Opinión

Sobre nuestro momento

A lo largo de nuestra vida transitamos por distintas épocas. Cargadas de múltiples momentos que se nos convierten en vivencias

A lo largo de nuestra vida transitamos por distintas épocas. Cargadas de múltiples momentos que se nos convierten en vivencias, cada época nos da alguna experiencia. Es justamente ese recorrido el que nos permite comprender la vida. El sentido de nuestra existencia está en  el paso por vivencias y experiencias. Algunos vivirán de modo magnífico, otros de manera miserable, no importa en realidad. Lo significativo es que cada momento encierra el significado de los tiempos, el carácter de las épocas. Recordamos nuestros tiempos por las experiencias de sus acontecimientos.

Hoy, según mi experiencia, vivimos una época de incertidumbres. Las viejas certezas de nuestro mundo han perdido su solidez. Nos encontramos un momento particular, aquel en el que no podemos vislumbrar la solución de sus miserias. Por ello, la conciencia simplona se dice: “esto nunca se había visto en este país”. Se resiste así displicente a lo otro y lo otro con un gesto neoconservador. Nuestra situación desemboca en el retroceso a la intolerancia de lo diverso y distinto. La dinámica humana se dirige, a mi juicio, hacia una reacción retrógrada que la profundiza. Comprender ese movimiento, que desgasta y defrauda nuestras expectativas, requiere comprender al hombre mismo como corporalidad de momentos epocales, pues las épocas se componen de conductas humanas.

La experiencia de nuestra existencia se da en la espacialidad del tiempo. Vivimos en lugares donde experimentamos momentos y situaciones. Su comprensión es ante todo un acto de conciencia que responde a condiciones categoriales de interpretación generados por una compleja síntesis de convenciones. Con tal base interactuamos y creamos vínculos de filiación e intimación.

La convivencia es nuestro escenario de experiencias por  medio de convenciones que nos hacen compresibles a los otros.

Esta compresibilidad supone, para los más simples, una suerte de homogeneidad ontológica en nuestra realidad, igualdades esperables tantas como las regiones y las situaciones que podemos experimentar. Pero no bien salirnos de nuestra área de realidad acostumbrada experimentamos la heterogeneidad del mundo. Lejos de enfrentarnos a una única realidad, nos encaramos con diversas regiones de realidad. Cada una responde, como sociedad, a una misma centralización  administrativa compleja de normativas jurídicas que regulan la diáspora humana por medio de la fuerza impositiva y la generación de consensos. La sociedad es un artificio  político por medio de la cual comunidades específicas constituyen una única realidad nacional. Experimentamos al transitar por el mundo sus diferencias. Al  transcurrir por las diversas regiones del pequeño mundo que habito me encuentro con la diversidad de los otros y de lo otro. En principio, mis condiciones de identidad han de generar resistencia a la presencia de lo acostumbrado. Pero esa  obstinación se vence, con el tiempo, por la proximidad  y la recurrencia. Las exigencias diarias de nuestra experiencia nos imponen convivencia, no censura y castigo. Justamente la intolerancia hacia lo diferente nos impone la incapacidad moral de transitar por otras regiones de realidad humana al figurarnos su homogeneidad ontológica como presupuesto.

Con ello, la incapacidad resolutiva de nuestro momento se sustenta en la ausencia de aproximación e intimación con los diversos otros y las múltiples otredades. Esto es provocado por las convenciones superestructurales vigentes. Necesitamos entonces de una resignificación de nuestro modo de ser. Su modificación es posible, en efecto,  pero a través de cambios superestructurales, pues la solución de un problema debe ser de su misma naturaleza. Tal esfuerzo, nacido de espíritus nobles se materializará, y sustentará generacionalmente, solo por medio de  una institución normativa, un Instituto nacional de la diversidad humana que habrá que constituir.

 

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