O me matan de hambre o dejo de ver noticias internacionales. La tercera posibilidad no me gusta para nada, aunque venga de mis hijas y las nietas Camila y Valery, que es consultar un psicólogo para que ayude con el llamado “dolor funcional”, consecuencia irrebatible de tres décadas de permanencia en una universidad humanista, que con frecuencia se indignaba frente a la intolerancia, la inequidad social y los deseos de imponerme, primero como estudiante, y luego como profesional, un mundo único. Es como que mis hijas y nietas quisieran que cerrara los ojos cada vez que un avión de la OTAN bombardea una población civil en busca de terroristas malos, o uno de estos, en nombre de Alá, con su cinturón de explosivos, no deja nada con vida.
Ignoro si a usted le pasó lo mismo, pero la otra vez cuando una cadena de noticias europea, donde casi alababan la inteligencia de las bombas de la OTAN que desaparecieron un hospital de “Médicos sin Fronteras” en Kunduz, Afganistán, cenaba cómodamente; pero al ver piernas, brazos y sanguaza regados en los pasillos del que fue nosocomio, se acabó el apetito y desistí de seguir peleando con el bistec, contra el cual tenía una lucha encarnizada junto a una tortilla y mi inseparable café negro.
Para ser justos hay que reconocer que la OTAN se disculpó por “el desacierto de uno de sus pilotos que será investigado debidamente”, claro, dos días después, que los “Médicos Sin Fronteras” calificaran este acto de crimen de guerra. Desde que la OTAN invadió Afganistán en 2001, dijeron los galenos en un comunicado llegado a mis manos, son innumerables los ataques contra personas e infraestructuras civiles. “A pesar del intento de silenciar lo que ocurre en lugares como Afganistán o Pakistán es imposible esconder sucesos como el reciente ataque contra la misión humanitaria de Médicos Sin Fronteras, o el ataque en 2008 contra la comitiva de una boda en Deh Bala donde tres bombardeos consecutivos acabaron con la vida de 47 miembros de la familia y amigos de la novia. Los asesinatos conocidos como “daños colaterales” son la norma, la excepción es que dichos crímenes salgan a la luz”, concluyen.
Los “daños colaterales” de los bombardeos también dejan esparcidos órganos humanos en Libia, Siria, Irak y en todos los países que a modo de sorteo, la coalición y sus gobiernos consideran que han de llevar la civilización, su modernidad y su economía. El mejor ejemplo son los más de 250 mil muertos ocasionados en el intento de dividir Siria en tres porciones – siguiendo la experiencia de la antigua Yugoslavia- que garantice a la OTAN inmovilizar comercial y militarmente a Rusia. Entiendo que este “terrorismo bueno” trata ahora de resolver el problema de más de un millón de apátridas que buscan refugio en países de la UE, producto no solo de la aventura militar, sino además de los bloqueos y las sanciones económicas que vienen haciéndose ya tradicionales cuando se prepara uno de estos affaires “civilizatorios”.
Como si fuera poco, los recientes atentados cometidos en Bélgica por “terroristas malos” me tienen sin comer carne, no la soporto ni en albóndigas, pues los 32 seres humanos que tenían hijos, esposas, madres, amigos, esperanzas e ilusiones, quedaron mucho de ellos reducidas a masa llena de sangre.. Tampoco es admisible los actos que produjeron 130 muertos y más de 350 heridos el 13 de noviembre del año pasado en la capital gala, cuando los viajantes esperaban reunirse con sus familias, amigos y conocidos. El terror sembrado además contra la publicación satírica francesa Charlie Hebbo (7/1/2015), por más intolerancia escondida en la susodicha libertad de prensa, equivalente a una retribución económica por ridiculizar a Alá, encuentra lógica humana. Lógica, por cierto, que se pierde cuando tratamos de conquistar a los demás a través de nuestras creencias religiosas, que vendemos a veces como pacífica y que de paz solo tiene la de los cementerios; promocionamos nuestro mundo como si el mundo fuera solo mercado como sinónimo de progreso, aunque resulte en ocasiones una nueva y moderna forma de esclavizarnos; y damos a veces a nuestra libertad y democracia los paradigmas inigualables de civilización única, que estamos obligados a imponer a sangre y fuego si es necesario. Muchos que no son élites luchan y mueren por ellas sin conocerlas, simplemente porque otros son los capataces absolutos de estas “verdades”.
Como consuelo de todas estas locuras, que todos vemos como empezaron, pero no sabemos cómo terminarán, es que tanta sangre, tanta hipocresía, tanto miembro humano desmembrado, me dejaron solo como opción alimentaria: hacerme vegetariano por el momento, con el riesgo que eso significa de tragarme una “solitaria”, si lavo mal la lechuga.