Opinión

Sobre “playos”, Cantinflas y el futuro de nuestra sociedad

El Estado Social plasmado en la Constitución Política en los años 30 del siglo XX...

El Estado Social plasmado en la Constitución Política en los años 30 del siglo XX, como resultado del pacto realizado entre el obispo católico (Víctor Manuel Sanabria), el presidente liberal católico (Rafael Ángel Calderón Guardia) y el líder del Partido Comunista (Manuel Mora), se muestra incapaz de cumplir con la promesa de proveer una vida con movilidad social ascendente a la población. Sin embargo, esto no se debe únicamente a lo que se ha llamado el ‘desmontaje’ de sus instituciones en favor de mercados abiertos.

Paralelamente, han ocurrido fenómenos subjetivos, culturales y políticos que tampoco ayudan a sostener el pacto social y sexual que plasmaba aquel acuerdo político del siglo pasado.

Entre esos fenómenos se encuentra el retroceso del principio de autoridad tradicional de los padres, sean estos “padres de la Iglesia”, “padres de la Patria” o “padres de familia”, frente al avance de los derechos de las mujeres y de la juventud.

El historiador Eric Hobsbawm tuvo la honestidad y la valentía de reconocer que la lucha de las mujeres por sus derechos es el movimiento social más importante del siglo XX. Además, la Gramática de la Real Academia de la Lengua Española, inútil todavía para despercudirse del patriarcalismo en cuanto a las mujeres, al menos sí reconoce que el empoderamiento de la juventud también transformó el lenguaje. Dice que esto es verificable en la progresiva sustitución de los apelativos de respeto y de distancia –por edad y jerarquía–, hacia los de cercanía e igualdad en el trato, entre los esposos mismos y entre los adultos y las personas jóvenes e infantes –la sustitución de “padre”, “madre” y “usted” por “papi”, “mami”, “vos” o “tú” –. Esto es un resultado de las luchas por la igualdad.

Al producirse avances sustanciales en cuanto a las aspiraciones de igualdad, libertad y autonomía de las mujeres y de la juventud, la masculinidad tradicional, incluida la de los hombres desposeídos de capital para los que hablaron tanto Sanabria como Mora, ya no puede dar por sentado que se cumplirá la promesa contenida en el pacto sexual de aquella reforma social, aunque sus leyes e instituciones fuesen eficientes –que no lo son–.

Según esa promesa, el Estado Social haría posible que no solo los hombres burgueses, sino también los “trabajadores” tuvieran la capacidad de ser proveedores económicos y así podrían garantizarse el acceso a una esposa que ejerciera una maternidad moderna en la domesticidad de una familia nuclear.

Los avances logrados por los derechos de las mujeres, de la juventud y de la infancia no tienen marcha atrás (vaya usted a decirle a sus hijas que su futuro obligatorio es casarse y tener hijos, o que se contenten con ganar menos que los hombres, con los puestos secundarios, con no votar o con hacerlo como se lo indique su marido. Por el contrario, vaya usted a decirles a sus hijos varones que su futuro será decidido por usted).

El malestar de cierta población costarricense, que se manifiesta también en la política, tiene que ver, pues, por una parte, con promesas rotas o incumplidas que afectan directamente la realización de un ideal de masculinidad que, para ser poderoso, requiere de mujeres o novias dóciles y abnegadas, y de hijos e hijas sujetos a la voluntad paterna.

Ocurrió lo impensable. Aunado a lo anterior, el malestar también tiene que ver con la ruptura de la confianza en la construcción del lazo social tradicional. Si los avances en materia de derechos humanos le restaron a la figura de autoridad del “Padre” parte de su vasto poder tradicional, una serie de otros acontecimientos lo desprestigiaron.

Los “padres de la Iglesia” fueron encontrados culpables en casos de pedofilia; los “padres de la Patria” –que por añadidura tenían nombres de “arcángeles”– se vieron expuestos en escándalos de corrupción y los “padres de familia”, proclives a abandonar sus responsabilidades familiares, se vieron crecientemente desafiados por sus esposas y por sus hijas e hijos, o vieron golpeada su identidad al no poder cumplir con su rol de proveedores económicos debido a las promesas vacías de los políticos.

En la investigación que realicé sobre el apoyo dado por un vecindario a una maternidad “travesti” –como la llamó la prensa–, registré los argumentos que dieron hombres y mujeres para explicar ese respaldo, a pesar de que al mismo tiempo tenían opiniones conservadoras frente a temas como el matrimonio entre personas del mismo sexo y a la adopción de infantes por parejas no tradicionales.

