Opinión

Tembló la montaña y parió un ratón: ¿por qué seguimos buscando la acreditación?

En 2015, Tapia sentenciaba en su artículo “Excelencia versus calidad universitaria”, publicado en UNIVERSIDAD, que es imposible sustraerse a la evidencia,

En 2015, Tapia sentenciaba en su artículo “Excelencia versus calidad universitaria”, publicado en UNIVERSIDAD, que es imposible sustraerse a la evidencia, según la cual, el concepto de calidad y lo que de este se desprende está vinculado a un trasfondo ideológico, cercano al economicismo y a una visión neoliberal de la educación superior. Esta aseveración sustenta el ejercicio reflexivo aquí planteado sobre por qué y para qué, actualmente, las instituciones de educación superior en el país buscan la acreditación de sus carreras.

El 22 de marzo del 2002 se publica un artículo denominado “Condiciones para la acreditación; siendo de los primeros escritos de opinión, publicados en UNIVERSIDAD, acerca de esa figura emergente llamada acreditación. El autor es Wilberth Arroyo, quien señalaba como principal objetivo de estos procesos tener y mantener la excelencia académica; a la vez que enumeraba los que consideraba como verdaderos problemas del sistema de educación superior costarricense: falta de capacitación pedagógica y metodológica permanente, falta de actualización en los avances científicos de las distintas materias, falta de infraestructura adecuada, falta de políticas de estímulos, entre otros. Tenemos, entonces, 15 años de estar hablando de los mismos problemas.

Ya en 2009, Noily Porras aseveraba, en “Los regímenes internacionales y la calidad de la educación”, que la formación del Sistema Nacional de Acreditación de la Educación Superior (Sinaes) implicaba la definición de una nueva área temática en el sistema político nacional: la acreditación de la calidad de la educación superior, lo que otorgaba a las cuestiones relacionadas con los procesos de acreditación una importancia manifiesta en la agenda mediática nacional.

Hace cinco años, el 07 de noviembre de 2012, Carlos Masis expresaba en su artículo “Ensayo sobre acreditación universitariaque el Sinaes había fallado en su misión de promover el mejoramiento permanente de la calidad de la educación superior del país, debido, fundamentalmente, a que sobre un modelo universitario ineficaz para el logro de la calidad, se diseñó el modelo usado para acreditar. Tenemos, entonces, cinco años de estar hablando de los mismos problemas.

Esta evolución, en el abordaje y entendimiento de la figura de la acreditación y los procesos que implica, nos obliga a replantear la cuestión implícita en los textos publicados desde 2002: ¿por qué buscamos acreditarnos? Formalmente, Sinaes busca promover el mejoramiento permanente de la calidad de la educación superior del país. Sin embargo, al parecer, no se ha comprendido lo que implica acreditar la calidad en sociedades dominadas por una lógica de producción y consumo que atenta sobre nuestra capacidad de pensar, no solo por la sociedad que somos, sino por la universidad que queremos ser. En otras palabras, no se puede desvincular el alcance de estos procesos de la dinámica social, económica y política que define y sustenta su alcance y pertinencia.

La acreditación es un derivado de la búsqueda constante de la excelencia y el compromiso con el mejoramiento continuo, no el fin último del quehacer universitario. Al fin y al cabo, la acreditación es un reconocimiento formal y público que otorga Sinaes al hábito de crecer y cambiar con miras a la excelencia. Según Tapia (2015) distinta a la noción de calidad, la idea de excelencia se relaciona con los valores superiores ligados a la creación científica, social, artística y tecnológica, que han cultivado las universidades durante siglos.

La figura de la acreditación surgió como panacea de los vacíos y deficiencias de un sistema educativo que crecía sin controles. Sinaes causó agitación al prometer mejorar la calidad de la educación superior, acreditando y reacreditando carreras en el país. Sin embargo, la transformación profunda nunca llegó, quizá porque no hemos entendido como sociedad ni como comunidad académica lo que encierra, contiene e implica el  acreditar la calidad, quiénes lo hacen, por qué y para qué.

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