Primero fue el “Señor de los ejércitos”, el dios de los hebreos y de otras tribus hermanas, aunque no tan hermanables, Yahvé, quien sin escrúpulos ni remordimiento ordenaba a su pueblo (la tribu nómada judía, según sus sagradas escrituras), —previo baño de fuego celestial acompañado de artilugios desenfrenados—, arrasar aldeas sin dejar nada vivo a su paso, incluidos ancianos, mujeres y niños, que morían aterrorizados, para luego quedarse con su tierra y sus riquezas. Más “benévolos” lucieron los hijos de Jacob, cuando vengaron la deshonra de su hermana Dina en tierras heveas, perdonando la vida a las mujeres y a los niños, mientras pasaban por la espada a los recién circuncidados y se apropiaban de sus riquezas (ver Biblia en Génesis 34).
Después (¿o tal vez antes?) vinieron los imperios de la Antigüedad (Babilonia, Persia, Egipto y Roma) los cuales aterrorizaban a sus vecinos y les despojaban de sus tierras y su cultura, mientras que cualquier foco de resistencia representaba al eje del mal.
En la Edad Media, los mongoles de Gengis Kan asolaron tantos pueblos que sus territorios se extendieron desde la península de Corea hasta Europa central. En dicha época las guerras religiosas, tanto islámicas como las cruzadas cristianas, no fueron menos proclives a sembrar el terror contra sus enemigos. El terror como método de escarmiento aplicado a los herejes e infieles por los tribunales de la inquisición y empleado como herramienta de poder por el imperio español en América no tiene parangón en la historia humana.
Hoy, los imperios globalizados bombardean ciudades con armas nucleares e inteligentes (no se les escapa un niño) en nombre de la democracia y la libertad. Si a dicho orden civilizatorio alguien se opone, cae en sospecha de terrorismo; si actúa, es terrorista. “Remember” la Cuba socialista de Fidel Castro, que por más de 60 años ha sembrado el “terror” llevando médicos y maestros a los más recónditos y empobrecidos rincones del Planeta; o el Irak de Sadam Hussein, pulverizado por las “democracias” occidentales que buscaban armas de destrucción masiva; o la Libia de Gadafi y la Siria de Al Assad, por los mismos motivos. Y no han faltado los grupos armados impulsados por los adalides de la libertad y la paz para la defensa de la democracia, como el de Osama bin Laden, que devienen terroristas cuando se cambian de bando.
Los niños de Palestina llevan 75 años viviendo el terror de la ocupación-dominación colonial del Estado nazisionista de Israel, que un día sí y el otro también les despoja de su hogar y del derecho a la felicidad. Eso sí, según los sionistas y sus aliados imperialistas, EEUU y la UE, los terroristas son quienes luchan contra el dolor y el martirio en condiciones de desventaja militar y los ocupantes son las víctimas.
Sería aventurado negar que la resistencia palestina, incluido el grupo Hamas, utilice métodos de lucha terrorista, pero callar acerca del terrorismo de Estado que Israel emplea contra los palestinos es justificar dicho terrorismo, mismo que procesa judicialmente incluso a niños y adolescentes. De ahí que resulte indignante leer titulares en medios de prensa supuestamente objetivos, en los que el binomio del conflicto lo conforman “Israel y la organización terrorista Hamas” (Semanario Universidad, No.2486, pág. 26), como si el Estado sionista criminal y genocida, armado con tecnología militar “made in USA”, en vez de cohetes y bombas, lanzara flores a los civiles de Gaza y Cisjordania.

