Opinión

Sobre los efectos de la nueva época.

Al Dr. Arnoldo Mora

Maestro y Filósofo

La actual pandemia ha superado ya el alcance del acontecimiento, ahora es más bien una época.  Y es que no solo ha generado un nuevo rango de conductas individuales y colectivas, sino que además ha dado lugar a una sensibilidad escatológica en la que se entremezcla el temor y la desconfianza con la percepción exaltada de la muerte.

Como época ciertamente ha engendrado además efectos específicos que no solo inciden sobre la convivencia interpersonal, la comunitaria y social, sino que además evidencian lo frágil que es la capacidad de sobrevivencia personal digna en el capitalismo.

Es por aquella sensibilidad que, obligados a evitar la exposición al virus, el refugio seguro de nuestra casa se ha transformado en un hacinamiento sui generis, tenso y para algunos asfixiante. Bajo su efecto la relación interpersonal se trastoca, imponiendo ocultamientos ante la imposibilidad de escapar a las usuales diferencias que surgen en la intimación cotidiana con la sencilla distracción comunitaria del parque o del lugar de trabajo. Nuestro tan necesario e íntimo nosotros ha sido perjudicado con la perversión de la insoportable mala compañía provocada por resentimientos que solo con los años podremos disimular, sin olvidarlos por completo.

Por otra parte, fuera ya de la convivencia en el hogar y la familia, la convivencia comunitaria también se ha visto sometida a esos alcances de percepción de un colapso. Con el distanciamiento la comunidad se ha debilitado; el roce casual, o bien el intencional, se recela, aparece entonces en nuestro espíritu el deterioro en su capacidad para establecer nuevos vínculos de amistad, compañía ocasional y diversión espontánea.

Abrirse al encuentro con otros, e incluso realizar un despreocupado gesto educado de correcto saludo nos provoca una suspicaz desconfianza. El fijar nuestra atención en la llamativa presencia de alguien se ha sustituido por la mirada circunstancial de su proximidad como amenaza. Se ha menoscabado nuestra capacidad de ampliar el rango de las relaciones interpersonales más allá de la pequeña comunidad formada por quienes convivimos en el encierro. El temor es ahora un  criterio de percepción hacia lo diario y base de la moral de alejamientos, el noli me tangere bíblico (no me toques dice el cristo resucitado) nos es ahora imperativo. La  ingenua convivencia se ha perdido pese a la desesperada necesidad que tenemos de encontrarnos con la corporalidad y presencia de otros. La solidaridad se ha vuelto tímida, no hay aptitud hacia el sencillo apretón de manos o el significativo auxilio a quien se cae en la calle.

De igual manera la coexistencia social anónima y contingente con los demás, o sea, con  aquellos que están emocionalmente fuera de los que son nuestro nosotros y de aquellos que al menos reconocemos por la usual recurrencia en el supermercado o en la panadería como los otros, se nos ha hecho obligatoriamente eludible. Con ello la posibilidad de un ejercicio cívico que corrija los desvaríos del gobierno indudablemente palidece; la indispensable protesta pierde fuerza cuando se hace desde un carro; pero, no por eso desvanece la percepción ciudadano de que el manejo de la sociedad se hace a sus espaldas, de que los aumentos en los gastos se dan al mismo tiempo que se reducen sus ingresos, no solo por el desempleo, sino más aún por impuestos que no constituyen alternativas sólidas para sostener el raquítico Estado de bienestar que ha estropeado el neoliberalismo tras cuatro décadas de la rapiña burguesa.

Estoy seguro de que como toda época esta que vivimos será transitoria, de que volveremos a abrirnos a la multiplicidad de vivencias y experiencias de lo cotidiano, no con la misma tranquilidad de antes, pero sí con el mismo atrevimiento que anteriormente nos era de siempre. Volverá la protesta cívica, volverá el encuentro, con cicatrices indelebles, cierto, pero lo hará, porque cambiar el mundo es la mejor manera de ocuparnos de él. El hombre debe aprender con los años a disminuir la importancia de sus seriedades, pues todos los momentos de su vida son transitorios.

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