Lejos, muy lejos de hacer justicia por el crimen imperdonable cometido por el gobierno sirio esta semana, el bombardeo de Trump lo único que logrará es extender y complicar el conflicto en ese país y desestabilizar aún más la región del Medio Oriente y África del Norte.
Por si eso fuera poco, la intervención militar estadounidense en contra del gobierno sirio eleva peligrosamente el nivel de confrontación con Rusia, y en este sentido parece configurar un orden mundial que se parece cada vez más a la guerra fría, sólo que cada vez más caliente.
EN PRIMER LUGAR, EL CONTEXTO
Bashar Al-Assad es un carnicero. Desde que heredó el poder de su padre se ha dedicado a aplastar con severidad cualquier tímido intento de oposición política.
La actual guerra que vive Siria fue causada precisamente por la brutal represión con la que el régimen de Al-Assad sofocó un importante movimiento pacífico que abogó por un cambio democrático, el cual surgió a partir de la detención y posterior tortura de unos estudiantes hace unos seis años.
Conforme las manifestaciones crecieron, también lo hizo el aparataje represivo del gobierno. La posición se comenzó a armar y así detonó la guerra. Evidentemente, hoy en día hablar de “una oposición” al régimen de Al-Assad es erróneo. La lista de quienes hacen la guerra contra el gobierno sirio es un abanico ideológico y religioso que va desde el Ejército Libre Sirio (ELS) -supuestamente seglar- al extremismo terrorista de el autoproclamado Estado Islámico o el Frente Al Nusra, pasando por las milicias kurdas.
Si el régimen de Al-Assad se ha sostenido, ha sido gracias a la intromisión extranjera en su favor -ya sea por mantener un posicionamiento geopolítico o por sectarismos religiosos- de Rusia, Irán o Hezbollah. Por otra parte, Estados Unidos, Arabia Saudita, Turquía, Qatar y Jordania han ofrecido apoyo a las diversas fuerzas de oposición.
Sin embargo, es ineludible que la participación rusa a través de bombardeos directos ha sido clave en sostener el régimen.
Mientras tanto, el conflicto ha producido 4,9 millones de personas refugiadas de acuerdo con el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). El Observatorio Sirio de Derechos Humanos, una ONG, establece la cifra de personas muertas en 312 mil.
“ENCONADA VIOLENCIA”
La realidad de las atrocidades que nuestra especie es capaz de llevar a cabo nos fue recordada esta semana, a través de las dificilísimas imágenes de víctimas, particularmente infantes, que padecieron una muerte horrible tras un ataque con gas sarín por parte del régimen. Es medular recordar que ese nivel de atrocidad no está siendo inaugurado hasta ahora en el conflicto sirio.
Basta recordar que, de acuerdo con el Informe de la Comisión Internacional Independiente de Investigación sobre la República Árabe Siria, de Naciones Unidas y divulgado el pasado 2 de febrero, la batalla por el control de la ciudad de Alepo ha sido “una etapa de enconada violencia durante la que la población civil de los dos bandos ha sido víctima de los crímenes de guerra cometidos por todas las partes”.
El documento destaca en ese sentido los ataques aéreos diarios que entre julio y diciembre del año pasado llevaron a cabo fuerzas sirias y rusas, los cuales “se cobraron cientos de vidas y redujeron a escombros hospitales, escuelas y mercados”.
“Las fuerzas sirias también utilizaron bombas de cloro en zonas residenciales, lo que causó centenares de bajas civiles”, añade.
Y a pesar de todo ello, la acción unilateral y bravucona de Trump deja un muy mal sabor de boca.
Es perfectamente normal y necesario exigir algún tipo de justicia cuando se cometen las atrocidades mencionadas, pero la delicada geopolítica de Medio Oriente -como la vida misma- no es una película de Hollywood en la que nos felicitamos de que el héroe le rompa la cara al villano y luego todo el mundo vive feliz para siempre.
En la vida real, los actos de guerra -porque lanzar 59 misiles contra un país es un acto de guerra- tienen no sólo consecuencias imprevistas, sino propósitos ulteriores según agendas ocultas.
La amenaza terrorista internacional y la gestación y gestión de grupos como el Estado Islámico o Al Nusra, comparten tanto en las causas de su germinación como en su capacidad de reclutamiento el hecho de ser consecuencias del intervencionismo militar, geopolítico y económico de Estados Unidos.
Desde esa perspectiva, lo que ha hecho Trump es repetir la dosis de una vieja medicina que no cura nada, sólo agrava la enfermedad.