada por la motivación de adecuar la identidad de género con el sexo biológico, por ejemplo: Marco nació con una vagina, entonces  a través de un proceso quirúrgico y hormonal tendrá características físicas de hombre.

Importancia de la educación trans sensible. El informe de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos Violencia contra Personas Lesbianas, Gays, Bisexuales, Trans e Intersex en América (2015) revela que las mujeres trans son quienes sufren significativamente de violencia institucional y social como resultado de la exclusión, discriminación, falta de reconocimiento identitario, ocupaciones riesgosas y alta criminalización; factores reflejados en la expectativa de vida de las mujeres trans, cual oscila de 30 a 35 años regionalmente. Esto es ocasionado por el statu quo de la cultura machista y cisnormativa, cual suele estar motivada por ignorancia, prejuicios y odio.

Tiquicia y la transgeneridad. En un país como Costa Rica, donde existe un Instituto Nacional de las Mujeres que hasta el 2015 reconoció a las mujeres trans como población parte de sus programas, se han ido deconstruyendo paulatinamente prejuicios y mitologías. Esto es gracias al transcurrir del tiempo, los pensamientos, las sexualidades, las reivindicaciones transfeministas y las luchas de las diversidades sexuales. Es así como, la organización no gubernamental Transvida, presidida por Dayana Hernández, es una evidencia de que las mujeres trans, así como los hombres trans, se han ido organizando ante las violencias estructurales, incitadas por el odio y la trasfobia de un Estado reticente.

La revolución será transfeminista o no será. La bandera del orgullo trans ondea los colores rosado, azul y blanco, donde el blanco representa esa transición hacia el género femenino (rosado) o masculino (azul); proceso que no tiene por qué ser temido ni traumático, sino seguro y reconfortante para los cuerpos que así lo deseen. Hay mujeres con pene y hombres con vagina, quienes tienen total derecho al respeto y al reconocimiento de sus identidades, tanto institucional como socialmente. Simone de Beauvoir dijo: “La mujer no nace; se hace”, y en ese sentido el ser mujer u hombre no debería basarse en determinismos biológicos ni discursos heteropatriarcales, solamente en la decisión de las personas ante sus identidades y cuerpos.

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