Opinión

Solidaridad en tiempos de crisis o crisis de solidaridad

Desde este enfoque, la solidaridad apela a los afectos del momento; al miedo, a la angustia, a la soledad, a la compasión que parece unirnos a muchos en la época de la pandemia

Hace poco tuve la oportunidad de leer un artículo de opinión del Dr. Jorge Chaves Ortiz, quien evidenció como un reto para las sociedades el diseñar estrategias y programas de formación en valores solidarios, que nos permitan escucharnos y articularnos cuando proponemos soluciones en la vía del desarrollo humano.

A partir de esta lectura, me di cuenta que el concepto de solidaridad al cual se exhorta en las condiciones actuales de crisis global, me genera grandes dudas. Desde que se sintieron las primeras consecuencias de la enfermedad provocada por el coronavirus SARS-CoV-2 en Costa Rica, las diferentes estrategias de publicidad en redes sociales y medios periodísticos, así como del Gobierno de la República, nos han solicitado ser solidarios, compartir, sacrificarnos y cuidarnos unos a otros.

A raíz de este llamado constante a la solidaridad me he preguntado si ser solidario significa lo mismo para todos. ¿Ser solidario no es acaso la vivencia de una ética en las relaciones, como lo sugiere la idea de valores solidarios de J. Chaves? ¿El principio de solidaridad no es acaso un reconocimiento de la injusticia social y el compromiso con acciones políticas?

Y por otro lado, ¿para quién es este llamado a ser solidario?  Las imágenes que observamos en la publicidad, hacen una referencia al trabajador siendo solidario con el trabajador que ha perdido su ingreso o lo ha visto reducirse, pero ¿Qué pasa con los otros actores sociales y económicos que no aparecen en estas imágenes, estarán ellos llamados a ser solidarios?

Desde este enfoque, la solidaridad apela a los afectos del momento; al miedo, a la angustia, a la soledad, a la compasión que parece unirnos a muchos en la época de la pandemia, pero esto no consolida prácticas solidarias entre los ciudadanos, lo contrario, revela la necesidad de motivarlas con argumentos de autoridad para que la gente se quede en casa o para que acepte sin discusión el próximo impuesto “solidario”. Así se procura convencer a las personas mediante la motivación fundamental de la empatía sobre la necesidad de ayudar al otro. Pero conocemos dos tipos de empatía, una empatía intelectualizada que me hace mirar al otro desde mi comodidad y le ofrezco un poco de lo que tengo y otra empatía que me lleva a comprometerme haciendo con el otro, aún y cuando me provoque incomodidad.

De tal forma que, considero que el uso indiscriminado del término solidaridad, ha desgastado su sentido más profundo. Si bien la solidaridad tiene que ver con la empatía no son lo mismo. El principio de solidaridad tiene que ver con empatía, respeto y justicia, pero también tiene un papel fundamental en la generación de una ciudadanía democrática, sensible a los derechos humanos y la paz.

La solidaridad requiere de la empatía, pero deberá ser materializada en las políticas del Estado. Para que los ciudadanos podamos confiar en las acciones de nuestros gobernantes tendremos que ver cómo la solidaridad atraviesa el accionar político para que así, el llamado a ser solidario no tenga diferentes implicaciones según el poder económico que se sustente, pues las acciones del Estado serían solidarias más allá de la pandemia. De igual manera quienes contribuimos para un régimen solidario de salud que no excluye cuando se trata de salvar la vida de alguien, lo haríamos aunque no fuera obligatorio.

Soy consciente de la complejidad que representa para las naciones de economías periféricas sostener estos principios de solidaridad, cuando los países e instancias económicas del primer mundo no tienen políticas de solidaridad hacia afuera de sus fronteras, lo que me hace escéptica ante el hecho de que pasada la pandemia, Costa Rica y el mundo aprendan la importancia de desarrollar prácticas de justicia social y que cambien hacia prácticas de cuidado al otro –conciudadanos y ambiente- pero podemos empezar con acciones locales.

Lo cierto es que ni el autoritarismo, ni el dejar hacer- dejar pasar (pequeños y grandes actos de  corrupción), como modalidad de liderazgo, o las políticas económicas que discriminan van a permitir que las personas nos preocupemos y nos involucremos con el otro, sea desde la acción solidaria o la empática. Las condiciones actuales nos exigen iniciativas personales y comunitarias, así como líderes políticos que también valoren el diálogo y las acciones colectivas para salir juntos de cualquier crisis.

De manera que el bienestar social no solo es bienestar individual o económico, sino colectivo para lo cual se requiere la práctica de valores solidarios como actos ético-políticos y del desarrollo de la empatía como motivador de actos pro sociales. Para la formación de estas prácticas comprometidas, empáticas, respetuosas y justas puedo ubicar tres niveles de participación. El primero, constituido por las acciones del Estado a partir de una actitud de diálogo respetuoso con los diferentes actores de una sociedad diversa como la costarricense para la creación de políticas que se orienten a la justicia social. El segundo nivel de acción, el aporte de los diferentes sistemas de educación que acompañan el proceso de socialización. Finalmente, el aporte de las familias al formar a los hijos e hijas en el respeto y la calidez (el amor).

Considero que es fundamental que como sociedad, estemos convencidos de que los valores de solidaridad no sólo son necesarios en tiempos de pandemia, sino que cada pequeño acto cotidiano debería de reflejar nuestro compromiso con el bienestar del otro.

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