Esas personas elaboraron espontáneamente la visión de Costa Rica como un país fallado, porque los políticos, los curas y los padres de familia habían roto sus promesas y dejado a los suyos a su suerte. Con este argumento, también explicaron su alejamiento de la Iglesia católica y de los partidos tradicionales y, en algunos casos, justificaron el abandono de la lealtad partidaria que sus familias tuvieron, por generaciones, hacia el Partido Liberación Nacional (PLN) o el Partido Unidad Social Cristiana (PUSC), para poner su esperanza en el Partido Acción Ciudadana (PAC).

A partir de esos mismos razonamientos, respaldaban esa maternidad “travesti”, porque, en un contexto de crisis de los lazos sociales tradicionales, esa ‘extraña’ madre sí cumplió con el ideal de la maternidad moderna y “sacó adelante” a un infante que en ese momento había sido puesto al borde de la muerte por su padre y su madre biológica.

La ruptura más reciente. Hoy resulta doblemente claro que existe un “electorado flotante”, el cual, desde la ruptura con el bipartidismo, anda en busca de un liderazgo que cumpla con sus promesas. Como sabemos, la ilusión colectiva que elevó al PAC al Gobierno en la segunda vuelta de las elecciones de 2014 se vio muy pronto socavada por la incomprensible inacción mostrada por el Presidente durante dos buenos años.

Igualmente, para ciertos sectores, la confianza y la expectativa terminaron de agotarse, no tanto por haber logrado poco, como el arreglo de esa pesadilla llamada “la platina”, sino porque alegremente se recurrió a gestos que resultaron excesivamente desafiantes para esa parte de la población que aún añora las promesas tradicionales.

En la investigación que realicé para aquel libro, las personas trataron de sustituir los lazos rotos alejándose de los curas, pero trabajando en organizaciones caritativas católicas; refugiándose en una relación personal con “Dios” y con la Biblia –al estilo protestante o “cristiano” –; estableciendo lazos informales de cuidado recíproco entre personas huérfanas de familia o, simplemente, sumiéndose en el trabajo arduo, “pulseándola“, para “sacar adelante” al núcleo familiar tradicional.

Desde entonces, surgieron en la escena partidos ‘cristianos’ que no solo prometen “restaurar” la estructura familiar tradicional y reforzar el principio de autoridad patriarcal, sino que también se convierten en eficaces agentes para atender problemas vitales, económicos, de relaciones interpersonales o de identidades disminuidas. Así, realizan un ejercicio pastoral, como diría Foucault, que ha sido abandonado tanto por la Iglesia católica como por el Estado moderno.

Catolicismo y comunismo tienen en común la crítica moral a la acumulación individual de riqueza. Al contrario, las distintas iglesias protestantes, hijas del capitalismo, tienen en común ese empuje de tipo calvinista que alienta al éxito en la acumulación de riqueza y en la búsqueda de un mayor bienestar, en tanto son vistos como una “bendición” de “Dios” (aunque muchas veces sea estimulada por sinvergüenzas u oportunistas). Por algo, hoy, en Costa Rica, se ha puesto de moda repartir “bendiciones”.

Lo cierto es que esa promesa de ‘restaurar’ la masculinidad, la autoridad patriarcal y el orden que cierta fantasía cree que alguna vez existió exitosamente en Costa Rica es la que hoy irrumpe como oferta política para una parte de ese electorado flotante. Cuidado, pues, con creer que el hecho de vulgarizar al candidato de la ‘restauración’ al llamarlo “Cantinflas” le hará mella.

Cantinflas fue un héroe popular mexicano que, en su tiempo, representó precisamente la orfandad, pero también la dignidad, de los sectores populares más vulgarizados por los cambios que trajo la modernidad. La gente que dice “hablar en lenguas” se siente tan dignificada por eso como un académico que alcanza su Doctorado; no lee el “Estado de la Nación”, pero sí ama a Cantinflas.

Finalmente, si ‘playo’ viene de una castellanización del inglés ‘play off’ (eliminación), esta promesa de la restauración patriarcal incluye la de volver a impedir, mediante la represión abierta, que los hijos y las hijas se “descarrilen” de las identidades tradicionales, aunque para ello se recurra a eliminarlos; es decir, aunque esto les cueste literalmente la vida. Asimismo, una prédica gubernamental de este tipo sin duda multiplicará las crueles aberraciones infantiles mediante un bullying ‘legitimado’, como el que habría causado recientemente la muerte a un preadolescente.

Es indetenible el avance de la libertad humana expresada en la ampliación de los derechos individuales de las poblaciones a las que todavía le son negados. El punto es si la sociedad costarricense está dispuesta a hacer correr otra vez la sangre que costó el avance de los derechos humanos desde las revoluciones estadounidense y francesa, o si seremos capaces de construir una sociedad en la cual, si bien cada quien es diferente, tenemos los mismos derechos, pues la diversidad humana es la riqueza que nos constituye en sociedad y no una maldición bíblica.

Suscríbase al boletín

Ir al contenido