Opinión

Terremoto de Cartago (4 de mayo de 1910): biopolítica y visualidad

Las fotografías que documentan la disposición de los cadáveres tras el violentísimo terremoto que golpeó la ciudad de Cartago al final de la tarde del miércoles 4 de mayo de 1910, develan la intersección de la vida y la muerte bajo la mirada del Estado. Ciertamente, el acto fotográfico permite amplificar el mensaje del cuerpo utilizado con ciertas intenciones. En la fotografía adjunta, por ejemplo, la organización de los cuerpos en la plaza del Cuartel Militar de Cartago y la observación por parte de los supervivientes, parecen responder a una suerte de performativa macabra destinada a asegurar un orden en el caos. Desde la perspectiva biopolítica de Michel Foucault, este evento catastrófico y su representación visual no constituyen meramente un acto de documentación gráfica, sino una estrategia del poder estatal sobre la vida (y la muerte) de sus gobernados.

Foucault define la biopolítica como el poder que tiene el Estado sobre las personas y poblaciones y, de tal suerte, reguló tanto su vida como su muerte en función de la autoridad, vigilancia y control social. En este caso, la orden del presidente saliente, Cleto González Víquez (1906-1910), de inhumar rápidamente los cadáveres para evitar la proliferación de una peste, refleja una puesta en práctica de la biopolítica, donde los cuerpos de las víctimas dejan su humanidad y se convierten en posibles focos de impureza y contaminación. El enfoque ya no recae en la dignidad de los muertos, hombres y mujeres de todas las edades, sino en la protección de los vivos, evidenciando una instrumentalización del cuerpo sin vida (desecho), en aras del bien común.

La investigadora Susanne Leikam explica que las fotografías de cuerpos en fenómenos destructivos con énfasis en los terremotos, no solo capturan el momento de la tragedia, sino que también configuran narrativas de vulnerabilidad, trauma y mortalidad que impactan en la memoria colectiva. Las fotografías de los cuerpos —representados en blanco y negro— expuestos en la plazoleta del Cuartel Militar de Cartago, alineados como objetos en espera de identificación y disposición, convierte a las víctimas en símbolos de la fragilidad humana frente a las fuerzas monumentales de la naturaleza, pero, también, como sujetos bajo el control gubernamental en situaciones de crisis.

Esta doble representación —la del individuo y la del cuerpo colectivo amenazante— es central en la teoría biopolítica de Foucault. Por otra parte, estas fotografías de las víctimas del terremoto de mayo de 1910 no solo actúan como evidencias de un suceso trágico, sino como mecanismos de control visual. Según Leikam, la exposición pública de los cuerpos inertes permite al Estado reconfigurar los espacios de duelo y la percepción de la muerte, y los hace parte de una narrativa somatopolítica nacional. Los espectadores en las imágenes que las fotografías evocan, posiblemente familiares, rescatistas o voluntarios en los esfuerzos de socorro y reconstrucción, son también objeto de un control simbólico: observan y son observados, y se incorporan en la estructura de vigilancia y regulación que representa el propio acto semiótico de fotografiar. La muerte, el dolor y el sufrimiento se despliegan como espectáculo en las impresiones colocadas en la prensa o positivadas como tarjetas postales, un fenómeno que, aunque surge de la gran catástrofe telúrica, está también modelado por decisiones gubernamentales.

En suma y a manera de hipótesis, las fotografías de las víctimas mortales del terremoto de Cartago en mayo de 1910, se convierten en artefactos visuales de la biopolítica costarricense de la época, donde el poder estatal se manifiesta en la gestión de la muerte y en la regulación del espacio público en ruinas. La imagen, por tanto, trasciende su rol de registro documental para convertirse en un acto de control y de construcción de la memoria histórica.

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