Opinión

Tesis impopulares

Termina siendo cansado y hasta malsano, leer poses inatrevidas que, ni por asomo, se alejan de la corrección política como única tesis posible o zona segura que evita esas toxicidades tan típicas de un país, ya no solo pequeño sino empequeñecido.

Así las cosas, bien vale la pena plantarse a contramarcha, desde la seguridad que cincelan veinticinco años escribiendo artículos de opinión (¡Sí, cuarto de siglo, ya!) y otros veinte concediendo entrevistas radiales y televisivas. Siempre culturizando con honestidad intelectual. Y sobre todo, sin acomodos ni cálculos; partiendo del conocimiento fundado, vitando los lugares comunes y sorteando de puntillas los cadáveres de esa sociedad del aplauso y “cofavor”, en cuyo regazo terminan dormitando los politólogos, economistas, abogados, burócratas y cuantos “analistas/especialistas”, asoman por ahí -de un tiempo para acá, hasta mediante insípidos y artificiales selfies-.

Me propongo aquí, por el contrario, arriesgar el cuero, en punto a tabúes que, por pendejera, no veo abordados con atrevimiento en estos empequeñecidos solares patrios.

Por espacio, apenas sobrevuelo cada tema, hilando tesis impopulares que, no por ser contramayoritarias, son incorrectas.

Así que, sea esta, una prueba más de que no todos buscamos el aplauso. Algunos aun preferimos pagar el precio de la aproximación a la verdad. Quedamos los que no preferimos los votos por sobre las conexiones neuronales de quienes nos leen y a partir de ahí, deciden razonar y hasta reaccionar. Y más aún, sea esta la mejor constancia de que aún quedan reservas morales que no coquetean con el Poder -ni siquiera con el de las mayorías aplanantes y despreocupadas- por encima de la Razón -mayúsculas propias-.

Pensión expresidentes.- Con todo orgullo, me veo de último en la fila de quienes guardan cariño o agradecimiento por algún expresidente. A todos les ha caído mi dura crítica, en algún momento. Incluso, me sé lejos de la devoción de todos ellos. Algunos, cuando pudieron, me “echaron el rey”, atravesándome a sus ahijados serviles y domados, siempre prestos a hacerles caso y honrar así, su mal ejemplo y depreciada memoria.

Pero lo cierto es que las mayorías -no necesariamente con mi voto- decidieron en su momento, erigirlos presidentes. Con los resultados sabidos y la ingrata historia que hoy la gente cuenta y recuenta, como país vejado, políticamente.

Ahora bien, desde que la democracia electoral los elevó a la categoría de presidentes, decidió investirlos, no solo con un mandato temporal (que desperdiciaron en mi criterio, en las últimas décadas, todos ellos) sino darles un “champú” legitimante, que hoy les mantiene con una suerte de “aura”, dando conferencias por el mundo, dirigiendo misiones de observación electoral o aspirando a elevados cargos internacionales (por lo general, con rotundos fracasos). Y ello no por su buen nombre personal o claridad intelectual -al menos no en la mayoría de los casos- ni mucho menos por su (im)popularidad -ahí sí, en todos los casos- sino, precisamente, por esa  luz que proyecta aún nuestra bandera, cuando se imprime como un tatuaje imborrable y luminoso, en el pecho de los mandatarios. Y esto, hayan los costarricenses pensado, bien o mal, el voto. Es decir, independientemente de sus desaciertos, desventuras y travesuras.

De tal suerte que, pretender que un expresidente mendigue por ahí, no le hace daño solo a él y su entorno. Sino a la imagen nacional. Porque joven o no, un expresidente enviando el currículum vitae para conseguir “chamba” y comer, o peor aún, traficando influencias por las que se pagan las consabidas “comisiones”, me parece no solo tercermundista, sino grotesco. En fin, que contrario a lo que se piensa en este país de “igualiticos” -polada mediante-, en el concierto internacional, la humildad no es buena estrategia, tal como me comentaba un diplomático avezado, alguna vez: “En política, y más aún en la internacional, al que se declare humilde, con una sonrisa lo entierran y con un unas palmaditas lo ignoran”.

Así que, las pensiones, si bien no tienen que ser de lujo -eso sí que no-, en el caso de los expresidentes, sí deben ser dignas. Para que digna siga siendo la bandera que portan -querámoslo o no- donde quiera que vayan y por el resto de su paso por la tierra.

Y que se dejen de agarrar el toro por las patas, que en este caso y precisamente por todo lo antes expuesto, si cotizan o no un puñado de “Primeros Ciudadanos”, por lo general ya algo mayores, es totalmente secundario. El punto aquí, es muy otro. O debería serlo, al menos. Y desde ahí me planto para decir: no al populismo revanchista ni a la polada de igualarlo todo. Que es por el país, no por ellos, que debe mantenérseles una cierta dignidad, mientras sean visibles. Es decir: mientras vivan.

