Opinión

El toro o la máquina: para competir contra usted

En uno de los últimos textos que escribiera el historiador holandés Johan Huizinga titulado Homo Ludens (1952), el autor categórico al señalar que los animales

En uno de los últimos textos que escribiera el historiador holandés Johan Huizinga titulado Homo Ludens (1952), el autor es categórico al señalar que los animales jugaron primero: “el juego es más viejo que la cultura…Con toda seguridad podemos decir que la civilización humana no ha añadido ninguna característica esencial al concepto del juego. Los animales juegan lo mismo que los hombres”.

El encanto de jugar y reproducirnos en el juego se transforma a lo interno de cada uno.  Me es muy sentido cuando aún niño jugar con los carritos perdió su gracia, no pude nunca reactivar la magia de sumirme en mis historias tejidas con esas versiones miniatura de Camaros, Corvettes y Mustangs. Estos momentos fueron de a poco, suplantados por la fichas para jugar Asteroids, Battletanks, o algunas versiones del Mortal Kombat que me invitaban a sumirme en sus cruentos escenarios digitales. Había que hacer fila un buen rato para pelear contra las máquinas Arcade que estaban en la taquería de los Riña. La competencia se entabla entre uno y el anónimo zumbido de la pantalla que proyecta las peleas traducidas por botones y palancas.

Los marcadores como las destrezas de cada jugador quedan al descubierto. Los novatos rápidamente concluían: GAME OVER tintinea en la pantalla. Hay un raro placer en competir contra un aparato. Te obliga al despliegue de una serie de movimientos estertóreos sobre el tablero de control, acelera las zigzagueantes miradas de dardo que se afinaban con cada partida.

La competencia entre videojugadores no era tan apetecible, nos gustaba más jugar contra la invisible astucia de los códigos binarios y decodificar las movidas de la máquina ¿por qué? Porque así el adversario era uno mismo, se competía contra sí, los niveles estaban dados por las propias limitaciones. Los niños y jóvenes de todas las clases sociales competíamos contra nosotros.

Por la ranura de las máquinas de videojuegos, entraban muchas cosas, por ahí cabía la esperanza, un triste alivio, se inserta una moneda como vía de escape, una fantasía bélica, una confrontación interestelar.

Si bien hay trucos aprendidos e imitación para competir contra ella, la mayor parte de los enfrentamientos requería de la improvisación y de una intensa aplicación de las lógicas matemáticas que encierra un videojuego.

Así cuando pienso en esto, me parece encontrar esa improvisación en otros terrenos, en los toreros improvisados, en Johnny Araya y en los políticos en general, en los directores técnicos de fútbol o en algunos estudiantes de primer ingreso.  ¿Contra quién compiten sino contra sí mismos? En realidad la política, el toro o la máquina pueden ser solamente lo que completa esa competencia contra sí mismo. Habría que preguntarse con más hondura por qué esto es así.

Hay algo de torero improvisado y de gamer en los políticos, el juego de la política se lleva ahora a niveles de entertainment con Donald Trump como oráculo. El político es su propio peor enemigo. Y cuando lo embiste el toro, la gente goza con cierto morbo y culpa, sin reprocharse mucho.  

La sanguínea rojez del Redondel de Zapote es un círculo que comprende un ciclo. Aunque la voz en off  insiste en decir que es una competencia cuerpo a cuerpo, todos sabemos que el toro no ha elegido asistir cada año a ese lugar. Para el deleite de la familia, los toreros improvisados sacrificialmente juegan contra sus limitaciones, mientras ocurre el levantín, en sincronía alguien eructa en su casa y el “comediante” cambia su imitación de Figueres por una plegaria a los cielos.

Al parecer como especie, lo que hemos aportado a estas dinámicas del juego es un cierto concepto y gusto por la competencia traduciéndose dicha competitividad en manifestaciones bastante tangibles, que pueden adoptar la triste forma, a veces insensata, trapera y deshonesta que suele darle la economía neoliberal, que aprovecha nuestra sed de competir contra uno mismo.

 

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