Durante el mes de diciembre del año pasado, en el Club de Lectura de la Caja Costarricense de Seguro Social leímos el libro de Fannie Flagg Tomates verdes fritos en el café de Whistle Stop. Mi primer acercamiento a esta historia fue a través de la película de 1991, dirigida por Jon Avnet y protagonizada por Kathy Bates, Jessica Tandy, Mary Stuart Masterson, Mary-Louise Parker y Cicely Tyson, entre otros. El libro había sido publicado apenas cuatro años antes, en 1987.
Fannie Flagg nació en Birmingham, Alabama, espacio donde se desarrolla parte de la historia. Alabama es uno de los estados del sur de los Estados Unidos, y la imagen que nos proyectan los medios de ese lugar es que es conservador.
Y es parte de lo que vemos en el libro de Fannie Flagg, donde las personas son discriminadas por el color de su piel, por su sexo o por su peso. Sorpresivamente, no descubrimos ningún mal trato por la orientación sexual de Ruth e Idgie, pues lo que apenas se sugiere en la película es evidente en el libro: las protagonistas tienen una relación amorosa entre ellas.
Pero, desde el inicio, leemos cómo con toda naturalidad, la madre de Idgie alude al enamoramiento de su hija hacia Ruth; y vemos también la forma en que Ruth debe alejarse de su amiga al descubrir que ella también la ama. Ante el temor de que lo de Idgie sea tan solo un “enamoramiento de una chica jovencita hacia otra mayor, o de un chico hacia otro chico” (95), Ruth decide irse, antes de que “aquel crush [se transforme] en otra cosa” (95).
Así, con esa naturalidad, Flagg nos va narrando la historia de Idgie y Ruth. Y ese es otro elemento a destacar en la novela: la forma de narrar. Tenemos varios narradores y diferentes medios de narración. Algunas veces leemos las páginas del Semanario de Whistle Stop o de otros periódicos, otras veces tenemos un narrador externo que nos acerca a la historia, o es Cleo Threadgoode quien revive el pasado y encanta a Evelyn, y a los lectores, con el relato.
Se va del presente de la historia (1985-1986) al pasado, el cual se vuelve presente (años 20, 30, 40, 50 y 60). Se navega entre las décadas para ir contando, poco a poco, las múltiples historias que se entrelazan y para mantenernos pegados a la lectura, hasta la última página.
Leer Tomates verdes fritos en el café de Whistle Stop es una nueva posibilidad de acercarme a la historia de Ruth e Idgie que ya amaba desde que vi la película. Y, no solo eso, nos permite darles mayor corporeidad a otros personajes que apenas se nos presentaron en el cine, y que ahora podrían ser los protagonistas de su propia historia.
En todo caso, la novela de Fannie Flagg es una novela polifónica, donde muchas voces nos narran la historia. Eso la acerca mucho a la realidad, donde no solo hay múltiples versiones de los hechos, en la medida en que hubo muchos testigos y protagonistas, sino que se multiplican tales versiones cuando una misma persona recuerda de diferentes maneras, en diferentes momentos de su vida.