Opinión

Tatuaje, el signo externo de un asunto interno

El tatuaje arde, no precisamente la piel a quien torturan con su diseño, costura y relieves visuales mientras lo materializan

El tatuaje arde, no precisamente la piel a quien torturan con su diseño, costura y relieves visuales mientras lo materializan. Lo que levanta chispa y roncha después de su ejecución viene del más adentro de lo que percibimos afuera, de un asunto muy fino relacionado con nuestros síndromes primitivos, un pasado común del inconsciente colectivo y nuestra personalidad individual en ejercicio presente.

Ese articulado de trazos tatuajes que se imprimen como signos sobre la piel en cualquier parte del cuerpo humano, es un tipo de escritura que refleja un estado errático interior, una búsqueda, la expresión de un estado de insatisfacción de identidad, generalmente vinculado a subgrupos sociales, o signos de poder y vanidad que denotan intención y simbolismo, temor y aspiración de certidumbre. Al generalizarse, lo usa cualquier persona, sin importar su rango social, educación, creencias o cultura. Solo que algunos tienen que perifonear ocultos por el fanatismo de religiones como el islam, o apropiaciones ideológicas fanáticas desgranadas en tratar de ser algo para llamar la atención, de qué, quizá de un vacío.

Su manifestación visible es máscara, la materia decorativa que se superpone a lo natural que da la biología para ocultar algo más significativo que el simple rostro, el cuerpo entero como ánima de la biología. Y más adentro, navegamos.

No es un dibujito, o mural que recorre la geografía de cada ser humano que se tatúa, es quizá un grito desesperado que refleja parte de la sociedad, el espejo del alma en alguna de sus caras poliédricas.

La persona necesita compañía, saberse y sentirse humana, ser parte del colectivo de la época, igualarse, sentirse parte de la corriente sin que importe quién la empuja o hacia dónde va.

Podríamos conjeturar donde sopla viento y agita la vela, pero, ¿quién sostiene la brújula y da sentido a la carta de navegación? ¿Acaso una nave –  tronco a la deriva llena de miedos y temores, inseguridades, insatisfacciones, afirmando su yo personal en arenas movedizas?

Más fácil todavía, un tatuaje es básicamente un rayado, o un dibujo grabado en la piel de una persona, hecho a través de la química de ciertas sustancias y colorantes. ¿Para qué complicarse tanto la vida? Que cada quien haga con su cuerpo lo que le venga en gana, después de todo cada quien carga su cuerpo y su alma, y nadie se complica con los andares de los demás.

¿Por qué complicarse tanto con la búsqueda de estados primitivos de la humanidad en uno mismo? Más emoción y menos razón, es parte de nuestras vivencias, darse un gustillo de tanto en tanto, grabarse, sentirse alguien distinto con algo llamativo en la misma cara que asomamos todos los días, la fatalidad de la masa planetaria dándose falsos alientos de alegría y cotorreo de novedades en grupo.

Si los seres humanos somos de naturaleza emocional, la energía que nos pone en movimiento debe orientarse a construir personas, no exactamente la de pasárselas enmascarando estados alterados y descompensaciones, sino explorar la maravillosa y explosiva aventura de la vida, el sinsentido de la existencia, la posibilidad de crear la belleza del instante que nos ha tocado, como los pétalos de una rosa roja que nos impregna el alma con su perfume de amor y locuras de cada edad que transitamos, pero sin destruirnos.

Entonces, tatuarse, qué.

Si lo verdadero es casi en su esencia imperceptible y elemental como una partícula del ideal primitivo que nos ronronea paraísos, flotaciones eternas de felicidad, el tatuaje es quizá el resultado de una regresión inconsciente que pretende signos como tiquete para viajar en retrospectiva fantasiosa al destino pasado, pero con ansias de presente.

Tatuarse el anónimo colectivo con el nombre propio, llevar la revolución mundial cuyo final es un comercio discriminado, unas cuantas fuentes de trabajo para los que trabajan como artesanos labrando pieles de cordero, el rebaño humano que persigue en la niebla su huella en busca de un destino cierto. El amor podría ser el incentivo correcto.

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