Y al que no le guste mi argumento, le repetiría la máxima de aquel nostálgico expresidente, que hoy, ido del país para suerte de todos, escupió malagradecido aquella lapidaria frase que, a no dudarlo, terminó siendo la herencia más rescatable de su mandato: “piensen mejor el voto, la próxima vez”.

Elección magistrados.- En otro tema discutible, en el que impera una suerte de revanchismo popular -podría decir igual: populista- y no poca envidia gremial -muy tica por lo demás-, tampoco podría suscribir la cantaleta de limitar la reelección de magistrados, más allá de imponer una edad prudencial para su obligado retiro (alrededor de 75, sería razonable). Siendo que ahí, encuentro otra tesis muy aplaudida por “la gente”, pero totalmente equívoca, desde que los efectos del remedio son, aquí también, mucho peores, que la misma enfermedad.

Y ello así, por razones eminentemente prácticas. A saber: a) Decirle a un abogado que deje lo privado, solo por unos años, sabiendo que deberá volver a sus clientes, no es otra cosa que engrasar las puertas giratorias que, más bien, deberíamos estar demoliendo. b) Pero por si no bastara aquello, también supone (la no reelección automática) cerrarle las puertas a los juristas más connotados fuera del ámbito judicial y reforzar esa “endogamia” que tanto he criticado y tantísimo daño le ha hecho a ese Poder. Y desde luego, al país. ¿Por qué? Simplemente, porque nadie en su sano juicio, estando en la cúspide del ejercicio liberal de la profesión, como abogado connotado con una clientela satisfecha, creciente y pagadora, así como tampoco un jurista en las cumbres universitarias, va a salirse de esa zona de confort y seguridad, por un período relativamente tan corto, en la vida de un adulto inteligente y exitoso, como podrían ser ocho o incluso diez años. Por lo que eso de ponerle término a las reelecciones de magistrados, sería una invitación más, a la mediocridad. Y de eso, ya tenemos en abundancia, con las consecuencias sabidas y palpables, por todo lado, en Costa Rica. c) Finalmente, una razón adicional: los judiciales (jueces, fiscales, etc.) que asciendan a magistrados, se cuidarían en sus decisiones sobre el gobierno judicial, sabidos de que volverán a la llanura, una vez terminado su período. Por lo que sus decisiones siempre estarán preñadas de cálculo y no poco populismo intrainstitucional.

Así que aquí, lejos de debilitar la independencia judicial, desestabilizando las magistraturas, también aplica, al final de las sumas y las restas, aquel relamido consejo: “piensen mejor su voto, la próxima vez”. Solo que esta vez, al elegir magistrados, los diputados.

Acciones afirmativas.- Podría debatir otros temas, pero no es este el medio ni da el espacio. Así que cierro con esas muletas democráticas que han dado en llamar: “acciones afirmativas”. Y las discuto en tanto distorsiones democráticas que otorgan sobrerrepresentación a aquellos a los que se asegura una innegable ventaja, diseñada para educar o culturizar, mas no, para distorsionar ni permanecer.

¿Listas paritarias de por vida, pese a que podrían estarse colando personas aún más mediocres e impreparadas, por el artificio de la paridad? ¿Acaso no produce esto, un daño al sistema, aún mayor que el bien pretendido y cacareado en el discurso, por las mismas “minorías” beneficiadas? ¿No será que ya va siendo tiempo de recordarles que toda acción afirmativa, ha de ser temporal, o no ser? Y la pregunta del millón: ¿Quién se atreve a ponerle ese cascabel al gato -siendo que no veo verdaderos líderes a la vista en oficialismo ni oposición con el capital político para debatir y confrontar al respecto. ¡Mucho menos en la academia!-?

Todo ello sin olvidar el conflicto de interés de quienes promueven y sostienen ese ventajismo, que suelen ser los mismos agentes que se montan en esos discursos ideológicos y plataformas discursivas, para acceder a los resortes de Poder y perpetuarse ahí, como modus vivendi. También, mediocridad mediante.

Advertí que eran tesis impopulares. Pero no por impopulares, indiscutibles. Eso sería simplismo impotable.

Depende de cómo nos vaya, podemos también debatir sobre otros mitos como los cierres de Recope y la Defensoría, el coladero de nuestras aduanas, la (in)seguridad galopante y el financiamiento político o la democracia meramente electoral. E incluso, seguridad alimentaria, calentamiento climático, libre comercio o gobernanza global. Sobre los cuales, tampoco identifico liderazgos serios ni en política ni en academia. Aún cuando sí, a muchos, posando para la gradería.

Es una dicha que a mí, ni siquiera me guste el fútbol. (Otra tesis impopular)

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